El cuento de andar en bicicleta
aventura íntima que facilita la reflexión y el dominio de los espacios “con esa velocidad arrulladora y despreocupada del paseo”, tal como ha escrito Valeria Luiselli en el libro Papeles falsos (Sexto Piso, 2010). Allí, entre otras cosas, desliza otra observación que tendría bastante que ver con la idea de Cortázar: “El que ha encontrado en el ciclismo una ocupación desintere- sada de resultados últimos, sabe que es dueño de una rara libertad sólo equiparable con la de la imaginación”.
Montar en bicicleta también es terapéutico. Arthur Conan Doyle, que solía pasear en tándem con su esposa, escribió: “Cuando el día se vuelva oscuro, cuando el trabajo parezca monótono, cuando resulte difícil conservar la esperanza, sim- plemente sube a una bicicleta y da un paseo por la carretera sin pensar en nada más”. H.G. Wells aún fue algo más allá: “Siempre que veo a un adulto encima de una bicicleta recupero la esperanza en el futuro de la raza humana”. Albert Einstein, otro enamorado de la bicicleta, insistió por ese camino: “La vida es como montar en bicicleta. Para mantener el equilibrio hay que seguir pedaleando. (...) Descubrí la Teoría de la Relatividad mientras iba en bicicleta”. Lev Tolstói aprendió a montar en bicicleta a los 67 años y convirtió esa pasión tardía en una de sus ocupaciones favoritas para el ocio. Y ya puestos a ser específicos, el periodista y escritor Christopher Morley dijo: “Seguramente la bicicleta será siempre el vehículo de los novelistas y los poetas”. Fue, al menos sentimentalmente, el vehículo de Pablo Neruda, que le dedicó en 1955 una espléndida y breve oda.
La bicicleta también fue amenudo el vehículo de Gabriela Mistral. Y de Alejandra Pizarnik. Y de Sylvia Plath, pongamos por caso. Y de Marie y Pierre Curie: ellos se casaron en una ceremonia modesta, recibieron un poco de dinero, adquirieron dos bicicletas e hicieron su luna de miel por distintos lugares de Francia en 1895. Y, entre nosotros, Juan Carlos Mestre ha publicado La bicicleta del panadero (Calambur, 2012), un poemario casi novelesco cuyo título rinde homenaje a su padre, aunque la bicicleta no aparezca explícitamente.
Hay muchos poemas dedicados a la bicicleta, claro. Pero quizá cabría decir que la bicicleta ha tenido una mayor presencia entre los novelistas y cuentistas. Hace muy poco, Demipage publicaba Diez