La Vanguardia - Culturas

La fraternida­d

- ANTONI MARÍ

¿Qué podría pensar el ilustrado Nicolas de Condorcet que revisó la redacción de la defensa de los Derechos Humanos y en particular los de las mujeres, los judíos y los negros, que habían sido excluidos del documento? Propuso el sistema educativo de la nación, introdujo la noción básica de laicismo en la enseñanza y realizó las reformas políticas, administra­tivas y económicas del nuevo estado. ¿Qué podría pensar Condorcet, el autor del El progreso del espíritu humano, que lo defendía como la única razón capaz de mejorar, moral y materialme­nte al hombre? ¿Qué pensaría al considerar que el esfuerzo de tantas generacion­es había fracasado y que la corrupción, el abuso de poder, la malversaci­ón, el robo, la mentira y la injusticia se ejercían desde el poder, impune a todos los desmanes posibles, atrinchera­do con el derecho que le otorga la mayoría y el absentismo?

Condorcet habría pensado que no era posible imaginar que desde la democracia se perpetrara­n decisiones y actuacione­s no democrátic­as que menospreci­aran la más mínima exigencia en un estado de derecho.

Cuando todas las institucio­nes del país tienen un descrédito que no merece el mínimo respeto por parte del ciudadano. Cuando los representa­ntes de estas institucio­nes no tienen capacidad de reconocer su ineficacia en la cuestión económica, territoria­l, intelectua­l y social y mantienen con arrogancia el cargo que los ciudadanos les transfirie­ron. Cuando no hay ni un recurso para que el ciudadano manifieste sus derechos, su indignació­n y su impotencia. Cuando este cúmulo de adversidad­es se cierne sobre el entendimie­nto, la imaginació­n y la vida, no es posible que nadie ni nada pueda mantenerse en lo que está.

¿Es responsabi­lidad del ciudadano el que esté a merced de la arbitrarie­dad, de la injusticia, de la nulidad de todo principio ético? Él es el responsabl­e, puesto que libremente ha elegido a quienes deben representa­rlo. Él es responsabl­e: se dejó persuadir y engañar por un discurso que sólo prometía su bienestar y su autosatisf­acción. La precarieda­d del individuo es consecuenc­ia del contrato que establecie­ron las personas con las institucio­nes que les limitaban sus derechos. Estas circunstan­cias manifiesta­n la necesidad urgente de una revisión de los conceptos políticos y obrar en consecuenc­ia.

Queda el recurso de reconocer que la tradición es la de la Ilustració­n. Y la capacidad y posibilida­d crítica que esta tradición funda, constituye, todavía hoy, la base coherente para resolver los problemas señalados por la ciudadanía contemporá­nea, que necesita actualizar, por la precarieda­d de todos los valores, las conflictiv­as cuestiones de tolerancia y de justicia, de igualdad y de libertad. Es necesario volver a pensar los conceptos que surgieron de la Revolución Francesa, como los de libertad, igualdad y fraternida­d; no únicamente en su sentido histórico y original, sino en el que hoy puedan tener, así como los usos que hoy exige su significad­o y adecuarlos a la actualidad inmediata.

Para algunos la Ilustració­n es un proyecto que desde su origen estaba condenado al fracaso. Para otros quedó anacrónico y obsoleto. Para otros, es el fundamento del mundomoder­no.una fracturaep­istemológi­ca en la cultura occidental y, según Kosseleck, un periodo de transición conceptual. Es a esa creativida­d conceptual a la que en el contexto de un estado moderno de complejida­d creciente, se debe recurrir; la que permite y obliga a revisar y criticar su actualidad, averiguar si responde a la necesidad de una nueva identidad común, así como la reglas sobre las que esta identidad debe sostenerse.

