¿Es divertido el arte?
Frente al arte que distrae, divierte y entretiene, cuyo punto álgido fueron los sesenta, hay un arte que inquieta y que bebe del sufrimiento
¿Es divertido el arte? ¿Debe serlo? Hay quienes creen, y no son pocos, que el arte es un vehículo para la evasión, el entretenimiento y el ocio contemplativo. Tratándose de la pintura y la escultura, ¿estaríamoshablando de imágenes decorativas, amables, suntuarias, subalternas de algo? “La vida ya es demasiado complicada como para tener que mirar cosas desagradables”. Mirar, leer, escuchar… El punto álgido de este espíritu evasivo se produce en los sesenta. El flower power, el consumo de delicias químicas y naturales, el amor libre, Bob Marley. La felicidad sin brida en los campus estadounidenses donde, incluso, los mas feos, como Aranguren –lo decía él– se relacionaban entre clase y clase. Yellow submarine. La estética pop. Sargent Pepper’s, el diseño de Cuevas. El sujetador en el armario, el pelo largo y la barba libre. Berkeley. La imaginería hippy. LSD, y un arte contracultural, pacifista y alterado por el ácido. Muchas ideas, algunas de ellas grandes, y una única coincidencia: huir de la trascendentalidad. Al margen de muchas ruinas humanas, todo aquello dejó un pozo en la conciencia colectiva: la creación en general debía ser un juegomalabar destinado a distraer. Algo muy diferente de lo que ha sido, a lo largo de la Historia del Arte, la voluntad del artista, su compromiso y su lucha feroz para unir materia y conocimiento. Y pensamiento. Y voluntad de cambio. Naturalmente que, siempre, ha habido obras insignes muy irónicas, sarcásticas, humorísticas, incluso grotescas; pero nunca banales ni frívolas. Si las hubo, no dejaron huella.
Hay algo inexplicable que pare- ce imposibilitar que, sosiego, felicidad y creación se unan. Estamos ante un antagonismo secular. El artista en menor o mayor grado, es un ser en convulsión que maneja misterios e intuiciones. Incluso psicopatías. Grandes creadores han preferido no aligerarse de su caos interior para poder seguir creando. Otros han evitado a psicólogos y psiquiatras cuando sabían que los podían ayudar en sus sufrimientos (Rilke). Peter Ames Carlin en su libro Bruce escribe: “creo que Springsteen tenía miedo de ser feliz porque eso estropearía su fuerza creativa”. Las referencias son exhaustivas: la incurable sensibilidad enfermiza de Poe, los trastornos de Wasler, las neurosis de Munch, la desasosegante rabia social de Miguel Hernández, la tanatofobia de Espriu, la autoculpabilidad homosexual de Bacon, el delirium trémens de Lowry… Salvo en casos aislados, el creador, trabaja a partir del inconformismo, y quizá de la angustia, no de un estado de júbilo. De lo que querría ser y no es, ni él ni el mundo ¿Es, pues, el arte un acto de exorcismo? Si, y también de amor y de muerte. Y un proceso para entender mejor el mundo. Y, por supuesto, para hablarle al hombre del propio hombre. El gran arte es dramático, el gran teatro trágico, la gran novela existencial… Quizá por eso recordar los 60 sea un ejercicio de nostalgia más que de memoria. Una aportación más social que artística, pero que ha dejado un poso en algunos aficionados al arte. Una cierta tendencia, o una opción, a entender la creación como algo recreativo. Hay un arte que inquieta y otro que distrae. En fin… afortunadamente todo son opiniones.