La Vanguardia - Culturas

Buscando a Miroslav Krlež

El autor viaja a Zagreb para conocer la casa museo de uno de los autores croatas más importante­s del siglo XX, olvidado por los suyos

- ALBERT BRANCHADEL­L

Miroslav Krlež , patriarca de las letras croatas del siglo XX, nació en Zagreb en 1893 y murió allí 88 años después. Sin moverse de su ciudad, vivió en siete países diferentes. Cuando nació, Zagreb pertenecía al Imperio austro-húngaro y, como súbdito de la monarquía dual en 1916, Krlež fue enviado al frente de Galitzia. Este episodio como soldado del ejército imperial y real propulsó su vocación literaria (y también su militancia en el partido comunista). De 1917 son sus primeros poemas de la “lírica de guerra”, y sobre la desastrosa experienci­a del frente escribió las prosas antibélica­s de Hrvatski bog Mars ( Marte dios croata) y la obra Galicija ( Galitzia), una metáfora de la decadencia del Imperio de los Habsburgo.

El segundo país de Krlež fue el efímero Estado de los eslovenos, croatas y serbios constituid­o en 1918 a raíz de la desintegra­ción del Imperio, que todavía no incluía a los serbios de Serbia. La unión con Serbia dio paso a su tercer país, el Reino de los serbios, croatas y eslovenos, que después del golpe de estado del rey Alejandro fue rebautizad­o como Reino de Yugoslavia. En este periodo de entreguerr­as, Krlež produjo sus obras de más renombre. En el año 1928 compuso el drama strindberg­uiano Gospoda

En un prospecto de la oficina de turismo de Zagreb no hay ninguna referencia a la famosa villa del escritor

Glembajevi ( Los Glembaj), donde describe el declive de una familia burguesa del norte de Croacia, lleno de diálogos que alternan el croata y el alemán. Y en 1932 su única obra traducida al castellano, Povratak Filipa Latinovicz­a (El retorno de Filip Latinovicz), el retrato de un pintor atormentad­o que después de años de errar por Europa regresa a Croacia para vivir en carne propia “el ocaso de una vieja civilizaci­ón”.

En 1939 Krlež fue excluido del partido comunista por un panfleto contra Stalin. Después de la invasión nazi, en lugar de unirse a los partisanos se autoexilió en Zagreb y su quinto país fue el Estado Independie­nte de Croacia, el país títere de Hitler dirigido por los siniestros ustacha de Pavelic. El 8 demayo de 1945 los partisanos entraron en Zagreb, y Krlež se convirtió en ciudadano de su sexto país, la República Federal Popular de Yugoslavia, que en 1963 todavía se transformó en la República Federal Socialista de Yugoslavia, séptimo y último país de la serie.

Krlež aceptó el nuevo régimen, el mariscal Tito lo rehabilitó y el zagrebiano devino una referencia cultural ubicua. Como amigo de Tito, Krlež se pudo permitir una cierta independen­cia de criterio y, sobre todo, gozó de una villa más confortabl­e que los pisos de Novi Zagreb.

Un autor olvidado

La verdad es que hoy Zagreb no se muestra especialme­nte orgullosa de su escritor. En un esmerado folleto turístico, Marko Marulic (1450-1524) es presentado como el padre de la literatura croata; August Šenoa (1838-1881), como el escritor más productivo e influyente del siglo XIX; Antun Gustav Matoš (1873-1914), como el autor de los poemas más queridos de la lengua croata, y Tin Ujevic (1891-1955), como uno de los más grandes poetas croatas. De Krlež solo se dice que dejó una “marca duradera” en la literatura del siglo XX, y no hay ninguna referencia a su famosa villa. En las librerías se nota que Krlež acaso ya no es lo que era. En Ljevak el viajero observa que sus obras completas en tapa dura yugoslava están de saldo; en la librería de viejo Zlatarevo Zlato le ofrecen un ejemplar de la edición original de la Lirika de 1919 por un precio irrisorio.

Después de la vuelta preceptiva por las librerías el viajero toma la calle Tuškanac, que trepa suavemente por la montaña. En un cruce, tropieza con la estatua de Krlež. El escultor lo representó barrigudo, casi deforme, con una pose como de ulceroso. La estatua mira hacia arriba, hacia una casa que se atisba entre los árboles. Sí, es la villa de los Krlež. El viajero se podría plantar en un momento por el jardín, pero prefiere seguir por Tuškanac y girar por Krlezin Gvozd, reproducie­ndo el recorrido que el matrimonio haría tantas ve- ces a bordo de un posible Zastava negro. Cuando el callejón se termina, el viajero encuentra la valla de la finca. Una placa recuerda que el recinto contiene el memorial Miroslav y Bela Krlež.

El viajero se acerca a la casa y busca la puerta de entrada. Cerrada. Al lado de la puerta hay tres timbres, como en un edificio de viviendas. En uno de los tres, escrito a mano, dice “Memorija M. i B. Krlež”, como si la pareja todavía viviese allí. El viajero llama, conteniend­o la respiració­n (por un momento se imagina que Krlež en persona responderá). Molim? (¿por favor?) –dice una voz joven que tiene una chispa de sorpresa. Govorite li engleski? (¿habla inglés?). Ne (no). Govorite li njemacki? (¿habla alemán?). Ne, samo hrvatski (no, sólo croata). Kada... može vidjeti muzej? (¿cuándo... se puede ver el museo?). La voz responde: utorkom.

El viajero sabe que utorkom es utorak en caso instrument­al. Yutorak significa martes. El viajero empalidece y mira el reloj. Efectivame­nte, es jueves. Una lástima, piensa el viajero antes de salir (ahora sí) por el jardín, dar un último saludo a la estatua abombada que mira la villa y sumergirse de nuevo en el tumulto de la ciudad.

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ALBERT BRANCHADEL­L Estatua de Miroslav Krlež en Zagreb

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