Uncoetzee extraño
El premio Nobel sudafricano propone una fábula difícil con un hombre y un niño, en un lugar innominado donde se habla español
Nunca me había acosado el temor de que alguna vez la lectura de un libro del gran J.M. Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940) pudiera dejarme desolado. Coetzee es uno de los autores que admiro desde mucho antes de que en el 2003 el Nobel lo hiciera célebre. Nunca una obra suya, megustase más omenos, mehabía temblado en las manos. Me refiero a obras maestras como Foe o Desgracia, la trilogía autobiográfica Infancia, Juventud y sobre todo Verano, y textos más discutibles aunque apasionantes de la talla de Elisabeth Costello, Hombre lento o Diario de un mal año. En conclusión puro Coetzee, un artista con una identidadmuy acusada y un infrecuente nivel de autoexigencia.
De pronto irrumpe su obra del 2013, La infancia de Jesús ( The childhood of Jesus), algo similar a una utopía. Un lugar innominado, donde se habla español, acoge a un hombre y un niño, a los que se da el nombre de Simon y David, que han cruzado el océano. Durante la travesía el niño perdió a su madre que llevaba consigo una carta explicando su procedencia. El hombre asume sin más la tutoría del pequeño y se compronmete a encontrar a la “verdadera” madre. Él trabaja de estibador en los muelles y un día, asistiendo subrepticiamente a un partido de tenis en un inhóspito lugar llamado La Residencia, su instinto le lleva a descubrir que la joven tenista es la madre de David. Ella acepta. A partir del absurdo despega un relato que a medida que avanza en terreno llano va minando la credulidad del lector.
¿Qué es lo que pretende Coetzee? No puedo creer que la historia no esconda algún significado
¿En qué consiste la “nueva vida” que parece simbolizar el país sin memoria de esta novela?
para mí difuso. ¿En qué consiste la “nueva vida” que parece simbolizar el país sin memoria? Nadie espera nada de nadie, excepto sobrevivir en precarias condiciones sin plantearse cuestiones enojosas. ¿Por qué David, de seis años, habla con la petulancia de un adulto consentido, se rebela contra la educación uniforme y represiva y acaba convertido en un pequeño descere- brado? ¿El título presupone que la historia del niño de David guarda algún paralelismo con la de Jesús de los evangelios, tal vez los de Juan o Lucas? ¿Es factible imaginar siquiera afinidad alguna? Confieso que al intentarlo me pierdo. Me cuesta aceptar que cualquiera que sea la propuesta de Coetzee –inaccesible para mi capacidad emotiva e intelectual– hiciera necesario despojar a todos los personajes de sus registros sentimentales. Son seres secos, asexuados, que operan movidos por instintos primarios o, como mucho, por una camaradería que nunca implica pulsiones de auténtico calibre humano. El helor de la atmósfera narrativa la siente uno en la sangre que corre por sus venas.
Aello contribuye la escritura sin relieves, la vacuidad de ciertas reflexiones pseudocientíficas o pseudointelectuales –por ejemplo, las disquisiciones sobre la caca y la caquicidad–, la ausencia de verdadero conflicto dramático. Nada que lleve hasta Aldous Huxley. Ni a Saramago. Coetzee sabía muy bien los riesgos que corría tratando a estas alturas de fabular algún tipo de utopía. Y si ese David repelente y despótico, insoportable, se propone recordar algunos pasajes legendarios de Jesús de Nazaret, es que el texto se mueve entre la confusión y el vacío. No obstante, hasta el último momento trato de entender. ¿El qué? Casi nada de lo que sucede en la novela tiene razón alguna de ser. De modo que al final renuncio a buscar lógica en el absurdo y luz en lo ininteligible. Por primera vez no he conseguido conectar con un mundo de ficción armadopor Coetzee. ¿Qué ha sucedido? No lo sé. ¿Qué significa? Tampoco lo sé, y mucho que lo lamentoo. Me queda la confusión.