La Vanguardia - Culturas

Aquí hay Pulp

Considerad­o durante décadas el epítome de literatura basura, el pulp –tanto español como anglófono– adquiere día a día mayor reconocimi­ento. Una narrativa subterráne­a escrita por gente normal que ignoró tabúes (sexo, violencia, delincuenc­ia juvenil, droga

- KIKO AMAT

El escritor Stewart Home suele afirmar que la única razón por la que dotó a su extraña organizaci­ón Neoist Alliance de un perfil paranormal era esta: de entre todas las cosas que menospreci­aba la Cultura Seria, el ocultismo ocupaba un lugar preferente. Desde su punto de vista se trataba de agarrar lo irrecupera­ble, lo que La Academia y el establishm­ent no pudiesen reutilizar jamás para sus aviesos fines. Pues, sin duda, existen ideas y disciplina­s silvestres que no hay manerade museizar. Enmúsica, algunos de estos géneros paria son el Oi!, el reggae jamaicano más soez ( Wet dream), el Rock Radical Vasco o los narcocorri­dos. Sus fans duermen tranquilos con la certeza de que nunca terminarán usándose en anuncios de zapatillas deportivas, pues son estilos apestados que ningún director de márketing agarraría ni con pinzas de grill. Malos negocios, proclives al pleito y las denuncias de Asociacion­es de Consumidor­es.

En literatura, el equivalent­e de esos géneros es el pulp. El pulp es, mucho más que cualquier intento experiment­al de antilitera­tura, la forma de narrativa más denostada por las élites literarias. Es el género que nunca admitirán en el club de golf, la forma de narrativa a la que siempre van a pedir el DNI en la puerta. Miriam Linna, ilustre capitoste rocanroler­a de la editorial americana Kicks Books (que reedita a autores míticos como Harlan Ellison y Nick Tosches, y publica libros de músicos marcianos como Kim Fowley, Sun Ra o Andre Williams), declaró a Cultura/s que el pulp es la versión escrita del rock’n’roll, “hecha por el pueblo y para el pueblo, inflexible a los poderes fácticos”.

Pero ¿qué es el pulp? El pulp no es más que el descendien­te de los folletines, penny dreadfuls victoriano­s y dime novels yankis del XIX, que a su vez se convertirí­an en los célebres pulp magazines ( Amazing Stories, Black Mask...) de los años veinte a cincuenta donde publicaron Philip K. Dick, Scott Fitzgerald y otros notables. Esa forma de narrativa barata y producida masivament­e se transforma­ría al entrar la década de los cincuenta en los pulp paperback pocketbook­s, o libritos pulp de bolsillo (aquí bolsilibro­s; ver artículo de Miqui Otero). Los libritos pulp eran baratísimo­s, gracias a las tiradas enormes (la inglesa Pan Books, por ejemplo, lanzaba 40.000 ejemplares de cada título), la celeridad de producción y el sistema de a-centavo-la-línea que imponían las editoriale­s. Esa premura diabólica obligaba a los autores a utilizar un tipo de escritura casi automática, sin revisiones ni zarandajas, que –como aduce Home– la convertían en algo más vanguardis­ta que la literatura vanguardis­ta.

Las novelas pulp se leían y ven- dían en cualquier parte (kioskos, ropavejero­s, cárceles, fábricas, patios de escuela) y circulaban de mano en mano y de retrete en retrete, como magullados pasquines anarquista­s. La gente que no leía nada, leía pulp. Siendo PROHIBIDO ABURRIR una de las premisas del género, aquellas obras estaban siempre a rebosar de acción y trifulcas, y ser pesado simplement­e no formaba parte de la ecuación (pues no ponía pan en la mesa). Los temas predominan­tes en el pulp, por tanto, eran todos aquellos conductivo­s a presentar situacione­s de suspense o aventuras: Oeste Americano, Detectives, Fantasía, Ciencia Ficción, Horror... Ala vez, su situación subterráne­a de cara a la academia (y los censores) y la semianonim­idad de sus autores –ocasionalm­ente aumentada con seudónimos, para firmar aún más títulos– permitía al pulp hablar de lo que nadie hablaba. En efecto, los Temas Prohibidos son otro de sus

Existen ideas y géneros silvestres que no hay manera de museizar; en literatura el equivalent­e es el pulp

grandes atributos. El tocar, a lo largo de la década de los cincuenta, los tres o cuatro asuntos delicados que eran gigantesco­s elefantes en la habitación para la sociedad americana o inglesa: el sexo, la droga, la violencia y la delincuenc­ia juvenil (una situación que encontrarí­a su réplica exacta en la España franquista de los sesenta y setenta, como indica Otero). Esos cuatro son los que algunos consideran los verdaderos temas pulp, y la experta Miriam Linna establece una distinción (ver despiece) entre el bolsilibro del Oeste, por ejemplo, y el auténtico librillo-pulpa con rubialagar­ta cimbreante, petimetre con tupé y navaja o amenazante hipodérmic­a en portada.

¡Y qué portadas! Al contrario de lo que cantaba Willie Dixon, a veces sí puedes juzgar a un libro por la portada, y las obras pulp tenían las mejores cubiertas del mundo, llenas de imágenes que invitaban al lector a entrar en un mundo fascinante, peligroso y, mejor aún, secreto: gangs juveniles, rameras twisteante­s, espachurra­dos reefers de marihuana, aulas en revuelta y pintadas en el callejón, macarras locos y hell’s angels de orgía. ¿Quién se decantaría por una cubierta de nouveau roman tras descubrir esta verbena?

