Las verdades del antihéroe
El humanista Francisco Rodríguez Adrados reescribe la historia de la literatura desde su nacimiento hasta su cristalización en el humanismo, y denuncia su ingreso actual en el segmento del consumo y el ocio
Debe ser frustrante tejer un texto como éste, en el que se describe el fluir continuo de las literaturas a través de los siglos, para acabar dando cuenta de las enormes dificultades con que se encuentran sus expresiones actuales. El humanista Francisco Rodríguez Adrados (Salamanca, 1922) miembro de la Real Academia Española, presidente de Honor de la Sociedad Española de Estudios Clásicos, y un convencido del poder de la palabra, constata en los dos últimos artículos del libro las escasísimas señales de esperanza que el futuro cercano parece ofrecer a quienes todavía creen en la narración como fuente de ilustración, conocimiento y crítica.
La literatura, que durante muchos siglos, y especialmente desde Grecia, “fuese el centro de la educación y de la cultura”, y “reflejo y guía de la sociedad”. se está diluyendo en marginalidades llamativas, en textos simples de fórmulas repetitivas, cuando no en el puro desprecio hacia lo reflexivo, concluye Rodríguez Adrados. La creación literaria ha ingresado definitivamente en el segmento de consumo del simple ocio, allí donde no parece darse espacio alguno para el pensamiento. El diagnóstico del humanista, sin embargo, no deja de resultar paradójico, porque su crepuscularidad se acompaña de la certeza implícita en que esa batalla no tiene otro destino que ser ganada, en que ese río continuará fluyendo necesariamente.
Bajo un índice destinado a recorrer con detalle un gran número de literaturas (desde las expresiones orales y escritas egipcias, sumerias o semíticas antiguas, hasta las griegas y las medievales de occidente, pasando por las bizantinas o las eslavas), se recogen dos importantes elementos que funcionan en paralelo. De una parte, asistimos al nacimiento de los dos ríos literarios principales, el indoeuropeo y el de Oriente Próximo, a su fusión
Asistimos al nacimiento de los dos principales ríos literarios, el de Oriente y el indoeuropeo
en Grecia, a su remonte hacia la Edad Media y a su cristalización en el humanismo, donde se detiene el estudio. De otra, encontramos una serie de constantes, de universales, que quedan inscritos, de un modo u otro, en las más diversas expresiones. Así, cuando hablamos de El Quijote, lo hacemos de una obra en la que confluye esa corriente que transita por El Laza- rillo de Tormes, El libro del buen amor, La lozana andaluza, Gargantúa y Pantagruel o por el Bertoldo de Della Croce, y que encuentra su origen en La vida de Esopo, esto es, en ese modelo sapiencial de la literatura antigua según el cual un antihéroe, desecho de la sociedad, da lecciones a los demás, ricos y poderosos incluidos, y triunfa en la vida y en el amor gracias a su ingenio. La literatura ha sido eso muy a menudo, explica Rodríguez Adrados, un cúmulo de verdades que gente común ha lanzado a los aires de su sociedad y de su tiempo.
Pero siempre teniendo en cuenta que por debajo de la fuente de transmisión concreta encontraremos temas y sentimientos procedentes de la comunidad: “los que actúan, los que danzan, los que representan, ríen o lloran son en realidad todos”. Con independencia de quien firme la obra, el contenido será parte de ese común que recorre inconscientemente las historias que son contadas.
Puede, pues, que el futuro a corto plazo de la literatura se pierda en el mundo de la superabundancia, de la ligereza y de la falta de vida intelectual, pero con un caudal tan intenso, no habrá forma de impedir que ese ancho río continúe alcanzando el mar de sus receptores, por más diques que traten de retenerle.