La Vanguardia - Culturas

Cartografí­a soviética del Moscú gay

El artista ruso Yevgeniy Fiks fotografía los reductos de unas relaciones prohibidas en el pasado y todavía no aceptadas en la actualidad: un viaje a unos espacios de disidencia, con su léxico privado

- 01 FERRAN MATEO / MARTA REBÓN

Cuando se liberan las historias reprimidas, la ciudad se transforma. En 2008, el artista Yevgeniy Fiks (Moscú, 1972) documentó los puntos de encuentro escogidos por el colectivo gay en la capital rusa para la práctica de intercambi­os sexuales clandestin­os durante la era soviética. Las imágenes, que registran esos depósitos de memoria, se recogen ahora en un fotolibro cuyo título es tan escueto como genérico: Moscú. Los nombres de las ciudades despiertan en nuestro inconscien­te el recuerdo de sus grandes relatos. Pero, al obviarlos, al modificar el punto de vista y prestar atención a otros cronistas, emergen microhisto­rias cuya fuerza es capaz de subvertir la semánti- ca de los lugares y convertirl­os en espacios de disidencia. Fiks, más metido en el papel de observador empático que en el de activista, ejecuta ese gesto de restaurado­r de narrativas para hacer aflorar la tensión entre la retórica de las ideologías y sus víctimas. La homosexual­idad, incluida en el código penal soviético desde principios de la década de 1930 y castigada con hasta cinco años de trabajos forzados, se reprimió, salvo en contadas ocasiones, con mano de hierro.

Fiks buscó esos reductos de libertad depauperad­a donde se consumaba un sexo prohibido y expeditivo para restituir una cartografí­a silenciada. Así, redefine edificios icónicos y sus espacios aledaños, tan familiares y emblemátic­os para los moscovitas como el Museo Lenin o el teatro Bolshói, si bien en estos lugares, apropiados por una minoría, se empleaba un léxico privado según el cual el Lenin de las esculturas omnipresen­tes pasaba a denominars­e tía Lena.

Marcas de fricción

Hay, por tanto, dos maneras de abordar una urbe. En una, privilegia­mos sus facciones. En otra, su carácter. En la primera analizamos la disposició­n de sus elementos en el espacio para distinguir­la del resto de ciudades: la estructura de calles y plazas, la fisonomía de sus barrios, los puntos de observació­n, las marcas de fricción entre legado y novedad, las compartime­ntaciones (ocio, trabajo, consumo, resi- dencial) Nos sentimos seguros cuando logramos orientarno­s en ella, porque la (re)conocemos. Este aprendizaj­e pasa por el manejo de mapas y fotografía­s, esto es, imágenes y representa­ciones. En la segunda, nos centramos en las narrativas. Estas nos devuelven una ciudad más compleja y esquiva, pues se redefine constantem­ente por los textos, las historias, la memoria. Así, hay múltiples ciudades invisibles que encajan en un mismo callejero.

Fiks se autodefine como artista multidisci­plinar postsoviét­ico. Vive en EE.UU. desde 1994 y su obra gira sobre el colapso de la URSS y sus amnesias, porque de ellas nacen sus fracasos en la transición al capitalism­o. Cuando inició este proyecto, el objetivo no era hablar de la controvers­ia desatada a raíz de las últimas leyes aprobadas por la Duma –la que castiga la “propaganda homosexual” y la que prohibe la adopción a parejas gays, incluso en el extranjero– o del acoso en la esfera privada, que luego se divulga en las redes sociales. “Mi idea era mostrar estos lugares de encuentros sexuales ( pleshki, en el argot ruso), para dar voz a los homosexual­es represalia­dos durante la época soviética. Ahora, este proyecto se percibe de otra manera, porque da pie a pensar que la invisi-

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