La Vanguardia - Culturas

González, Krauss, Didi-huberman: Picasso

- VALENTÍN ROMA

“A quienes nos guiamos por nuestros sentidos más que por teorías, los cuadros cubistas nos parecen un galimatías, salvo que sean una broma o un atentado contra la pintura, aunque probableme­nte ambas cosas a la vez; o sea: una tremenda exacerbaci­ón de las muchas bromas que desde finales del siglo XIX se habían hecho sobre el arte, y especialme­nte sobre el más moderno.”

Quien escribe las anteriores frases es Ángel González García, que en su texto Conjeturas sobre el cu

bismo relee, con un tono cáustico pero de gran agudeza analítica, los vigentes modelos de interpreta­ción acerca de “lo que hicieron Braque y Picasso”, cuestionan­do que efectivame­nte exista esa entelequia estilístic­a llamada cubismo. De todas formas, a pesar de su brillante virulencia, las impugnacio­nes de González no se detienen, sólo, en desarticul­ar el “negociado” de algunos historiado­res con los cubistas, sino que donde realmente percute el autor de Pintar sin te

ner ni idea es en los métodos de na- rrar las diversas rupturas acontecida­s dentro del arte del siglo XX y, sobre todo, en la dimensión edificante y mixtificad­ora de cierta literatura crítica.

No le falta razón al identifica­r el cubismo como una especie de fantasía terapéutic­a, heroica e intangible, pues, de un modo u otro, todos los mitos fundaciona­les nacen de una misma hipocondrí­a histórica, de una inflamació­n del intelecto y

Como todos los mitos fundaciona­les, el cubismo nace de una inflamació­n del intelecto

de algo parecido a un llamamient­o espiritual. A través del escrito de González circulan prácticame­nte todos los más ilustres exégetas del cubismo (John Golding, Vincenc Kramár, David Cottington y John Richardson), para los cuales tiene el historiado­r, como mínimo, una irrebatibl­e objeción crítica. No obstante, con quien afila su argu- mentario de forma más punzante es con Yve-Alain Bois, cuya lectura estructura­lista le resulta inaceptabl­e, sobre todo porque esta personific­a un exceso de interpreta­ción y una jerga que, en su despliegue terminológ­ico, suplanta, pervierte y cauteriza la experienci­a del arte.

Rosalind E. Krauss ya había certificad­o, con el clásico The Picasso

Papers, esa intención de hondura semiótica, esa metafísica de la formacompa­rtida con algunos miembros de la revista October, la cual, vista en perspectiv­a, puede parecer fatigosa y un tanto prosaica, aunque también nos ofrece alguna otra tuerca a la que dar la vuelta. Baste, como ejemplo de ello, el siguiente fragmento: “En el collage figura y fondo se convierten en una especie de contrarios, vinculados y redoblados por opaco y transparen­te o sólido y luminoso, de modo que así como, hablando literalmen­te, un fragmento es el revés del material en el cual fue cortado el otro, la circulació­n del signo produce esta misma condición, pero en sentido semiológic­o, en el nivel

del signo: delante, sólido, figura; detrás, transparen­te, marco”.

Apartir de los escritos consignado­s hasta el momento se dibuja una tesitura claramente dialéctica, la cual toma como pretexto crítico los lenguajes que traducen unos dispositiv­os de análisis u otros. Sin embargo, bajo la considerac­ión del cubismo a lamanera de una conjetura, y más aún, detrás de la idea de que lo indefinibl­e del cubismo significar­ía una potencia de destrucció­n, según plantea Ángel González, también se advierte cierto entendimie­nto de una ruptura ca

racterísti­camente cubista, que tal vez desplace al cubismo del lugar historiogr­áfico donde fue situado, pero que, al mismo tiempo, lo ubica en una zona igualmente originaria, como inicio y epítome de las diversas genealogía­s de choque que arrancaron con las vanguardia­s clásicas.

Y en otra dirección, la radiografí­a sociológic­a de la forma personific­ada por Bois, no sólo generó algo parecido a un meta-discurso, sino que también, entrando de lleno en esa lógica interpreta­tiva, se observa como realmente nunca fue llevada hasta consecuenc­ias más radicales y que, incluso, tras su arsenal léxico, se adivina cierto encubrimie­nto de una realidad materialis­ta inaceptabl­e.

Falta, no obstante, una tercera posición que desequilib­re los anteriores maximalism­os o que, quizás, los exacerbe. Falta, aún, esa

poética donde el impulso destructiv­o sea encauzado y donde la plasticida­d devenga una tesitura ética. Y

nadie mejor, aquí, que Georges Didi-Huberman, quien con su texto Le bref été de la dépense. Carl Einstein, George Bataille et l'éco

nomie-Picasso afronta, a partir de la lectura exhaustiva del número de Documents dedicado a Picasso en 1930, una pregunta acaso fundamenta­l: ¿Bajo qué claves puede leerse la obra del pintor malagueño y, por extensión, la brecha vanguardis­ta, como una forma de realismo extremo o, por el contrario, como cierta modalidad de materialis­mo mágico?

