Tras las cortinas del kibutz
En aquellos años, en el kibutz de Yikhat, pero no sólo allí, la gente andaba con el transistor pegado a la oreja. Trabajaban, discutían, dormían y tenían ideales. También reían, se amaban, compartían cotilleos y lloraban desgracias. En este kibutz imaginario transcurren los ocho relatos interconectados de Entre amigos, nutridos de la vida que se desarrollaba al amparo de la utopía. Amos Oz vivió él mismo en un kibutz tras escapar de la casa de su padre, espacios compartidos comocompartida era la fe en la igualdad, el reparto equitativo, el esfuerzo colectivo, el socialismo. Con los años, en Israel llegaría a haber más hamburgueserías que kibutz, como explica el también escritor Edgar Keret, una generación más joven, una generación que ya no cuestiona la propiedad privada. Pero en el kibutz de Yikhat se recordaba a Marx y las decisiones se to- maban en asamblea, en las horas libres se leía a Dostoyevski, Camus y Kafka, los niños dormían en una casa común y no con sus padres y todos juntos formaban un microcosmos unido y autosuficiente.
Amos Oz despliega sobre ese mundo su comprensión hacia los que no consiguen encajar en ese ideal de hombres y mujeres fuertes, bronceados por el trabajo al aire libre, hechos a la dureza y el combate. Gentes que no dudan, gentes como David Dagan, profesor del kibutz, que llamaba “sensibleros” a aquellos que sentían aversión hacia “la crueldad necesaria de la revolución”. La prosa de Amos Oz fluye lírica, envolviendo las historias personales en el calor de las tierras resecas, en el sudor y la sed de las colinas abrasadas. En estas tierras polvorientas se enfrentan el individuo y el grupo, como si la humanidadno fuera capaz de hacer funcionar a ambos a la vez.
En el relato titulado Un niño pequeño, madre y padre se enfrentan por la manera de educar a su hijo de cuatro años. El pequeño, siempre enfermo y de carácter quebradizo, llora a menudo ante la indiferencia de las cuidadoras y las burlas y crueldad de sus compañeros. Porque la crueldad sigue ahí, agazapada, esperando actuar, un atributo humano del que no se libran ni los grandes principios. La madre quiere firmeza, el padre ternura, no todos tienen madera para ser héroes, ni todos están dispuestos, ni siquiera todos quieren serlo. En otro de los relatos, una madre tenaz conseguirá, presentando cada año a la aprobación de la asamblea, la propuesta de que los niños permanezcan por las noches con sus padres.