La prehistoria del ‘hazlo tú mismo’
Se recuperan algunos elepés costeados por los propios músicos, con entusiasmo y sin cinismo
Producto de una época de bonanza económica y tocadiscos estereofónicos, los denominados vanity pressings, elepés costeados por el propio artista, nos devuelven a un estado de ingenuidad e idealismo, de rozagante extravagancia al más puro estilo estadounidense. Manufacturados en tiradas cortas, evocan una apasionada inmediatez, un anhelo de conexión humana, que ha atraído a coleccionistas de la otredad, recolectores en mercadillos de esa inefable autenticidad, la dimensión mortal del arte, que tan amenudo se pierde entre intermediarios. Hoy que todos somos ya artistas, cualquiera puede autoeditarse un disco. En aquellos días se requería una devoción rayana con el delirio, y esta suele acabar impregnando la creación.
El fenómeno ha inspirado el voluminoso libro Enjoy the experience: Homemade records 19581992, atiborrado de portadas de lo que algunos verán como arte pobre, otros como sublimación de idiosincrasias tan irrepetibles comoel adn de cada uno de nosotros. Los textos incluidos indagan en las motivaciones de artistas de medio pelo o simples aficionados, compositores e intérpretes de música estimulante y libérrima, que las grabaciones comerciales, lastradas por la profesionalidad, no podrían igualar. Además de capítulos glosando a una cincuentena de pioneros lounge y crooners de restaurante, conjuntos pop y proselitistas cristianos, viriles solistas o exóticas cantantes, se incluye una entrevista con la eminencia Paul Major, guitarrista del grupo neoyorquino Endless Boogie.
“Estos artistas se muestran infantiles, ven la introspección como dinámica primaria de sus vidas, una instantánea gratificación”, describe en el prólogo Johan Kugelberg. “Algo que el negocio musical neutraliza. La logística financiera y la apuesta ante el mercado, que eran y son requisito indispensable de una industria sin garantías de encontrar un público para su producto, resultan en una mercantilización creativa anterior a la propia comercialización. Todo lo espontáneo, característico, fuera de tono o amateur, será su-
Editarse un disco en aquellos días requería una devoción rayana con el delirio, y esto impregna la creación
primido por ósmosis y reemplazado por aquello que muestre similitudes con lo que el mercado ha dictado previamente. Estos álbumes privados, hechos a medida, ofrecen todo lo contrario a lo estipulado”.
El monte Everest de este submundo, tan cutre como vitalista, serían The Shaggs y su elepé The philosophy of the world. Tres hermanas obligadas por su señor padre a registrar canciones que, pese a su arritmia y disonancia, siguen conmoviendo. Hay otros muchos melómanos destacados, asaltándonos con la intrepidez de quien nada tiene y por lo tanto nada tiene que perder: miembros de minorías étnicas o sexuales, parejas de hecho y dúos consanguíneos, vocalistas suntuosos y solemnes instrumentistas. La mayoría perdedores vocacionales que prensaban unos pocos ejemplares como souvenirs de sus desatendidas actuaciones o muestras promocionales llamadas a ser desechadas por agentes y cazatalentos.
Sus discos infunden un sentido del asombro y la singularidad impensables en un producto comercial homologado. Kugelberg
El monte Everest de este submundo vitalista serían The Shaggs y su elepé ‘The philosophy of theworld’
aduce que resultan “sublimes”, en el sentido en que lo sublime se opone a la noción tradicional de belleza. Ya lo enunció Kant: la belleza es finita, lo sublime ilimitado. “Estos discos quizás buscaran una noción romántica de lo pintoresco, pero el oyente se siente impactado por su misterio de impermanencia, precisamente lo que asemeja el arte a nuestras vidas”, apunta el editor.
Sólo unos pocos tenían acceso a estas estrafalarias o entrañables carátulas en los tiempos preinternet. Hoy que cualquiera puede acceder a lo que contenían los microsurcos en su interior –el libro incluye código para descargar veinte temas–, corremos el peligro de que sean pasto del contaminante esnobismo posmoderno.No los veamos únicamente como risibles detritos, merecen nuestro entusiasmo e implicación. Sólo así desvelarán su genuina verdad, la ausencia de cinismo de una época anterior a la consagración del adolescente como abrasivo dictador cultural. Un mundo perdido, de una rara pureza.