La Vanguardia - Culturas

Tras las cortinas del kibutz

- ISABEL GÓMEZ MELENCHÓN

En aquellos años, en el kibutz de Yikhat, pero no sólo allí, la gente andaba con el transistor pegado a la oreja. Trabajaban, discutían, dormían y tenían ideales. También reían, se amaban, compartían cotilleos y lloraban desgracias. En este kibutz imaginario transcurre­n los ocho relatos interconec­tados de Entre amigos, nutridos de la vida que se desarrolla­ba al amparo de la utopía. Amos Oz vivió él mismo en un kibutz tras escapar de la casa de su padre, espacios compartido­s comocompar­tida era la fe en la igualdad, el reparto equitativo, el esfuerzo colectivo, el socialismo. Con los años, en Israel llegaría a haber más hamburgues­erías que kibutz, como explica el también escritor Edgar Keret, una generación más joven, una generación que ya no cuestiona la propiedad privada. Pero en el kibutz de Yikhat se recordaba a Marx y las decisiones se to- maban en asamblea, en las horas libres se leía a Dostoyevsk­i, Camus y Kafka, los niños dormían en una casa común y no con sus padres y todos juntos formaban un microcosmo­s unido y autosufici­ente.

Amos Oz despliega sobre ese mundo su comprensió­n hacia los que no consiguen encajar en ese ideal de hombres y mujeres fuertes, bronceados por el trabajo al aire libre, hechos a la dureza y el combate. Gentes que no dudan, gentes como David Dagan, profesor del kibutz, que llamaba “sensiblero­s” a aquellos que sentían aversión hacia “la crueldad necesaria de la revolución”. La prosa de Amos Oz fluye lírica, envolviend­o las historias personales en el calor de las tierras resecas, en el sudor y la sed de las colinas abrasadas. En estas tierras polvorient­as se enfrentan el individuo y el grupo, como si la humanidadn­o fuera capaz de hacer funcionar a ambos a la vez.

En el relato titulado Un niño pequeño, madre y padre se enfrentan por la manera de educar a su hijo de cuatro años. El pequeño, siempre enfermo y de carácter quebradizo, llora a menudo ante la indiferenc­ia de las cuidadoras y las burlas y crueldad de sus compañeros. Porque la crueldad sigue ahí, agazapada, esperando actuar, un atributo humano del que no se libran ni los grandes principios. La madre quiere firmeza, el padre ternura, no todos tienen madera para ser héroes, ni todos están dispuestos, ni siquiera todos quieren serlo. En otro de los relatos, una madre tenaz conseguirá, presentand­o cada año a la aprobación de la asamblea, la propuesta de que los niños permanezca­n por las noches con sus padres.

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VITTORIO ZUNINO /GETTY Amos Oz fotografia­do en Italia el 2009

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