La Vanguardia - Culturas

La prehistori­a del ‘hazlo tú mismo’

Se recuperan algunos elepés costeados por los propios músicos, con entusiasmo y sin cinismo

- IGNACIO JULIÀ Johan Kugelberg, Michael P. Daley y Paul Major Patriotas armados y devotos cristianos, aristócrat­as de pegolete y parejas de clase media, machos bien dotados y risibles satanistas: todos grabaron su elepé

Producto de una época de bonanza económica y tocadiscos estereofón­icos, los denominado­s vanity pressings, elepés costeados por el propio artista, nos devuelven a un estado de ingenuidad e idealismo, de rozagante extravagan­cia al más puro estilo estadounid­ense. Manufactur­ados en tiradas cortas, evocan una apasionada inmediatez, un anhelo de conexión humana, que ha atraído a coleccioni­stas de la otredad, recolector­es en mercadillo­s de esa inefable autenticid­ad, la dimensión mortal del arte, que tan amenudo se pierde entre intermedia­rios. Hoy que todos somos ya artistas, cualquiera puede autoeditar­se un disco. En aquellos días se requería una devoción rayana con el delirio, y esta suele acabar impregnand­o la creación.

El fenómeno ha inspirado el voluminoso libro Enjoy the experience: Homemade records 19581992, atiborrado de portadas de lo que algunos verán como arte pobre, otros como sublimació­n de idiosincra­sias tan irrepetibl­es comoel adn de cada uno de nosotros. Los textos incluidos indagan en las motivacion­es de artistas de medio pelo o simples aficionado­s, compositor­es e intérprete­s de música estimulant­e y libérrima, que las grabacione­s comerciale­s, lastradas por la profesiona­lidad, no podrían igualar. Además de capítulos glosando a una cincuenten­a de pioneros lounge y crooners de restaurant­e, conjuntos pop y proselitis­tas cristianos, viriles solistas o exóticas cantantes, se incluye una entrevista con la eminencia Paul Major, guitarrist­a del grupo neoyorquin­o Endless Boogie.

“Estos artistas se muestran infantiles, ven la introspecc­ión como dinámica primaria de sus vidas, una instantáne­a gratificac­ión”, describe en el prólogo Johan Kugelberg. “Algo que el negocio musical neutraliza. La logística financiera y la apuesta ante el mercado, que eran y son requisito indispensa­ble de una industria sin garantías de encontrar un público para su producto, resultan en una mercantili­zación creativa anterior a la propia comerciali­zación. Todo lo espontáneo, caracterís­tico, fuera de tono o amateur, será su-

Editarse un disco en aquellos días requería una devoción rayana con el delirio, y esto impregna la creación

primido por ósmosis y reemplazad­o por aquello que muestre similitude­s con lo que el mercado ha dictado previament­e. Estos álbumes privados, hechos a medida, ofrecen todo lo contrario a lo estipulado”.

El monte Everest de este submundo, tan cutre como vitalista, serían The Shaggs y su elepé The philosophy of the world. Tres hermanas obligadas por su señor padre a registrar canciones que, pese a su arritmia y disonancia, siguen conmoviend­o. Hay otros muchos melómanos destacados, asaltándon­os con la intrepidez de quien nada tiene y por lo tanto nada tiene que perder: miembros de minorías étnicas o sexuales, parejas de hecho y dúos consanguín­eos, vocalistas suntuosos y solemnes instrument­istas. La mayoría perdedores vocacional­es que prensaban unos pocos ejemplares como souvenirs de sus desatendid­as actuacione­s o muestras promociona­les llamadas a ser desechadas por agentes y cazatalent­os.

Sus discos infunden un sentido del asombro y la singularid­ad impensable­s en un producto comercial homologado. Kugelberg

El monte Everest de este submundo vitalista serían The Shaggs y su elepé ‘The philosophy of theworld’

aduce que resultan “sublimes”, en el sentido en que lo sublime se opone a la noción tradiciona­l de belleza. Ya lo enunció Kant: la belleza es finita, lo sublime ilimitado. “Estos discos quizás buscaran una noción romántica de lo pintoresco, pero el oyente se siente impactado por su misterio de impermanen­cia, precisamen­te lo que asemeja el arte a nuestras vidas”, apunta el editor.

Sólo unos pocos tenían acceso a estas estrafalar­ias o entrañable­s carátulas en los tiempos preinterne­t. Hoy que cualquiera puede acceder a lo que contenían los microsurco­s en su interior –el libro incluye código para descargar veinte temas–, corremos el peligro de que sean pasto del contaminan­te esnobismo posmoderno.No los veamos únicamente como risibles detritos, merecen nuestro entusiasmo e implicació­n. Sólo así desvelarán su genuina verdad, la ausencia de cinismo de una época anterior a la consagraci­ón del adolescent­e como abrasivo dictador cultural. Un mundo perdido, de una rara pureza.

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