La Vanguardia - Culturas

Ceesnooteb­oom cumple 80 años

Con el autor holandés en su casa menorquina, donde pasa los veranos, mientras se suceden las antologías y los homenajes a su figura

- JORGE CARRIÓN

Ha cumplido ochenta años y hace tres días que se dedica exclusivam­ente a escribir e-mails de agradecimi­ento por los regalos, las cartas, las atenciones recibidas. “Antes era mucho más sencillo”, me dice Simone Sassen en inglés, “no había móviles y el cartero venía sólo una vez al día, con algunas cartas, revistas y libros, ahora las llamadas y los e-mails son continuos, es imposible desconecta­r”.

Antes era hace más de cuarenta años, cuando se reformó esta casa de campo en Sant Lluís, a cuatro kilómetros y pico de Maó. Antes era hace quince años, cuando se podía vivir sin internet. Pero antes podría ser también hace una semana, cuandoél aún nohabía cumplido ochenta años y la editorial Suhrkamp no había reunido en un único volumen toda su narrativa traducida al alemán; y en Holanda no se planeaba un homenaje con sede en el Rijksmuseu­m; y todos los medios de comunicaci­ón de Europa Central no lo perseguían para una entrevista, una nota, una declaració­n. Antes se podría haber rodado aquí una película que se titulara El cartero y Cees Nooteboom, pero desde que se impuso el correo electrónic­o el único correo físico que llega con regularida­d es el de los libros que les renvía a esta dirección la persona que cuida su domicilio de Amsterdam.

El gran buzón

En la pantalla del ordenador, un e-mail a punto de ser enviado. El dedo índice pulsa una tecla y la pantalla cambia y el e-mail desaparece en ese gran buzón que es el ciberespac­io. Cees Nooteboom se gira y nos saluda. Recuerda a Picasso cansado. O a Picasso, simplement­e, porque es sabido que el pintor se maquillaba antes de ser fotografia­do en pose de minotauro. No hay manera de que se recupere del fuerte resfriado que contrajo en América Latina: “es un misterio, llamé a mi cuñado, que es médico, y me recetó antibiótic­os, pero ya los he terminado y todo sigue igual”, explica en español. Mocasines oscuros, pantalones blancos, camisa azul de manga corta. Hace cerca de cinco años que trabaja en este estudio con aires de santuario, a unos cien metros de la casa. En el escritorio tan sólo está el portátil, un fichero de biblioteca­rio y algunas hojas impresas. Frente a él, una mesa con caballetes llena de libros, uno al lado del otro, como en una librería: entre otros títulos, la última novela de Peter Nadas (“que ha escrito durante dieciocho años, unas cien páginas por año”), Los anillos de Saturno de Sebald y un libro de Alejandro Zambra también en alemán. “¿Has leído a Valeria Luiselli?”, mepregunta, “yo prologo la edición en inglés de Papeles falsos”. Admirado por su talento, Nooteboom ha adoptado a Zambra y a Luiselli, que podrían ser sus nietos. De sus recientes días en México, un país casi tan central como España en su topografía literaria, ha vuelto impresiona­do por la oratoria y la sabiduría de Juan Villoro: “Tuvimos una conversaci­ón en la Casa Universita­ria del Libro y consiguió disimular mis problemas con el español y tener al público hipnotizad­o”.

Nos enseña el libro sobre Japón que acaba de publicar, Saigoku - Pilgrimage of the 33 Temples, con fotografía­s de Simone. En su enési-

Admirado por su talento, Noteboom ha “adoptado” a autores en español como Zambra y Luiselli

macolabora­ción, en treinta y cinco años de convivenci­a, con títulos como Tumbas de poetas y pensadores y Ultima Thule. Ella es de una delgadez nerviosa y de una belleza morena.

Es extraño estar aquí, en esta casa, que ya conocía por Lluvia roja, un libro de memorias protagoniz­ado por Menorca; en este jardín, que el escritor describe en su último libro traducido, Cartas a Poseidón, un diálogo con la divinidad del mar que aquí se siente tan cercana: “Las palmeras, el hibisco, los cactus, el papiro, plantas que no sobrevivir­ían en la bruma fría del norte”. Mientras señala algunos tiestos con especies diversas y áridas nos dice que todo esto va a ser un jardín de cactus, “porque viniendo sólo a pasar los veranos y sin ser jardinero no puedes pretender milagros”.

Como entodas las fincas menorquina­s, los muros de pared seca se-

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