Cinco propuestas negras
Una selección muyacotada de propuestas para este verano que suponen un soplo de aire, más que fresco, encantadoramente viciado
Era un hombre modélico, educado, elegante y católico. Un hombre blanco y abstemio apuñalado en su cocina cuando se disponía a disfrutar del vodka escondido en un rincón de la nevera. ¿Quién es el principal sospechoso? Corren los años setenta y en esa ciudad de Sudáfrica el apartheid está en plena forma. Tiene que haber sido algún criado negro, o cualquier otro “cafre” cercano. “Cafre” es un calificativo habitual en esta historia, con el que el poli blanco, el teniente Kramer, se refiere a sus colaboradores negros. Ysu principal colaborador es el sargento Zondi, un tipo muy sólido que por sospechosos motivos acaba en una lejana carretera con un presunto culpable de copiloto. Los diálogos tremendos, las formas, usos y vicios de esa sociedad enriquecen este testimonio de un tiempo no tan remoto, el que propició que Mandela se eternizara en la cárcel. El leopardo de la medianoche y La canción del perro son otros de los títulos de este tan buen escritor llamado James McClure –cuánta vitalidad irradian sus pági- nas–, nacido en Sudáfrica y fallecido en el 2006 en Inglaterra.
En la parte superior del globo terráqueo, exactamente en Suecia, trabaja otro equipo de investigadores. Son gente de hoy, con variedad de conflictos (estos nórdicos están majaretas, diría Astérix), tienen recursos y no semueren de ca- lor. Pero sí de aburrimiento, puesto que este equipo especial necesita, para funcionar, “un crimen de verdad”. Los conocimos en Misterioso, en donde Arne Dahl se presentaba –rotundamente– como un escritor con gran ambición narrativa, comprometido y documentado. Y con buenos personajes: Paul y Kersint se reencuentran para investigar un caso –la muerte de un joven en un pub de Estocolmo– que pasa de lo vulgar a acercarse a ese algo “de verdad” (léase terrorismo y oscuras interrelaciones). A la trepidante trama se le añaden las historias personales. Si la joven Kersint –que sufrió abusos de pequeña– es alguien singular, no lo es menos el policía maltratador arrepentido, o el padre primerizo con más de cincuenta años.
Rabia e intriga
La francesa Dominique Manotti, historiadora y profesora, dijo alguna vez que se había lanzado al género negro “por desesperación”. Manotti es una excelente escritora dramática, indignada y testimonial (la descubrió en nuestro país la editorial Tropismos), y esta narración coral en tiempo presente le toma el taquicárdico pulso a esa periferia norte de París de la que nos llega, a fuerza de veracidad, su olor a basura abandonada. Desde la explotación de menores, a dos jóvenes y novatos polis que estrellan sus ilusiones de justicia en un pai-
La escritura de Joseph Kanon no admite ni un segundo de distracción, sobre todo por sus afilados diálogos
saje de corrupción y derrota. Cada escena refuerza este vigoroso conjunto. Es un placer seguir a la valiente Manotti por territorios minados, hasta las raíces de la rabia.
La escritura del autor de El buen alemán y Los álamos no admite ni un segundo de distracción (como no lo admiten Alan Furst o Gra-
ham Greene), sobre todo por sus brillantes y afilados diálogos. Joseph Kanon (Pensilvania, 1946) escoge Estambul para que tipos como Leon Bauer (expatriado norteamericano, comerciante y espía ocasional) suelte verdades y, a la vez, mienta de forma brillante. A Bauer le encargan, finalizada la Segunda Guerra Mundial, un último trabajo que iba a ser fácil. Y que lo convierte en poseedor de algo –alguien– muy codiciado. El holocausto cuando aún no entendían sus dimensiones reales. La huella del horror en los ojos de Anna, esposa de Leon, que ayudaba a los judíos. Frivolidades y miserias de los diplomáticos americanos y su guerra sorda –Fría– con los rusos. Inolvidable esa chica trágica y delgada que vende su cuerpo. Y esa ciudad hermosa y turbia de la que
Jean-Luc Bannalec es seudónimo de un señor que ha apostado por una elegante y seductora intriga
Kanon cuenta su historia y hace inteligente relato.
Un soplo de aire
La descripción inicial de ese paisaje de la costa bretona, una brillante mañana de julio, en donde el comisario Dupin se dispone a tomar un café y leer el periódico, depara singulares momentos. Jean-Luc Ban- nalec es seudónimo de un señor que ha apostado por una elegante y seductora intriga. En el pueblo de Pont-Aven, en el gran hotel, han asesinado a su famoso y célebre director. Esas mismas paredes han cobijado al pintor Paul Gauguin y a otros artistas, y allí sólo era concebible la belleza y la mejor tradición hotelera. Yahora en cambio hay un testamento, una historia de familia –no muy edificante– y un comisario de París exiliado en esos paisajes en donde para dar con un asesino tiene que hablar de historia del arte. Asomarse a este pueblo, con personajes –algunos de ellos exquisitamente provincianos, otros maravillosamente gourmets– es una de las mejores ideas para este verano. Un soplo de aire al que, por ser novela negra, no se le puede calificar de fresco, sino de encantadoramente viciado.