Elhombre del hielo
ANTONIO G. ITURBE
Son las tres de la madrugada y estoy plantado en una rotonda de la Nacional-ii. No soy un cliente en busca de señoritas de carretera. No soy un autostopista iluso. No padezco insomnio. No he sacado al perro a orinar. Estoy esperando al hombre del hielo. Me viene a la cabeza el arranque de Cien años de soledad: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. También los Cuentos de las mil y una noches cuando hablaban de caravanas de camelleros que transportaban el hielo desde los montes de Líbano hasta el palacio del califa de Bagdad. Mi hombre del hielo no es tuareg ni llega montado a lomos de un esbelto camélido: se llama Juan Claudio, es del Buen Pastor y llega con una Fiat Ducato isotérmica. Los únicos camellos que vamos a ver son los que hacen eses por el arcén del Cinturón Litoral al pasar de madrugada por Can Tunis, camino de la fábrica de hielo Torné y Cía en Mercabarna. Ahora los que reclaman hielo no son califas sino pescaderos.
Mercabarna a las tres de la mañana es como Las Ramblas a las doce del mediodía. Entrar en el mercado de pescado es un deporte de riesgo. 3:46: esquivo por los pelos una carretilla con un atún del tamaño de la Sagrada Familia. 3:47: me arrolla un transpalé cargado de mejillones. 3:48: me arrolla un cargamento de chirlas. 3:49: me arrolla un banco entero de boquerones. ¡Por amor de Gurb!
En la fábrica de hielo los toreros que cargan los palés no llevan trajes de luces sino chaquetones impermeables. Gorros de lana por montera. “Están siempre constipados”, me cuenta Juan Claudio. Dentro de la cámara hay 20 grados bajo cero. Tantea de manera experta los sacos y asiente satisfecho: es fresco. Me explica que el hielo recién hecho es como pan tierno, los sacos son flexibles y se cogen mejor. Cuando están almacenados en la cámara varios días se endurecen: “El hielo se convierte en mármol”, reflexiona mientras salimos de Mercabarna con 2.000 kilos de hielo a las espaldas.
En una Badalona dormida, somos los frescos del barrio. Pulgarcito depositaba migas de pan en su camino. Juan Claudio va dejando un reguero blanco de sacos de hielo en pescaderías que aún tienen la persiana echada. El del hielero es un trabajo solitario. Cuando el mundo despierta, el hombre del hielo ya se ha fundido discretamente con su furgoneta caravanera por la última rendija de la madrugada.