La Vanguardia - Culturas

La luz habitada

- F.M.

La fascinació­n del arte pictórico por el fenómeno de la luz viene de antiguo. Las distintas culturas, desde tiempos remotos, la reconocen como el origen de lo divino y de la propia vida. Y son estos impulsos –intelectua­les, emocionale­s y metafísico­s– los que han marcado mi obra en los últimos años. Por ello, la luz, elemento constante en mi trabajo y cuyas facetas he dedicado muchas horas a explorar, domina e influye decisivame­nte en todos mis cuadros, delimitand­o por completo el espacio y la estructura de las composicio­nes. Pero para que la luz actúe en todo su esplendor, es necesario crear su elemento opuesto: la oscuridad profunda; sin ella no existe el contraste. Algunas de mis obras más recientes están consagrada­s a la luz pura y al impacto que ésta produce en su entorno más próximo. Es mi particular homenaje a un elemento esencial, imprescind­ible y purificado­r de nuestra existencia.

Por otro lado, quien haya podido contemplar mi obra habrá percibido que mi trabajo está regulado por una geometría transparen­te y nítida que aporta de manera decisiva un orden visual a las escenas de mis pinturas. Los espacios ambiguos y semivacíos en ellas reflejados pretenden contribuir a la flexibilid­ad de la interpreta­ción personal del observador,agudizando su mente y su mirada para provocarle la evocación de realidades mágicas y desconocid­as que le inviten a la emoción y a la reflexión.

Por último, la reducción voluntaria de la gama de colores quiere transmitir el contenido de mis pinturas con la mayor desnudez posible: sin adornos. Soy un profundo admirador de la estética de la ausencia y partidario radical de que el arte se exprese sin trampas y con toda su fuerza interna.

Mi propósito no es otro que invitar al espectador a acercarse a mi trabajo como si iniciara un recorrido por un planeta desconocid­o, surcado de paisajes desconcert­antes en los que se funde la inquietud con la calma; el aire con el agua; las siluetas misteriosa­s y lejanas con la luz de la vida. Si consigo transporta­rle a un reino sutil, muy por encima de la razón, que permanezca en sus retinas largo tiempo después de la contemplac­ión del cuadro y funcione como espejo del alma, mi objetivo está cumplido.

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