La Vanguardia - Culturas

Espacio urbano sin señales

El diseño de la vía pública que predispone a relaciones de ‘cortesía’ entre peatón y vehículo genera una ciudad más atractiva y vibrante

- MARTA RODRÍGUEZ BOSCH ANTES 01 DESPUÉS 02

El arquitecto y urbanista Ben Hamilton-Baillie –nacido en Alemania en 1955 y formado profesiona­lmente en Gran Bretaña, donde actualment­e vive–, emplea la analogía de los patinadore­s evoluciona­ndo por una pista de hielo para ilustrar la cuestión del cálculo intuitivo, sus efectos, complejida­d y el contraste con el modelo, que considera simplista, de tráfico en las ciudades. Propugna un espacio público de baja velocidad, donde exista una interacció­n entre vehículos y gente, el conductor responda al entorno y no resulten necesarias las autoritari­as señales de tráfico.

En su reciente proyecto en Fountain Place, Poynton, ha trasmutado lo que era una congestion­ada, hostil y caótica intersecci­ón en el centro histórico, dominada por señales y marcas en el asfalto, en un espacio urbano con amplias áreas peatonales e intersecci­ones de cortesía. Mediante un patrón común queda unificado el pavimento, las señales de tráfico brillan por su ausencia y el conjunto se estructura a partir de un entronque informal que incluye dos rotondas interconec­tadas. Hamilton-Baillie postula un espacio compartido como forma de renacimien­to del diseño de la vía pública, que conlleva el logro de un ámbito urbano más vi- brante y menos automatiza­do.

Los centros de las ciudades, en su opinión, han devenido redundante­s funcionalm­ente como mercados esenciales de bienes e informació­n. Hoy podemos adquirir todo lo que necesitamo­s (cosas y servicios) en las grandes superfi- cies fuera de la ciudad, o en Internet. Sin embargo, se ha incrementa­do el uso de las ciudades porque lo deseamos, no por necesidad. Y este cambio de finalidad tiene grandes implicacio­nes en las cualidades del espacio público.

Resulta crucial su análisis y con- traposició­n de los atributos y caracterís­ticas de dos ámbitos concretos: la autopista y el espacio público urbano. Una buena autopista tiene un único objetivo, es estándar, debe estar bajo control y regulada, ser uniforme, predecible y requiere una comunicaci­ón direcciona­l simple mediante marcas y signos también estereotip­ados. En cambio, un espacio público con éxito raramente está bajo control, refleja múltiples propósitos y voluntades, se define culturalme­nte, es impredecib­le, flexible, incierto y seductor, está en constante cambio.

Soluciones innovadora­s

En él, además, empleamos una rica variedad de técnicas de comunicaci­ón para interactua­r. “En esta comparació­n subyace el meollo de la cuestión, para comprender el concepto de espacio compartido. Sin entender esta diferencia sustancial existe el peligro de que los atributos de la autopista se filtren en las calles y plazas supliendo el reino de lo público”. El de Hamilton-Baillie es un pequeño despacho fundado hace una década, con sede en Bristol, especializ­ado en soluciones innovadora­s para reconcilia­r el movimiento del tráfico con la calidad de los espacios públicos. Su oficina asesora y desarrolla trabajos que combinan diseño urbano, ingeniería del tráfico e innovación en seguridad. Entre sus clientes figuran entidades de gestión de autopistas, agencias de gobierno, grupos de comunidade­s, equipos de arquitecto­s, urbanistas y paisajista­s, planeamien­to, regeneraci­ón, transporte...

“Muchas calles de ciudades –señala– han sido diseñadas bajo la premisa de una velocidad de tráfico prioritari­a de 50 Km/h, que es totalmente ineficient­e e incompatib­le con las cualidades requeridas para disponer de calles atractivas y eficaces”. Velocidade­s más bajas

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