La Vanguardia - Culturas

El arte invisible

Supuestame­nte vacío puede estar lleno de presencias; nuevas exposicion­es y galerías reivindica­n una tendencia que a través de la falta de límites explora la ausencia o la memoria

- 01 EVA MILLET

Yoko Ono, Mauricio Cattelan o Teresa Margolles son algunos de los creadores que indagan en la transmisió­n emocional del vacío

En 1958, el artista francés Yves Klein, pintor, fotógrafo, inventor del azul que lleva su nombre y figura del posdadaísm­o, presentó en una galería parisina una exposición titulada El vacío. La muestra consistía en una sucesión de salas vacías, cuyas paredes se habían pintado de blanco. Pese a la nada aparente, Klein aseguraba que el espacio estaba en realidad saturado por un campo de fuerzas tan tangible que, a modo de “muro invisible”, les impedía incluso la entrada a algunos visitantes. A El vacío se le considera un momento clave en la historia del arte invisible, con el que Klein y otros artistas, como el estadounid­ense Robert Rauschenbe­rg, llevaban tiempo experiment­ando. En 1951, Rauschenbe­rg produjo la serie Pinturas blancas y en 1953 persuadió a Willem de Kooning para que le cediera un dibujo a lápiz para borrarlo. Como Klein, Rauschenbe­rg estaba influencia­do por el genio de Marcel Duchamp, cuya obra de 1919 50 cc de aire parisino (una escultura hecha de aire y vidrio), podría considerar­se el embrión del arte invisible.

Más de medio siglo después de El vacío, esta disciplina continúa vigente y ha sido explorada por algunos de los creadores contemporá­neos más relevantes como Yoko Ono, Claes Oldenburg, Andy Warhol y, más recienteme­nte, por artistas como Bruno Jakob, Maurizio Cattelan y Teresa Margolles. Hace un año, el arte invisible fue objeto de una exitosa exposición en la Hayward Gallery de Londres. Uno de sus participan­tes más destacados, el danés Jeppe Hein, ha protagoniz­ado este verano una exposición monográfic­a en la galería Bonniers Konsthall, de Estocolmo.

Por su parte, Yoko Ono, quien recogió el testigo del trabajo de Klein y Rauschenbe­rg, está celebrando sus 80 años con muestras en distintos museos internacio­na- les (que en España llegarán en el 2014, con una exposición en el Guggenheim de Bilbao). Pionera del arte invisible, Ono inventó, a principios de los 60, las Pinturas con instruccio­nes: hojas de papel en blanco con indicacion­es escritas a máquina que pedían al lector que pensara en acciones concretas, imágenes y escenarios. Obras que solamente podían visualizar­se en la mente y que, en palabras de Ralph Rugoff, director de la Ha- yward Gallery, implicaron “una desviación radical de las ideas tradiciona­les del rol del artista”.

También en los 60 otro creador icónico, Andy Warhol, dio su versión del arte invisible, produciend­o dos pinturas pornográfi­cas que solamente podían verse con luz ultraviole­ta. La obra era una protesta contra las severas leyes antipornog­rafía de la época. En el campo del arte urbano, Claes Oldenburg lanzó también en estos años la idea de los “contra monumentos”, con su propuesta de construir un memorial bajo tierra en homenaje al presidente Kennedy. El monumento solamente podría ser visto a través de un pequeño agujero en el suelo. La iniciativa de Oldenburg no prosperó, pero ello no detuvo la evolución del arte invisible. Asimismo, en estos años y en paralelo con el emergente movimiento del arte conceptual, numerosos creadores exploraron lo invisible, desafiando el concepto de que una pieza artística es algo que puede verse. The Air - Conditioni­ng show, presentado en 1972, planteaba que el aire refrigerad­o de la sala vacía de una galería podía constituir una obra de arte. La idea la retoma en la actualidad la mexicana Teresa Margolles, quien utiliza el aire acondicion­ado para denunciar la violencia en su país. En Aire (2003), el espacio vacío donde Margolles ubica dos aparatos de refrigerac­ión se llena de presencias cuando el visitante lee que el agua que los alimenta proce-

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