Museo de ficción
Hay espacios que son en realidad conceptos: el Museo de la Inocencia de Estambul existió antes de ser lugar, fue novela antes de tener forma física, sus salas se convirtieron en trayecto tras haber sido relato; lo visitamos con laobra de Orhan Pamuk como
El Museo de la Inocencia de Estambul no es un museo, sino un concepto. Una novela espacializada. Unas vidas que sólo existieron en forma de letras convertidas en ochenta y tres vitrinas llenas de cosas, una por cada uno de los capítulos de la novela que inspira –y sostiene– la existencia de ese lugar inverosímil. Si El Museo de la Inocencia (Mondadori, 2009) era un catálogo ficcionalizado, donde cada objeto evocaba un pasaje de una gran historia de amor, cuando coges esos volúmenes controlados por cadenas, ejemplares del libro en turco, francés, inglés, alemán, italiano o castellano, y lees el capítulo correspondiente a la vitrina que tienes ante tus ojos, te das cuenta de que se trata de algo más que la visualización del texto. Éste es en realidad el original de esa traducción en objetos. Es decir: el catálogo de la exposición existió antes de que la exposición fuera real.
Caminar por esos tres pisos de salas tenuemente iluminadas, por ese espacio expositivo que aúna el minimalismo del diseño museísti- co contemporáneo con la acumulación de tesoros y reliquias de los museos antiguos, significa hacerlo por la ciudad el último cuarto del siglo XX y por la obsesión de Orhan Pamuk por llenar de objetos las biografías ficcionales de su protagonista, Kemal, y de su enamorada Füsun, de cuya casa supuestamente extrajo él durante década pertenencias, souvenirs, fetiches. En el epílogo de la novela Kemal conversa con el escritor acerca del templo que lo recordará y éste nos cuenta su muerte: “los visitantes quemirando las piezas del museo recuerden con reverencia y respeto el amor de Füsun y Kemal, comprenderán que la historia”, escribe, “no solamente es la de una pareja de
enamorados, sino también la de todo un mundo, o sea, de Estambul”. Durante años el escritor coleccionó cucharillas, zapatos, discos, herbarios, dibujos, tazas, saleros, copas, libros, platos, fotografías, todo aquello que pudiera dotar de una verosimilitud palpable la existencia de sus personajes. La casa se encuentra en el ba-
El escritor coleccionó durante años cuanto pudiera hacer verosímil la existencia de sus personajes
rrio de Cihangir y está justamente rodeada de anticuarios. La colección de objetos reales, convertida en trayecto después de haber sido relato, deviene un gran monumento a la pura ficción.
Al final del recorrido nos espera la propia novela. Sus apuntes, sus esquemas, los dibujos, la escritura a mano original, con un sinfín de correcciones y de subrayados y tachaduras en distintos colores. Páginas que revelan una imaginación eminentemente espacial. Una escritura sobre todo visual. Que la experiencia culmine con la semilla del doble proyecto es, sin duda, coherente con la propuesta. No lo es tanto que en la librería del sótano únicamente se vendan libros del propio Pamuk: su bibliografía completa, en muchos idiomas, junto
con postales y pósters del museo. Libros solamente suyos. En un primer momento pensé que ese era el sueño de todo escritor; pero pronto me convencí de lo contrario: la literatura es diálogo, aquelarre, comunidad, griterío o concierto de muchas voces. La librería del Museo de la Inocencia sería el lugar perfecto para dar a conocer a lectores de todo el mundo libros turcos que han hablado de un Estambul que, como las historias resumidas en las vitrinas, ya no existe. Una librería en que sólo haya libros tuyos es una pesadilla: exactamente lo contrario de lo que una librería debería ser.
Por eso no terminaré este artículo con el sótano, sino con la instalación que nos da la bienvenida y nos despide del museo. Se trata de otra vuelta de tuerca a la espacialización de una vida. Más de cuatro mil colillas, ordenadas cronológicamente, resumen la biografía de Kemal. Cada una posee una fecha y un hecho. Las que muestran carmín remiten a encuentros con mujeres. Las que se deshicieron en ce- niceros hablan de noches en vela, de esperas particularmente tensas. Otras sólo señalan días anodinos. Algunas fueron aplastadas durante viajes. Cada uno de esos cigarrillos consumidos nos recuerda que el conflicto entre lo real y la ficción es lo que nos hace humanos y que siempre hay alguna nueva forma de hablar sobre ello, porque todo puede convertirse en novela. Y en museo.