Apocalípticos e integrados, segunda parte
No, este artículo no es la segunda parte de ningún otro, sino una especie de derivación tardía del libro de Umberto Eco del mismo título, cuyos conceptos se aplican al cine y a cosas que están pasando en su ámbito. Yque pasarán, pues la cosa está que arde
Yo he sido apocalíptico, lo confieso. En aquella dicotomía establecida por Umberto Eco, siempre me decantaba por las llamas del fin del mundo, por el lamento en torno a un universo perdido. Ahora mi percepción ha cambiado, aunque sea sólo una cuestión de matiz. Hace más o menos un mes hablábamos de los cines que cierran, uno de los caballos de batalla de los nostálgicos del que yo yamepretendía desmarcar. ¡Pero si sólo fuera eso! A algunos profetas de la hecatombe sigo respetándolos porque su discurso es coherente: ha muerto el cine que vemos en salas, pero no el que deberíamos ver en salas. Sin embargo, lo de otros es intolerable: ha muerto el cine porque ya no se hacen películas como las de antes.
Una vez, en una mesa redonda de infausto recuerdo que a veces vuelve a mí en forma de pesadilla, uno de esos inmovilistas contó que, cada vez que veía una película de Kiarostami “o de algún otro oriental” (sic), regresaba a casa con presteza para ponerse en su DVDunadeBogartamododeantídoto. Pobre Bogart, qué culpa tiene. Pero sí es verdad que Bogart ha congregado a su alrededor toda una cohorte de machos tristones y escépticos renqueantes capaces de negar toda valía al cine de hoy en su santo nombre: aquello eran personajes, tramas, planos, mujeres, sombreros, gabardinas… AQUELLO ERA CINE.
Me temo, señores, que estamos confundiendo el cine con un cierto tipo de narrativa, en modo alguno la única. Otro de esos iluminados se fumó la sesión de Still Life, de Jia Zhang-ke, en el Festival de Venecia del 2006, convencido de que era “unamás de chinos”, ignorante de que aquel “chino” en concreto era el responsable previo de Platform o The World, presente dos años antes en Cannes. Still Life ganó, como no podía ser de otra manera.
¿Cuándo empezó el cine a cambiar de manera irrevocable? ¿Cuándo esa crítica vieja empezó a envejecer? ¿Cuándo variaron los
El cine contemporáneo se convierte en otra cosa que no tiene nada que ver con el cine que conocíamos
paradigmas analíticos? Cada uno tiene su fecha, como es lógico, y la mía quizá debería fijarse alrededor de 1999, cuando el siglo XX estaba a punto de finalizar. En ese año, Gus Van Sant acometió un remake casi plano por plano de Psicosis que todo el mundo veía condenado al fracaso. Aun hoy, casi todo el mundono sólo losigue considerando un fracaso, sino también un despropósito. Atreverse con Hitchcock, vaya locura. Pero no se trataba de eso, pues Van Sant no estaba cambiando tanto el curso del cine como de la manera en que percibimos el cine. En su Psicosis no hay historia (que ya conocemos) ni puesta en escena (que es una copia). Se trata, más bien, de hablar de cine a través del cine. Y por lo tanto es inútil perorar acerca de esta película en términos de originalidad, de ritmo, de interpretación.
De una vez para siempre, el cine contemporáneo se convierte en otra cosa que no tiene nada que ver con el cine que conocíamos. ¿Cómo hablar de eso? He ahí el gran desafío que debe asumir la crítica, todavía hoy. El propio Van Sant, con Gerry (2002), dio en el clavo: el cine puede que sea solo tiempo, el tiempo que pasa, y que nos veamos obligados a mirarlo. Lento, dicen muchos. Lento ¿respecto a qué? Lisandro Alonso, Tsai Ming-Liang, Claire Denis, fueron algunos de los héroes de aquellos años. El cine volvía a empezar filmando los gestos, los movimientos, los lugares. Pero buena parte de la crítica, por lo menos en este país, seguía buscando guiones, relatos decimonónicos, personajes a los que agarrarse. Nacía así el crítico apocalíptico, pero no tanto por melancolía como por inadaptación. A ese espécimen no le gusta el cine clásico sino la idea que se ha hecho de él, reaccionaria e inmovilista. ¿Y quién sale perjudicado? El propio cine clásico y el cine contemporáneo, que muy pocos parecen capaces de poner en relación. Y eso es algo que necesitamos urgentemente.
No faltan razones para pensar que todo eso puede cambiar y hacerlo en un lapso de tiempo razonable. Es lo que ocurre con el cine Truffaut –gestionado y coordinado por el Col·lectiu de Crítics de Cinema de Girona–, que está proporcionando un servicio público que la ciudad ya ha hecho suyo, efectuando a la vez una labor pedagógica inestimable respecto a un determinado tipo de cine. Según me informa la amiga Imma Meri-