Conanysus dobles
El personaje vuelve en su genuina ficción literaria, en una antología con algunos de los mejores relatos escritos por su creador R. E. Howard
La leyenda de Conan el cimerio nació hace ochenta años, de la mano del escritor Robert Ervin Howard. Él mismo es personaje para una historia, en su Texas natal, cuyas inmensas llanuras y oscuros bosques marcaron el paisaje de las aventuras del bárbaro y aparecen en el abundante legado de literatura pulp que dejó antes de su suicidio, con sólo treinta años.
Conan se publicó por primera vez en las páginas de Weird Tales, la revista donde una colección de escritores se daban a conocer escribiendo relatos a centavo por página. Tras este largo viaje del guerrero, su capacidad para fascinar al público sigue intacta. Aunque habría que preguntar cuál es el avatar de Conan que se tiene en mente cuando se piensa en el personaje, si en el rey, el mercenario, el individuo oscuro que obedece a unos dioses vengativos, o en ese nómada existencial que camina desencantado por los territorios de Zamora. Pocas figuras de la ficción han sido envueltas en formas tan distintas, incluso contradictorias con la original de los años treinta.
Sería quizá el de las largas aproximaciones que hizo de él el cómic, bien en los tiempos de Marvel o en los más recientes de la editorial Dark Horse, tan alejadas la primera de la segunda, con lecturas desiguales. Por no hablar de su aspecto, habiendo sido dibujado Conan por quienes lo soñaron como un bárbaro supersticioso apenas dotado de otra cosa que no fuese la fuerza bruta, o como un estilizado espadachín reflexivo y escéptico. Por supuesto, muchos lo asocian al recio galán de las superproducciones (o no súper) de Hollywood, que carece de las características del Conan original, pero es el más conocido, encarnado por actores a quienes vamos a calificar de muy pintorescos.
En el caso de los aficionados a la literatura fantástica, Conan es el protagonista del casi centenar de relatos escritos por los epígonos de Robert E. Howard, ya que este sólo dejó veintiún cuentos originales, algunos sin terminar, a partir de los cuales estos escritores, nombres del fantástico y la ciencia ficción (Sprague de Camp, Lin Carter…) desarrollaron las historias según sus intereses, que no coincidían con los rasgos que el autor original había concedido a su personaje y al fascinante universo que lo rodeaba. Esa cosmogonía de Howard donde se desenvuelve Conan, que será clave para entender otros fenómenos del género que se inaugura con él, la espada y brujería, desde El Señor de
Arrebatador pastiche de mitología y leyendas celtas, romanas y medievales, ciencia ficción y terror
los Anillos hasta Juego de Tronos, es un arrebatador pastiche salpicado de historia de las civilizaciones antiguas, mitología y leyendas celtas, romanas y medievales, ciencia ficción, terror… un universo repleto de reinos fantásticos, violencia, sexo, poderes sobrenaturales y la inquietante presencia de seres más allá de lo humano, algo que entusiasmó al amodel horror cósmico, H. P. Lovecraft, con quien Howard mantuvo una gran amistad epistolar.
Conan puede ser ahora leído por fin en una traducción respetuosa con el estilo directo y simple de su autor
Conan y su mundo lleno de presagios, brujos y guerreras, magia y vitalismo, puede ser ahora leído por fin en una traducción respetuosa con el estilo directo y simple, pero no afectado del autor, en una cuidada edición a cargo de Javier Fernández para Cátedra en la colección Letras Populares, de ocho de sus cuentos originales ( La Reina de la Costa Negra y otros relatos), con interesante introducción sobre el autor y los problemas acerca de la confusión entre los textos escritos por los herederos y los de Howard, y esa cantidad ingente de ediciones y reescrituras. En él podemos encontrarnos con la fascinación sin necesidad de cronologías e interpretaciones forzadas: por ejemplo, un Conan en la frontera de una aventura del oeste, el Conan que se parece demasiado al boxeador Robert E. Howard y el guerrero que jura por Crom en los reinos de Hiboria, ese universo explicado según la teosofía de Madame Blavatsky.