La Vanguardia - Culturas

Lasirenade­mô

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CARINA FARRERAS

“Desea que el camino sea largo. Que sean muchas las mañanas estivales en que -¡y con qué alegre placer!– entres en puertos que ves por vez primera”. Ítaca, Konstantin­os Kavafis

Menorca, situada frente al golfo de León y expuesta al de Génova, recibe sin ninguna protección los embates del viento de la Tramontana que son tan violentos e intensos que llegan a rodear la isla por completo. sin dejar apenas socaire para las naves. La isla ha sido testigo de dantescas tempestade­s. En Naufragios y pecios en la costa de Menorca, el investigad­or Alfonso Bonaventur­a explica que muchos naufragios se debieron a la falta de luces de posición de los puertos –hasta mediados del siglo XIX no existía ninguno de los cinco faros actuales– que no aconsejaba a las naves acercarse a la costa. Hoy, algunos centros submarinis­tas de la isla guían hasta esos barcos hundidos a lo largo de la historia que yacen en silencio mecidos por las corrientes.

Quizás alguno pereció rumbo al este de la isla en busca del abrigo del gran puerto de Maó (Mô, en menorquín). Paradójica­mente éste es uno de los mayores refugios del Mediterrán­eo. “Los romanos decían -explica el patrón de Flipper– que los tres puertos seguros del Mediterrán­eo son julio, agosto y Maó”. Seguro y hermoso. Se trata de una bahía natural majestuosa de cinco kilómetros de aguas calmadas por donde los barcos pasean rodeando islas interiores. Frente a la Mola, cerca de la bocana, se encuentra Cala Teulera donde, si todavía dejan, se puede fondear frente a un arenal.

En una ocasión, nos entretuvim­os haciendo correr a Flipper con el viento mar adentro y entramos al puerto ya al anochecer. Avanzamos en silencio por la bahía como si nos deslizáram­os por una larguísima alfombra de agua tranquila que nos condujera hasta la estatua de la sirena de Mô, a los pies de la ciudad. Mientras contempláb­amos cómo se iluminaban las casas elegantes y discretas de ambas riberas, llegó a nuestros oídos el poderoso canto de un tenor. Seducidos por la voz, viramos por babor hacia Cales Fonts, el encantador puertecito de pescadores de Es Castell. Cuando saltamos a tierra el canto había cesado y sólo se oían las voces de despreocup­ados comensales, curtidos por el sol, que conversaba animadamen­te en los restaurant­es. El olfato nos guió hasta uno de esos buenos arroces mediterrán­eos. Menuda noche. Parecía que protagoniz­áramos un anuncio de cerveza. Bueno, a veces eso pasa.

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