El registro de una vida
“Yo pinto del mismo modo que otros escriben su autobiografía”, dijo Picasso. Como explica la muestra que ahora puede verse en el Museu Picasso de Barcelona, la obsesión de este artista por definir su propia identidad –como hombre, como artista– se hizo visible en su obra a través del autorretrato, aunque sin limitarse a él. Y es revelador que eso ocurriese con especial intensidad en los años anteriores a 1907, una fecha asociada en la historia del arte moderno a la creación de Les demoiselles d’Avignon, la antesala del cubismo que convertiría a este artista en un mito de la modernidad, y en los años que pre- ceden a 1973, ante el abismo de una muerte cada vez mas próxima.
Pero Picasso no sólo registró los estragos del tiempo y la vida sobre su rostro, como hicieron Rembrandt, Goya o Van Gogh: motivos como el minotauro o el arlequín fueron alteridades escogidas para aludir a determinados aspectos de su personalidad. Este hecho eleva al infinito la aproximación al tema, pero esta muestra no se propone explorar todas las posibilidades de la autorrepresentación en Picasso, sino seguir un criterio más restrictivo combinando el discurso temático y el cronológico, la narración y el análisis formal, para poner de manifiesto dos líneas de interpreta- ción que vertebran todo el trayecto creativo del artista: la construcción de su imagen como artista y la obsesiva presencia del trinomio sexo-vida-muerte.
Aprendizaje y bohemia
Ambas líneas se manifiestan con fuerza, se solapan y se fertilizan mutuamente a lo largo de los años, pero en cada momento se enfati-
Motivos como el minotauro o el arlequín fueron alteridades para aludir a su personalidad
zan unos significados sobre otros, y la pulsión autorepresentativa asume estilos y técnicas distintas en cada caso. Transitando por setenta años, la exposición pasa por el periodo de aprendizaje infantil y juvenil, la bohemia del cambio de siglo en Barcelona y Madrid, las posiciones marginalizadas y los conflictos emocionales del periodo azul, el abordaje de París, la fascinación por el arte primitivo e ibero, o el camino al cubismo, con piezas tan emblemáticas como el autorretrato del año 1901 que se conserva en el Museum of Modern Art de Nueva York, vigorosamente titulado Yo, o el no menos célebre autorretrato precubista del año 1907 de
la Narodni Galerie de Praga.
En este primer bloque anterior al cubismo Picasso pinta figuras en escenas variadas, a veces eróticas. Y con frecuencia aparece la figura del pintor en sentido tradicional, incluso velazqueño: con gran dignidad, paleta en mano y reflexionando. Pero hacia 1907 hay un cambio de orientación: aunque Pablo Picasso retrataría entonces a los grandes marchantes del cubismo –Ambroise Vollard, Daniel-Henry Kahnweiler, Willem Uhde–, su propia imagen desaparece del territorio pictórico para emerger en otro probablemente inesperado: la fotografía. Después de la I Guerra Mundial, el Picasso que ha descubierto en Italia la vitalidad del clasicismo se autorretrata à la Ingres en un dibujo a lápiz que cobra un nuevo significado al ser identificado por los comisarios como realizado a la muerte de Guillaume Apollinaire: una mirada retrospectiva, entre melancólica y asustada, ante el cierre de una etapa.
Ya en los años veinte la sombra proyectada se convierte en un código que funde presencia y ausencia. Más adelante, cuando la figura de Picasso se aleja de la primera línea de la vanguardia, sus obras reivindican la figura del artista –de él mismo y de todos los artistas de la historia que han practicado la pintura y la escultura cuando estas entraban en una profunda crisis conceptual–. Finalmente, despojado de todo atributo que pudiese identificar un oficio o un lugar en el mundo según las normas del retrato tradicional, Picasso reaparece en el terrible lienzo del 30 de junio de1972 sólo comoun hombre: fuerte y desvalido al tiempo, consciente de la vida que se escapa y que le rodea, en el montaje de la exposición, a través de los grabados de temas eróticos, teatrales, festivos: de nuevo Eros y Tánatos.
Coincidiendo con el cincuentenario de la inauguración del Museu Picasso de Barcelona, esta exposición es un homenaje a Picasso y a su relación con una ciudad esencial en su formación artística.