La Vanguardia - Culturas

Bombade tiempokung Fu

Los actos aberrantes del falso monje shaolín han coincidido con el cuarenta aniversari­o del estreno en España de la famosa serie televisiva y de culto ‘Kung Fu’, que ejerció una notable y poderosa influencia popular

- MIKE IBÁÑEZ

Huang podría protagoniz­ar el cuento más pasado de vueltas incluido en Karma Chungo, breviario que recoge las parábolas –siempre mal interpreta­das, como debe ser– de Ji Ha Chol, adalid del budismo basura. Podría aparecer como discípulo descarriad­o de ese paródico gurú junto al príncipe Malaputra, el lama Shakiro o el propio Manolo Lama protagoniz­ando uno de esos relatos ‘Todo a Zen’. Pero no, lo de Huang no es karma chungo; es mal karma –que no es lo mismo– y a toneladas. Huang es dolorosame­nte real, se llama Juan Carlos Aguilar y meses atrás explotó como una verdadera bomba de tiempo Kung Fu. El tipo tortura y mata de mala manera a Jenny y Ada en su gimnasio de Bilbao. Estos macabros hechos destapan una mentira monumental, signo de los tiempos. Cuando Huang explota, empiezan las no-ticias, la infoxicaci­ón. Se le presenta 1) como el único occidental admitido

Nadie advirtió que la patente empanada mental del monje podía llegar a resultar peligrosa

en el templo Shaolin de Henan, en China, y 2) como campeón mundial de kung-fu. Su eco retumba en la prensa internacio­nal, ver Paris Match: “Le maître shaolin était un serial killer”. Al poco, rectificam­os: ni maestro shaolín ni campeón ni mundial. Y ya puestos, killer sí, pero no serial pues precisamos tres víctimas mínimo para optar a tal adjetivo. Digamos que el falso monje funcionaba por proximidad. No estuvo en el templo Shaolin sino ‘cerca’, en un centro para entrenamie­nto de turistas cercano al templo. Una vez trincado, el dato omnipresen­te es que esa explosión demente de violencia de género y degenerada la causaría un tumor en el cerebro, dato disparatad­o que permite a Huang afirmar haberse tratado del tema nada menos que en la Clínica Universita­ria de Navarra. Yla clínica, a desmentirl­o. Quizá se estuvo tratando de golondri- nos en un “centro de terapias alternativ­as” a un par de manzanas de la CUdN. Además, ¿hay tumor o no? Luego, vuelve del pasado “El shaolín de la Ertzaintza”, artículo trash de Primera Línea afirmando que el txiki había instruido a la eusko-pasma, cosa desmentida ahora y a mil por hora. Así, se desvela esa farsa vital cimentada previament­e por los mass –o menoss– media. Entrevista­s, artículos, aparicione­s TV... Nadie se molestó en verificar sus fabulosas afirmacion­es. Nadie advirtió que la patente empanada mental del monje podía llegar a resultar peligrosa. Ymás: fundaba falsas asociacion­es, daba titulacion­es de pega... El Sifu Ful. En este mundo mega-falso no descartare­mos un dato apuntado por el psicotróni­co Wiggly World News: Huang fue hipnoprogr­amado y mentecontr­olado en su más tierna infancia a través de un aparato perverso como el televisor y de una serie, como se verá, trastornan­te.

A principios de los 70 se constata en el planeta el auge de la versión banal y comercial del rollo oriental. El kung-fu es la punta de lanza para instalar el culto por las Bellas Artes Marciales. Cromos, revistas, pósters, singles (Carl Douglas y su Kung Fu Fighting), artículos de venta por correo que prometían “todo el poder de Bruce Lee concentrad­o en un explosivo paquete que le transforma a Vd. en una Bomba de Tiempo Kung Fu”. Pelis, del super-héroe Lee a De profesión: invencible, advirtiend­o su anuncio que “la imitación de cuanto verá en la pantalla conduce inevitable­mente a graves e irreparabl­es lesiones si no a la muerte”. Y ahí estaba también la televisiva Kung Fu, serie estrenada en la primera cadena en 1973 y que sin duda Huang, nacido en 1965, videó dejándolo flipado. La obsesión por el rollo shaolín tiene que arrancar en Kwan Chang Caine, el Maestro Po y tal. Y Huang se sintió un pequeño saltamonte­s e inició el periplo hacia el verdadero cuento chino en que convierte su demencial existencia, epílogo atroz incluido.

Pero esa influencia Kung Fu, mera hipótesis en el caso Huang, es certeza contrastad­a en otro caso. El pernicioso efecto KF se halla en la génesis de Raschimura, el nombre místico que adoptó el muy racial Pedro Vivancos (Melilla, 1938), personaje que en la España transitiva de principios de los 80 fue acusado de dirigir un montaje calificado y juzgado como secta. Vivancos, bailarín y profesor de música afincado en Barcelona, sacaba de la calle a chavales descarriad­os que quisieran estudiar música en plan reinserció­n, llevándose­los a casa a vivir con su mujer y sus hijos. Y cada sábado, a videar Kung Fu. Su visión “despertó” a Vivancos. Y lo vio claro. Ahí arranca la génesis delirante de Raschimura, cuya fabulosa historia –abarcarla aquí resulta imposible– es un retrato esperpénti­co de la España postFranco/Transición, lugar con ciertos aspectos sociales demasiado controlado­s y con otros increíblem­ente fuera de control.

Fallecido a mediados de los 90, la marca Vivancos tiene hoy día una deriva extraña. Corre por ahí un grupo de siete bailarines como escapados del Tú sí que vales. Sehacen llamar Los Vivancos y resultan ser todos hijos... lo habéis adivinado: ¡del Vivancos!, que llegó a fabricar con sus siete favoritas... ¡39 vivanquito­s y vivanquita­s! A su estilo Los Vivancos lo llaman, atención, Extreme Flamenco Fussion. Dado el nivel, podrían honrar al patriarca con un proyecto paralelo: Los Raschimura, y un show de título apropiado: Extreme Kung-Fussion. Y más allá de confusas influencia­s a raschimura­s o shaolinos, la cosa es que el prota de Kung Fu David Carradines­e nosmata haciéndose una paja rara dentro de un armario en Bangkok. Si esto no es una serie de culto, que baje Buda y lo vea.

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Instantáne­a de Huang en plena ‘empanada’ mental
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Caja para colección de cromos que lanzó chicles Dunkin, enigmático­s ninja incluidos

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