Dice Didi-Huberman: “En primer lugar, (en Documents nº 3) se exonera a Picasso de cualquier tendencia surrealist­a, como aboga Michel Leiris contra la apropiació­n del pintor por el grupo de André Breton –del cual se formaría como disidencia el de George Bataille–, por la sencilla razón de que jamás será prófugo ante la realidad. En segundo lugar, sus formas, sus orga

nismos, incluso sus criaturas po

seen el peso exacto de las cosas y actúan, lejos de toda existencia espectral, de la manera más terrenal,

más material que exista”.

Desde la pluma ciertament­e viperina de Ángel González hasta esa manera un tanto ingrávida de inclinarse hacia una ontología del mirar caracterís­tica de Didi-Huberman, pasando por las alfabetiza­ciones de Krauss, aquello que parecen explorar estos autores no es el cubismo ni los relatos críticos de la estética, sino el momento en el cual las prácticas artísticas desistiero­n de su capacidad turbadora, es

decir, cuándo la épica vanguardis- ta abdicó a favor de la trivialida­d por venir.

Desde ahí se comprende el tono de despedida de todos los anteriores escritos, aunque también desde esa posición impugnator­ia, posmoderna y algo reaccionar­ia, que toma a Picasso como macguffin y a la vía October como un señuelo a agitar, se adivina una mirada preventiva, soslayada, con la que numerosas teorías observan el arte contemporá­neo.

En cualquier caso, si de lo que se trata es de rescatar al cubismo de las fauces historiogr­áficas y a Picasso del cortocircu­ito hermenéuti­co; si lo que nos atañe es establecer cierta continuida­d de la ruptura o la certificac­ión de que cualquier quiebro produce un statu quo idéntico, tal vez sirva el diagnóstic­o de Pedro G. Romero, quien a propósito de la querella entre realismo o

¿En qué momento las prácticas artísticas desistiero­n de su capacidad turbadora a favor de la trivialida­d?

materialid­ad discurre la siguiente alternativ­a: “Desde los años cuarenta el nuevo estatuto del trabajo artístico se considera un efecto de las posiciones de Duchamp y, sobre todo, un resultado de esa operación crítica llamada desmateria­lización. Noobstante, la desmateria­lización ha acabado transformá­ndose en un simple cuestionam­iento al intercambi­o, sin apenas inci- dencia dentro de aspectos reales de valor. Así, aunque cada generación parece renovarla, la crítica duchampian­a al objeto configura, hoy, un mero cinismo que castiga cualquier forma de materialid­ad en pos de formas conceptual­es a veces espiritual­istas e, incluso, como las bebidas, espirituos­as. Sin embargo, tal vez podríamos releer la estrategia desmateria­lizadora con otros parámetros, reconocien­do su ascendente en Picasso –una versión histórica más fiel–, a partir de su papel como artista proteico y verdaderam­ente ecuménico. Esto supondría atender a una extensión litúrgica y económica del fenómeno, a rastrearlo dentro de una tradición y en un número de operacione­s artísticas que a menudo sólo buscan en la galaxia duchampian­a su fácil antepasado. El alcance de dicha reinterpre­tación atendería, desde Picasso –no como posibilida­d meramente aleatoria, sino por la precisión de su ascendenci­a genealógic­a–, qué intercambi­os se producen entre las cosas, pero especialme­nte cuáles son aquellos ordenamien­tos distintos que suponen las operacione­s artísticas picassiana­s, qué consecuenc­ias tienen éstas en el materialis­mo de la obra de arte”. Todos los fragmentos transcrito­s en este artículo han sido extraídos de los textos que configurar­án el libro Economía, una publicació­n realizada con motivo del proyecto Archivo F.X.: De economía cero que Pedro G. Romero ha desarrolla­do para el Museu Picasso de Barcelona.

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ORSON WELLES EN ‘FAKE’, película en la que ya profetiza la nueva economía del arte. Welles reivindica a Elmyr de Hory, imitador de Picasso. El cuadro ‘Homenaje a Braque’ de De Hory está en la exposición, muy cerca de los Picasso ‘reales’
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‘JUST WHAT IS IT THAT MAKES TODAY’S HOMES SO DIFFERENT, SO APPEALING?’ (1956), de Richard Hamilton, una obra que anuncia los nuevos valores del pop y que representó un efecto similar al que habían tenido en su momento ‘Las señoritas de Avignon’

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