Comodísimos asteriscos
Soledad Sevilla
En la inauguración de su instalación, Soledad Sevilla (Valencia, 1944), concedía entrevistas a los medios, muy entonada en un traje azul metálico, y los periodistas y críticos paseaban por el Palacio reverberado, sin prisa por trabajar antes de que empezaran las declaraciones oficiales. Quedaba tiempo para anotar que el invernadero erigido para albergar las bondades botánicas de las Islas Filipinas por Ricardo Fernández Bosco en 1887, a imitación del Crystal Palace londinense, se había transformado en un planetario investido de una nueva piel interna hecha de una estructura de aluminio y paredes de policarbonato –azul como el traje de la autora– donde las estrellas eran pequeños signos de puntuación ordenados según una secuencia improbablemente aleatoria. Signos de interrogación o admiración, puntos, puntos y coma, puntos suspensivos, paréntesis, guiones, acentos y asteriscos, bellos asteriscos comodísimos, suspendidos en ese policarbonato estival al que sólo le faltaban las fugaces lágrimas de San Lorenzo, que aquella mañana fueron muy bien suplidas por el sol delmediodía que asomaba ymovía el efecto visual como un caleidoscopio algo antojadizo.
Soledad Sevilla, de quien recordamos su emotiva muestra sobre los toros de 1988 (Galería Soledad Lorenzo), donde jugaba con tramas geométricas adornadas con capotes de torear asomando en pequeños triángulos sobre los rojos burladeros, ha salido con bien de la mucho más arriesgada apuesta de hacer un planetario azul paralelo dentro del Palacio de Hierro y Cristal. Aunque, como dijo a la artista Borja-villel cuando le propuso hacer una instalación en este espacio, era “un encargo envenenado”, Sevilla ha sabido fabricar materia poética a raudales para transformar con éxito este lugar donde en mayo de 1936 las Cortes eligieron a Manuel Azaña como presidente de la República.