Leer para vivir
Garolera, el filólogo, se hace literalmente con los libros para darles cuerpo y forma; y, como buen pedagogo, nos transmite el objeto de estudio
El rey pregunta, “¿por qué vives?” “Vivo por simple curiosidad”, responde L’Angely en Marion Delorme (1829), aquella reflexión político-teatral de Víctor Hugo. Y ese afán insaciable de saber, descubrir y progresar mueve al lector que se abre a un mundo ilimitado y quizá espera escapar al propio destino. Narcís Garolera (Vic, 1949), al igual que Borges o Bachelard, pudo encontrar el paraíso en una biblioteca y desde entonces, armado de curiosidad y espíritu sistemáti- co, en libertad, se dedicó a rescatar autores, textos y documentos, a rebuscar entre las palabras y organizar ideas e impresiones, a descubrir –y descubrirnos– nuevos cami- de más cerca; o Ferrater, de quien fue alumno. Hasta trece escritores se dan cita en este volumen, compuesto por veinte trabajos –algunos aparecidos en otras publicaciones–; una interesante mezcla de estudios, ensayos, recensiones y conferencias, que recoge nueva información, amplía biografías, anota reflexiones, reinterpreta, plantea otras lecturas.
Garolera, el filólogo, investiga la anomalía, lo que aún no está codificado, elabora criterios interpretativos para organizar los indicios; se hace literalmente con los libros, para darles cuerpo y forma. Y, como
Hasta trece escritores se dan cita en este estudio: Verdaguer, Sagarra, Pla, que ha estudiado en profundidad. Y Maragall, Carner, Coromines...
nos, otra realidad.
Verdaguer, Sagarra, Pla, que ha estudiado en profundidad. Y Maragall, Carner, Coromines, que mira buen pedagogo, nos transmite activamente el objeto de su estudio. La exploración de los demonios interiores de Mossèn Cinto, la reivindi- cación de El poema de Montserrat, el proceso de escritura de El quadern gris; el papel de México en la obra de los autores catalanes del exilio; las afinidades entre un romántico y un realista, la influencia de modelos y magisterios, las ramificaciones tentaculares de la experiencia de cada escritor; la plasmación literaria del dolor y la duda; la supervivencia en un tejido social roto y un horizonte político nublado, la sólida construcción de una literatura particular.
El lector catalán ya conoce esos nombres canónicos, por lo que Garolera le libra de construir su imagen para, al margen de la retórica manida o los esquemas fijos, acercarse a lo fundamental, despertar nuestra curiosidad e invitarnos a ir a ver de qué se trata.
Vale la pena: la lectura –dijo un prestigioso amante de las bibliotecas– es una experiencia tan fuerte como lo puede ser viajar o estar enamorado.