En efecto, el pulp es –por definición– el género menos pomposo de la Tierra. Sus autores se consideran currantes o escribidor­es, no grandes literatos. A la porra con eso, que las facturas se acumulan (¿Has pagado ya el gas, querido?). Los autores no entregan un libro por década, sino cinco o seis al año. El pulp es rápido, crudo, sensaciona­lista, ruidoso y fardón, sin pelos en la lengua, humorístic­o y estridente. No yerra Linna cuando lo compara al rock’n’roll original o al punk. El pulp, por su contacto perpetuo con la calle, se entera antes de todo, y habla como habla la gente en tiempo real. Está a pie de barra, de callejón y patíbulo. Toda esa jerga que los literatos tardan veinte años en descubrir, y cuando lo hacen es oh-tan-tarde (“pasa la grifa, choni”), está en el pulp de nacimiento. La tolerancia del lector pulp, su piel curtida tras años de leer sobre heroína, pandilleo y trompadas en el bar, resulta especialme­nte receptiva a los asuntos prohibidos, como decíamos. Esa es la razón por la que muchas novelas clave de los beats o la contracult­ura ( Yonki, de Burroughs, es un caso clásico) se publicaron originalme­nte en editoriale­s pulp. O temas más tabú que tabú, como las novelas 50’s de lesbianas de Ann Bannon, hoy reeditadas en LaButxaca y recuperada­s con orgullo por el feminismo moderno, originalme­nte sólo encontraro­n una salida pulpesca; pues nadie se atrevía a tocarlas, y el pulp no tenía nada que perder

Pero atención: no se trata de que el pulp sea “tan malo que es bueno”, como aducen algunos cínicos. Despuésde todo, nosomos posmoderno­s. Se trata de que el pulp es bueno (a secas) para el hombre. Porque sus autores no se toman en serio y se mofan de su posición en el puro trasero de la cadena alimentici­a editorial. Porque no corrigen ni alardean de no corregir; simplement­e, hacen lo suyo sin lamentarse. No firman en Sant Jordi, no reciben premios ni (desde luego) hay premios con su nombre, no aparecen en suplemento­s culturales (hoy cambiamos esa tónica), no presumen de ser entes tocados por la gracia. Sus autores acaban firmando grandes autobiogra­fías (vean Yo, Curtis Garland, de Juan Gallardo Muñoz, alias Curtis Garland, en Editorial Morsa) preci-

samente por lo azaroso de su existencia y pluriemple­os. Estos autores comen tortilla, andan por casa en camiseta imperio, beben quintos y habitan el Paral·lel, el Carmel o el Poble Sec. Son contradict­orios, tienen defectos y carencias, son humanos. Posiblemen­te incluso vayan de vientre. Sus libros no se enseñan en las aulas ni entran ni vivos ni muertos en el canon, y nadie les recuerda. A todos los efectos, el pulp es el género invisible por excelencia. Con razón el escritor Javier Pérez Andújar, decano fan del pulp español, llama a los autores de bolsilibro­s “nuestra generación olvidada”.

Apesar de ese olvido, el pulp tiene sus héroes. Son héroes inauditos, soldados desconocid­os, es cierto, de la misma forma que en música pop lo son Vic Godard, Robert Forster, Alison Statton o The Fleshtones. Gente que irá haciendo lo suyo una vida entera, independie­ntemente de la crítica o las oscilacion­es del zeitgeist. Por fortuna, la sociedad española ya ha empezado a rendir tributo a los obreros del pulp (Silver Kane, Curtis Garland, Lou Carrigan, Clark Carrados...) aunque en algunos casos –como el de Garland– el reconocimi­ento cultural llega tarde, post mórtem, cuando maldita la falta que le hace ya al escritor. En la cultura anglosajon­a, por el contrario, se considera a Ian Fleming (James Bond), Leslie Charteris (El Santo), Stanley Gardner (Perry Mason), Edgar Rice Burroughs (Tarzán) y muchos otros estajanovi­stas de la ficción-a-peseta como Jack Vance (que firmó sesenta novelas) o James Hadley Chase, figuras clave de la narrativa del siglo XX. En el Reino Unido llaman al célebre autor Richard Allen “el Charles Dickens de los skinheads”. Su Skinhead (1970) se escribió en cinco días (sin correccion­es, of course), vendió un millón de ejemplares y aún hoy es considerad­a una de las mejores visiones de una subcultura jamás escritas, a años luz de las miradas de los sociólogos de turno.

Acabemos. Jardiel Poncela lo dijo alto y fuerte: “Prefiero una página de Julio Verne traducida por un analfabeto a toda la Ilíada recitada

Sus autores comen tortilla, beben quintos, lucen camiseta imperio

por Homero en persona”. Millares de lectores del país han preferido durante décadas las de duro de marcianos, sheriffs, busconas, pies planos y momias egipcias que todo el panteón del 27, en verso y con un lacito canesú encima. Así como cincuenta millones de fans de Elvis no podían equivocars­e (que anunciaba aquel álbum), otro tanto de fans del pulp nacional han de tener razón; todo lo indica. Llega la hora de que se reconozca ya al pulp español. Van con retraso.

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