De este país y sus burbujas
RamónBalaguer, escritor en castellano de Barcelona, encarga a su antiguo vecino, Miquel Rovira, un ensayo sobre cómo son los catalanes
En L’últim home que parlava català (2009) Carles Casajuana (Sant Cugat del Vallès, 1954) toma como referencia una novela de Bernard Malamud que cuando salió en 1975 se tituló Los inquilinos ( Destino), para explicar la historia de Ramón Balaguer, escritor de Barcelona en castellano, y Miquel Rovira, escritor, digamos, catalanista, que convivían en una misma finca del Born, afectada por un plan de reformaintegral. Donde Malamud situaba a un escritor blanco y uno negro y a las exuberantes amigas del negro, Casajuana confrontaba al escritor en catalán y al escritor en castellano y las amigas del catalán. Si las amigas hubieran sido chonis la novela hubiera tenido también mucho sentido: del derecho o del revés era un buen argumento.
Han pasado los años, la burbuja inmobiliaria obliga a Ramón Balaguer y Miquel Rovira a abandonar el barrio. Balaguer ha acabado como editor de no ficción en una gran editorial catalana y para hacerse perdonar que escribe novelas en castellano busca un éxito en el sello de ensayo en catalán, que funciona mucho peor que el caste- llano. Decide llamar a Rovira a quien propone escribir un volumen que actualice, en el mundo de hoy, las ideas de Josep Ferrater Mora y Jaume Vicens Vives sobre cómo son los catalanes. A partir de este encargo, Casajuana explica la dinámica de la burbuja editorial: un libro que al autor no le apetece escribir, un buen anticipo, con un ingreso a cuenta. más dinero para acabar a tiempo antes de Sant Jordi, una inversión a fondo perdido, sin leer ni una línea del texto.
La competencia sexual en torno a una chica, significativamente traductora e intérprete, da impulso a la trama
Rovira ha de aparcar la novela que tiene en la cabeza sobre el retorno a Catalunya de Josep Carner en 1970, y dedicarse a escribir el ensayo que le han mandado, que no es ningún chollo. No quiere caer en tópicos ni hacer el ridículo. Pero le interesa la pasta. Alarga todo lo que puede el sufrimiento de su antiguo vecino, con quien mantie- ne una singular relación de amorodio. La aparición de la novia jovencita de Ramón, una chica que trabaja como intérprete y que se llama Bel, introduce un factor de competencia sexual que da impulso a la trama. La novela reúne las reflexiones de Rovira y Balaguer sobre Catalunya. Es como un rosco o un huevo de chocolate que dentro de la ficción lleva un ensayo. La figura de Bel funciona como los albañiles y peones magrebíes queen L’últim home que parlava català transitaban por la escalera de la casa del Born, indiferentes a las preocupaciones de los escritores que pasaban el día zurrándose. Balaguer y Rovira son las dos caras de la misma moneda y entre los dos se establece una solidaridad paradójica, frente a los inmigrantes o ejecutivos del mundo real que los ven como marcianos. Que Bel sea intérprete tiene mucho sentido, porque ni Ramón ni Miquel pueden salir de su reducto, abrirse y comunicarse.
L’últim home que parlava català, Un escàndol sense importància (2011), sobre la corrupción y las oenegés, y El melic del món constituyen un tríptico sobre la Catalunya contemporánea que admite más hornacinas y capillas. Sería ideal que, con su experiencia del mundo globalizado, gracias a su trabajo como diplomático en América Latina, Malasia y Nueva York, lo acabara combinando todo en un gran retablo. Uno de los aciertos del libro es que, sin rechazar los elementos que podríamos llamar costumbristas, no sigue servilmente la actualidad, no entra en cuestiones políticas y pasa de puntillas sobre la agitación soberanista, para ir a buscar actitudes generales que le permitan sacar una conclusión moral.