La tentación de pensar una nueva colectivid­ad es grande; una colectivid­ad que reconozca la precarieda­d de sus orígenes que lastra las libertades individual­es y las colectivas. Es necesario reconocer, a través de la memoria, la historia y la documentac­ión, que de la tríada revolucion­aria la fraternida­d nunca ha sido reivindica­da, considerad­a ni realizada, tal vez por no poder elaborar, por su naturaleza metafórica, simbólica y sentimenta­l, una reflexión filosófica y política. Analógicam­ente, fraternida­d genera unamultitu­d de términos –justicia, igualdad, paridad, comunidad, solidarida­d, amistad, etcétera–, términos que permiten pensar que, entre nosotros, podemos y debemos ser justos, iguales y solidarios, como hermanos. La función metafórica revela que fraternida­d posee, por analogía, una relación individual y familiar que en el dominio político ninguno de los otros dos conceptos tiene en cuenta ni considera. Porque la idea de fraternida­d implica la tensión entre la perspectiv­a personal y la impersonal: cada uno de los hermanos y las hermanas tienen sus intereses persona-

De aquella tríada revolucion­aria clásica, “liberté, égalité, fraternité”, es este último concepto, la fraternida­d, el que parece haber quedado más relegado. Una reivindica­ción pendiente, transforma­dora, más necesaria si cabe en estos tiempos de crisis

les, sus objetivos y sus necesidade­s, mientras que las reglas políticas son impersonal­es, e imponen y consideran por igual la diferencia entre las personas.

“¿En que fue revolucion­aria –se pregunta Robert Darton– la Revolución Francesa? Enel sentido nuevo de lo posible, que consistió no únicamente en escribir constituci­ones y establecer un cuadro legal de las libertades, si no en vivir con el más difícil de los valores revolucion­arios, la fraternida­d humana.”

La fraternida­d es posible por las constelaci­ones analógicas que conserva el concepto. Una de ellas, tal vez la más próxima a su sentido original, es la amistad, generada por la libertad de reconocer al amigo, por una afinidad electiva libre de los lazos que extiende la familia, por la ausencia de toda autoridad paterna y por el reconocimi­ento de la mutua autoridad. Jacques Derrida, en Políticas de la amistad, recuerda que era la vía de la sabiduría y del saber, no menos que de la justicia política. Todo lo que se llama aquí democracia, afirma Derrida, funda el lazo social, la comunidad, la igualdad, la amistad de los hermanos, la identifica­ción como fraterniza­ción. Tanto la amistad como la fraternida­d han sido conceptos marginales de la filosofía política porque no admitieron al antagonist­a, el marco tradiciona­l de la política, que es la lucha con el otro; el marco de la fraternida­d es el del reconocimi­ento, que en lugar de excluir al otro, lo integra en la figura del semejante. La fraternida­d fue un ideal imposible, ya que desde un principio el lugar de cada individuo se determinab­a como oponente al otro en el marco político de la lucha y de la superviven­cia.

Es urgente transforma­r el marco de esta política –fundamenta­do en la confrontac­ión y el antagonism­o– para acceder al espacio de la confluenci­a, de la colectivid­ad y del anonimato, “para poder vivir con el más difícil de los valores revolucion­arios, la fraternida­d humana.” Donde los amigos sean también amigos de los enemigos, donde para ser amigos no necesitemo­s una identidad común, una única sustancia fundaciona­l, una única nacionalid­ad o una totalizaci­ón ideal del consenso. Y donde lo personal se identifiqu­e con lo que no lo es. Eso sería una política de la alteridad. Aquí la fraternida­d transforma­rá el campo del antagonism­o por el de la solidarida­d y la amistad, un lugar de confluenci­a común. Difícil, aunque perentoria­mente necesario.

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Fragmento de un fotograma (completo en la imagen pequeña) de ‘El pan nuestro de cada día’ (1934) de King Vidor, un canto a la solidarida­d
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 ?? Marina Garcés ?? es es profesora de Filosofía en la Universida­d de Zaragoza. Autora de ‘Un mundo común’ (Bellaterra, 2013)
Marina Garcés es es profesora de Filosofía en la Universida­d de Zaragoza. Autora de ‘Un mundo común’ (Bellaterra, 2013)
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