La Vanguardia - Culturas

Multitudes y chimeneas

El artista británico retrató la cara menos amable de la industrial­ización con sus cuadros sobre el Gran Manchester, que reflejan la pujanza y la decadencia de un modelo económico; la Tate lo reivindica

- MAURICIO BACH

Fue un hombre discreto, tímido, incluso gris. Nunca se casó, ni se le conocen amoríos. Mantuvo hasta que se jubiló su trabajo como cobrador de alquileres y después oficinista en una inmobiliar­ia. Y durante buena parte de su vida fue un pintor de relevancia básicament­e provincial en el norte de Inglaterra, aunque ya a principios de los años cincuenta fue reivindica­do como un artista importante por el influyente Herbert Read y unos años después por John Berger, que veía en él a un sólido representa­nte de un arte socialista con conciencia política. Después volvió a ser colocado en el accesorio cajón de los artistas naif, hasta que variopinta­s personalid­ades como Sir Ian McKellen, Paula Rego y Noel Gallagher han vuelto insistir en la relevancia de su figura. Esta estupenda exposición en la Tate pretende situarlo definitiva­mente en un lugar destacado en el arte británico del siglo XX.

Nacido en Stretford, una pequeña población que forma parte del área del Greater Manchester, Lawrence Stephen Lowry (1887-1976) convirtió esa ciudad y su área de influencia en el tema central de su pintura. Y Manchester ha sido a lo largo del siglo XX uno de los centros industrial­es de Inglaterra, con su momento de pujanza y su posterior desmoronam­iento como representa­nte de un modelo de industrial­ización agotado, con fábricas obsoletas e insalubres.

El aspecto social es sin duda el primero que llama la atención en la obra de Lowry, con sus vistas de deprimente­s barrios fabriles, sus desolados paisajes industrial­es repletos de humeantes chimeneas y sus multitudes yendo o viniendo de las factorías. Si el futurismo y su deriva inglesa, el vorticismo, celebran la industrial­ización y las máquinas como epítome de la modernidad, Lowry muestra la otra cara en sus lienzos de tonalidade­s grisáceas presididos siempre por insalubres chimeneas y masas que caminan como erráticos autómatas por las calles. Estas vistas urbanas pobladas por multitudes son las obras más icónicas del pintor, pero su obra no se agota ahí.

Hay también visiones más festivas y felices de esas multitudes, como en los lienzos de playas o ferias: el delicioso Fun fair at daisy nook o el tardío Picadilly Circus, London, una de las pocas ocasiones

Mantuvo hasta que se jubiló su trabajo como cobrador de alquileres y después oficinista en una inmobiliar­ia

en que cambia Manchester por el bullicioso centro de la capital y crea un cuadro impregnado de dinamismou­rbano, con genteque camina. apresurada y vital, con un ritmo radicalmen­te diferente al de las desoladas masas fabriles.

Y están también los paisajes rurales, en los que la ausencia de figuras humanas genera un aire casi fantasmagó­rico, como The empty house, presidido por una abandonada casa roja en medio de la nada, o The funeral, dominado poruna iglesia negra alrededor de la que se congregan una pocas figuras agrupadas en medio de un páramo, o el bellísimo por sencillo Flowers in the window, que muestra tan sólo una pared y una ventana con un jarrón de flores.

Su pintura adquiere ya desde muy temprano un registro plástico muy identifica­ble: tonos apagados, fondos blancos –cielos, paisajes cubiertos de nieve, paredes…– ymultitude­s caminando por la calle que recuerdan a los patinadore­s en miniatura del holandés del siglo

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