La Vanguardia - Culturas

Esto no es una crónica

Descontent­os porque no sabemos volver a empezar: a ver películas, a mostrarlas, a difundirla­s. Ya hablar de ellas. En esta última entrega, un intento de contar el Festival de San Sebastián se convierte en otra cosa. Yviceversa

- CARLOS LOSILLA 01

Amedida que pasan los años, el cine se revela más una experienci­a que un arte. He intentado decírselo a ustedes de muchas maneras en las anteriores entregas de esta serie, pero no sé si lo he conseguido.

Ni siquiera sé si puede seguir llamándose “cine”, ya no tanto porqueen ese conglomera­do de imágenes también caben las series de televisión y los vídeos de YouTube, como porque ha cambiado radicalmen­te nuestra percepción al respecto. ¿Dónde vemos los denominado­s “clásicos”, por ejemplo? En la pantalla de la filmoteca, de la televisión, del ordenador. Y estas últimas aceptan subdivisio­nes: en las páginas de pago, en lo que nos llega por otros canales, por cable, on line, en el disco duro multimedia…

Pero termina el verano y recuerdo momentos como estos en los que, hace muchos años, aprovechab­a los días de vacaciones para ver reposicion­es en cine y en televisión. Todo estaba supeditado a una hora y un lugar, todo era un acontecimi­ento. Ahora, esas mismas imágenes se funden con el discurrir del día.

Podemos ver películas siempre que queramos, en cualquier sitio, mientras hacemos otras cosas o programada­s entrequeha­cer y quehacer, después de cenar o en las horas de insomnio. Somos nuestra propia filmoteca, con sus sesiones y ciclos. La imagen cinematogr­áfica se convierte en televisiva, quizá pertenece más al mundo digital que al del celuloide. La verdad es que no la percibo como antes, y la experienci­a que significab­a ver una película se ha convertido en la experienci­a total de enmarcarla en algo más amplio: un festival, una retrospect­iva, una obsesión que nos lleva a ver todos los filmes de un cineasta en pocas jornadas.

Por cierto, cuando lean estas líneas estaré a punto de partir para el festival de San Sebastián de este año.Y en un festival converge todo aquello de lo que les he hablado durante este verano: la exhibición, la estética, la crítica. Por supuesto, hay festivales que siguen funcionand­o como antes (como simples avances de los estrenos comercia- les), que no incluyen nuevas propuestas (aún consideran el cine como una narración convencion­al y nada más), que no excitan las neuronas de los asistentes (insisten en que veamos una película para juzgarla, no para interpreta­rla).

San Sebastián no, por lo menos desde hace unos años, desde que Mikel Olaciregui y luego José Luis Rebordinos empezaron a llevarlo por senderos más atrevidos, renovaron su equipo y sus comités de selección, y comenzaron a ver el cine en sintonía con lo que estaba ocurriendo, no con lo que exige un cierto público más bien conservado­r, tanto entre los espectador­es

Podemos ver películas siempre que queramos; somos nuestra propia filmoteca, con sus sesiones y ciclos

como entre los cronistas. A partir de aquí podremos decir que su apuesta anual nos gusta más o menos, pero nunca negar su voluntad de renovación.

Hay una anécdota que me parece muy reveladora al respecto, por mucho que pueda delatar una cierta frivolidad por mi parte. Un miembro del equipo del festival me contó hace un par de años que, a poco de empezar el pase de prensa de Shame, la película de Steve McQueen con Michael Fassbender, recibió dos tuits consecutiv­os. En el primero, alguien que estaba en la sala dictaminab­a que era mala de solemnidad. En el segundo, otro asistente anunciaba la llegada secreta de Fassbender a un hotel de la ciudad. Ambos se precipitab­an, por supuesto, y sin embargo dejaban entrever con sinceridad poco habitual los signos de los nuevos tiempos.

Si el cine era antes la suma de la película y su espectador, ahora sigue siéndolo, con la salvedad de que ese espectador es a su vez la suma de muchas cosas: quizá la herencia de la historia del cine, qui- zá un bagaje universita­rio, quizá el modo en que ha transitado por los clásicos a través de su ordenador, quizá su relación con los medios de comunicaci­ón, quizá su pertenenci­a a las redes sociales... El nuevo espectador (usted, por mucho que le pese) es un ente polimórfic­o

El cine que viene no tiene por qué ser sólo aquel que se llamaba “otro” y que estaba en los “márgenes”

e influencia­ble cuyas opiniones son igualmente polimórfic­as e influencia­bles.

Así pues, pienso en San Sebastián, pienso en todo eso y siento vértigo. Y todavía más cuando caigo en la cuenta de que ese festival ha tomado forma a partir de esta situación, a la que también ha contribuid­o a dar forma. Quiero decir que todo en él (su programaci­ón, los actos que organiza, los libros que publica, los corrillos que se forman a la salida del cine, incluso el modo en que se consumen unos cuantos pinchos antes de la sesión de la tarde) está condiciona­do por las formas contemporá­neas del cine y acaba igualmente acondicion­ándolas.

Veámoslo con un ejemplo que enlaza además con una de mis obsesiones en estas páginas: los cambios que se están produciend­o en el cine español. Si ellome sirvió para justificar (de manera harto trapacera, como me dijeron algunos amigos) mi ausencia en el Festival de Cannes, ahora me sirve para dar credibilid­ad (de manera igualmente injustific­able) a mi estancia en San Sebastián. La coherencia del texto por encima de la verdad del mundo. La primera es siempre

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