La Vanguardia - Culturas

Mujeres de Argel en sus habitacion­es: ¿retrato de grupo?

- ERIKA BORNAY

“Es en Oriente donde debemos buscar el romanticis­mo más elevado”, ya afirmó Schlegel en 1800, y para muchos artistas románticos de temas árabes fue así, en efecto. Si para algunos Oriente se reveló como un espacio para ser mistificad­o con superficia­les añadidos de realidad, para otros devino una construcci­ón de la imaginació­n, un espacio de fantasía o un escenario en el cual proyectar sus pulsiones eróticas, incluso sádicas, y ello con total impunidad. Escenas pictóricas que hubieran sido rechazadas en los ámbitos académicos­europeos eran aceptadas si se desarrolla­ban en un lugar imaginado situado en una de aquellas geografías exóticas y con personajes de otra etnia. Ingres, el gran rival de Delacroix, pertenece al segundo grupo. Nunca viajó a Oriente y las fuentes para sus obras de odaliscas son puramente literarias. Ya de muy joven, exaltó su imaginació­n erótica la lectura de un libro, de uno de cuyos capítulos, Los baños del serrallo de Mohamet, tomó cuidadosa nota en su cuaderno. Más adelante también encendió su fantasía la lectura de las Lettres de Mary Wortley, esposa del embajador inglés en Constantin­opla quien, en su calidad de mujer, tenía acceso a harenes y baños.

Ahora bien, la aproximaci­ón de Delacroix al tema de las odaliscas tiene unos elementos realistas, en el sentido de verdad, que no siempre se han tenido en cuenta. Huyendo de todo pintoresqu­ismo, no pinta un harén a la manera de los otros artistas, es decir, como un espacio semejante a un burdel, con mujeres desnudas donde el imaginario del hombre europeo creía que se practicaba­n todas las transgresi­ones que estaban censuradas en su propia sociedad. Delacroix, por el contrario, pinta a sus argelinas, como seres reales. No construye el tema con su imaginació­n sino con su observació­n directa del medio, por eso, en la nota del catálogo sustituye la palabra harén por la de appartemen­t. Incluso no sería demasiado osado afirmar que podríamos entender la obra como un retrato de grupo. Al margen de la sirvienta negra, el rostro, aunque poetizado de las tres mujeres, es distinto, individual­izado. Aesta aproximaci­ón no fue ajena el hecho de que fue el único pintor que tuvo acceso a un pequeño harén, o más exactament­e, a un espacio privado donde convivían las mujeres propiedad de un amo. En su viaje de regreso a París, hizo una corta escala en Argel, donde, inesperada­mente, se le presentó la ocasión de entrar en una de aquellas estancias en las que iniciaría la que iba a ser una de sus obras más famosas.

Victor Poiret, un amigo suyo que trabajaba en la dirección portuaria de Argel, consiguió que uno de sus empleados accediese a introducir­lo en su pequeño harén doméstico. Algunas fuentes afirman que este empleado era un apóstata que había renegado de la religión cristiana. Si ello cierto, se entiende como aquel hombre, desafiando las costumbres musulmanas, había permitido la entrada al pintor. Poiret recordaría en muchas ocasiones aquel episodio: “Las mujeres, advertidas, se pusieron sus mejores ropas y Delacroix hizo varios esbozos (…) Estabacomo embriagado­por el espectácul­o que tenía delante de sus ojos y en diversas ocasiones, extasiado, exclamaba: ¡Es pre- cioso, es como en tiempos de Homero!”. Liberado de los tópicos literarios, las argelinas de Delacroix, aparte de su aparente indolencia, carecen del misterio y el atractivo sexual de las incitantes odaliscas. Se observa que en las delicadas acuarelas que hizo in situ aparecen en una actitud más sumisa, quizá sentían pudor, pero estaban obligadas a obedecer.

Pero la sensualida­d del cuadro se halla en la atmósfera, en los elementos decorativo­s –la rosa sobre el negro pelo de la figura de la derecha, las zapatillas rojas, el narguilé, el espejo veneciano, las alfombras, las joyas…–. Yen la mirada turbadora, tal vez triste, de la mujer recostada en un almohadón, con su piel nacarada, su rostro sombreado. Y, sobre todo, en la exaltación del color, en la materia luminosa y en la infinita variación de las ricas impresione­s cromáticas.

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