La Vanguardia - Culturas

La India demaya

Anuradha Roy despliega una visión sutil, minuciosa y compleja sobre las peculiares formas de vida de la India del norte en el sigloxxi

- ROBERT SALADRIGAS

Ante todo, en este momento conviene distinguir entre Anuradha Roy, autora de dos novelas, Atlas de una añoranza imposible y ahora Los pliegues de la Tierra, y Arundhati Roy, autora de una sola novela, El dios de las pequeñas cosas, premio Booker 1992. Ambas son indias de expresión inglesa. Ignoro el año de nacimiento de Anuradha –no he localizado el dato en las redes– aunque al parecer recibió educación en Hyderabad, Calcuta y Cambridge. Por el contrario, se sabe que Arundhati nació en Shillong, en 1961, y tras el éxito internacio­nal conseguido con su única novela ha centrado sus esfuerzos en defender políticame­nte causas sociales.

No conozco la primera novela de Anuradha Roy, pero a juzgar por la segunda que acabo de leer es posible que en torno a ella haya podido crearse un malentendi­do. Quizá sea oportuno situarla donde le correspond­e, es decir, lejos de las novelas de mujeres para consumo de mujeres. Anuradha Roy –editora de publicacio­nes académicas– es una estupenda creadora de ficciones. Y en Los pliegues de la Tierra ( The folded Earth) demuestra el temple de su narrativa. No quiero caer en la trampa de pensar que el personaje central de Maya Secuira –que narra en primera persona– tiene alguna afinidad con su creadora. No importa que Maya diga haber nacido en Hyderabad, en una familia adinerada –el padre tenía una fábrica de mermeladas–, y que tras el accidente mortal de su joven marido en un lugar poco accesible de la cordillera del Himalaya, el lago de Roopkund, ella se trasladó al norte de la India, a Ranikhet, una localidad con guarnición militar del estado de Uttarakhan­d, al pie de las altas cumbres del Himalaya. Tal vez no sea relevante, al menos desde el punto de vista literario, que Anuradha Roy resida precisamen­te en Ranikhet.

Maya Secuira, una “chica de ojos brillantes y tez color café” según se ve a sí misma antes de ser atacada por la ferocidad del dolor que la fuerza a seguir la estela del

Extrae la historia de sí misma armonizand­o tradición y modernidad en uno de los confines del continente asiático

marido cuyo cuerpo no fue rescatado, por una parte cuenta su grisácea existencia de maestra de escuela y por la otra, a través del microcosmo­s humano y social de Ranikhet, despliega una visión sutil, minuciosa y compleja, atractiva para cualquier lector de mediana sensibilid­ad, sobre las peculiares formas de vida de la India del norte en el arranque del siglo XXI. La novela es larga, pero en ningún momento la lectura flaquea, el interés decae. Anuradha Roy sostiene el ritmo pautado por los cambios de estaciones y el paso más o menos acelerado del tiempo que, sin embargo, a uno se le haría casi impercepti­ble si no fuera porque asistimos al deterioro físico de Diwan Sabith, el casero de Maya y un hombreanta­ño poderoso, en su vejez todavía deslumbran­te, que puede documentar la relación secreta de Nehru con Edwina Mounbatthe­n; o lo percibimos cuando la jovencísim­a y analfabeta Charu, nieta de Ama, se escapa a Delhi en pos de su amado cocinero, y de pronto sabemos que la pareja se ha casado y vive en Shanghai porque ha sido capaz de escribir una primera carta a Maya, su profesora.

Tradición y modernidad

Así, enlazando las vicisitude­s lógicas de las historias de los personajes principale­s o secundario­s, participam­os con naturalida­d en la evolución de la trama hasta desaguar en un final cuya naturaleza, por supuesto, me guardo. El mérito es por entero de Anuradha Roy. ¿Qué tipo de novela es Los pliegues de la Tierra? Una obra trabajada a fondo, bien armada y escrita, que rechaza cualquier intento de etiquetado. No es romántica, ni autobiográ­fica, ni realista, ni historicis­ta, ni hecha a medida para determinad­o lector. Lo que se debe tener presente es que está escrita por una mujer, una mujer india de hoy –quizá en la cuarentena– de origen burgués, que supuestame­nte extrae la historia de sí misma armonizand­o tradición y modernidad en uno de los confines del continente asiático, allá en las estribacio­nes de las altas cumbres de la Tierra y bajo el vuelo inquietant­e, en círculos, de las águilas. Nada hay en ella –en su estilo– de efectista. Es, por tanto, una obra para mí más que digna; es buena.

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ANA GABRIELA ROJAS Anuradha Roy

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