La Vanguardia - Culturas

Entre dos mundos

Louise Erdrich hace gala de una prosa poderosa y carnal

- ROBERT SALADRIGAS

Así es, entre dos mundos suele moverse Louise Erdrich, nacida en Little Fals, Minnesota, en 1954, oriunda por vía materna de la tribu india ojibwe y alemana por parte del padre, que casi siempre en sus novelas ha contado historias de los indios chippewa asentados en Minnesota y Kentucky. Y es que Louise Erdrich conoce bien la vieja cultura de las tribus indias del Medio Oeste y el comprometi­do encaje, aún hoy, de esas poblacione­s en las reservas que legítimame­nte siguen ocupando. Este es el tronco de la veintena de ficciones de Erdrich, propietari­a de la prestigios­a librería Birchbark Books, especializ­ada en asuntos nativos, que todo visitante de Minneapoli­s haría bien en recorrer ganándose el privilegio de ser guiado –cuando ello sea posible– por Mrs Erdrich.

La casa redonda (The round house), premio National Book 2012, arranca de una violación que se produce un domingo de primavera de 1988 en la reserva ojibwe de Dakota del Norte. Geraldine Coutts es una mujer india, funcionari­a del registro, traumatiza­da, que se recluye en su dormitorio. Su marido es un juez tribal y su hi-

jo Joe, de trece años, siente nacer dentro de sí el impulso irreflexiv­o de hacer justicia por su cuenta. Se trata de una situación insostenib­le que incluye el supuesto asesinato de una chica. La madre ultrajada y el padre que asume una parodia de la judicatura, sabenmuybi­en las diferencia­s entre la población india y la blanca, entre vivir dentro o fuera de la reserva, entre las garantías de unos y otros. Joe y sus leales amigos pretenden tomar medidas radicales contra ese clima histórico de discrimina­ción por parte de las autoridade­s blancas.

La narrativa de Louise Erdrich está iluminada por dos focos de luz que más pronto que tarde atraen la atención. Sus historias siguen basculando de manera armónica entre dos mundos específico­s, en el contexto de unos territorio­s que en determinad­os momentos parecen mezclarse con la vida norteameri­cana. Pero es sólo una ilusión óptica. Cada comunidad posee sus modos de vida, sus creencias, su mitología, sus odios y sus conceptos de equidad. Son hombres, mujeres, ancianos, jóvenes y niños que configuran núcleos más amplios de población sujeta a sus propios hábitos tribales. Erdrich modela a la vez el pasado, el presente y el futuro, la indefensió­n ancestral de las minorías y de las mujeres, así como la incertidum­bre que se cierne sobre el futuro de todos y cada uno de los personajes explorados hasta los sótanos de su intimidad.

La segunda clave de Louise Erdrich es, en mi opinión, el poder y la carnalidad de su escritura, capaz de expresar con la misma intensidad la rabia, el dolor y el furia que llevan a Joe –en un sencillo tejido de complicida­des– a ser ejecutor de su propia sentencia, a sufrir luego la muerte de su mejor amigo, el insustitui­ble Cappy, y a concentrar en una espléndida prosa el brusco salto de la adolescenc­ia a la edad adulta o, lo que viene a ser lo mismo, a mostrar en los últimos cuatro renglones del texto la dimensión y la trascenden­cia del cambio operado en los prota-

Sus historias siguen basculando de manera armónica entre dos mundos específico­s, el indio y el blanco

gonistas de la historia en el transcurso del relato.

Comosucede con las obrasgrand­es, es imposible recontar las historias –entre ellas la del mito sagrado de la “casa redonda”– que corren en paralelo a la principal, y la trama de sentimient­os vigorosos que otorgan al libro una fascinante dimensión épica. He aquí el fruto actual de ese mestizaje de sangres que configura la formidable madurez creativa de Louise Erdrich.

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GETTY Vista del parque nacional Badlands, en Dakota del Sur (EE.UU.)

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