La Vanguardia - Culturas

El flamenco

Algo debe fallar cuando resulta tan difícil encontrar una representa­ción pictórica del duende. ¿Un exceso de intelectua­lidad en el arte?

- JOAN-PERE VILADECANS

El flamenco es una melena de raíces en conmoción. Una queja, una acusación y un exorcismo del dolor que puede provocar océanos de belleza. Una expresión telúrica, anónima y popular que, además, ha dado grandes figuras históricas. Delos legendario­s Franconett­i, Niña de los Peines y Manuel Torre a Morente, Sabicas, Camarón y José Mercé. YPaco de Lucía. YTomatito. Y Manolo Sanlúcar. El cante jondo, y el baile flamenco, han evoluciona­do relativame­nte poco, salvo excepcione­s puntuales. Pero ha profundiza­do en sus orígenes, en el pozo oscuro de su genética.

En la actualidad es como una representa­ción de una tragedia antigua. Su influencia es evidente en casi todas las artes. Casi. En la poesía de la Generación del 27, en la música de Falla, Pedrell, Granados, Bacarisse, Mompou, Albéniz… Y en Diaghilev, Bizet y otros creadores de diferentes prácticas. En su magistral conferenci­a El cante jondo, García Lorca expone gran cantidad de referencia­s y transversa­lidades del folklore andaluz con las otras artes a lo largo de la historia. Pero ninguna con las artes plásticas. Lo mismo ocurre con los estudiosos del tema: Demófilo –padre de los Machado–, Caballero Bonald, Félix Grande… ¿El flamenco no ha interesado a pintores y escultores? Miró, Dalí, Gris, Guinovart se sabe que fueron admiradore­s de Vicente Escudero –pintor, bailarín y flamencólo­go– y de Carmen Amaya. Picasso gozaba con el cante jondo. Pero ni de él ni de otros ha quedado constancia en su obra. Poco, más o menos el trazo de un instrument­o, de un sombrero, el recorte de una partitura… Quizá la imagen del cantaor, del guitarrist­a o del baile sea tan potente en sí misma que sólo los grandes fotógrafos se han atrevido con ella ¡Ah! Y el diseñador de la cajetilla de tabaco Gitanes.

Un andaluz de sangre sabia y letra torpe me dijo: “En arte todo es lo mismo”. Cierto. Pero algo debe fallar cuando resulta tan difícil encontrar una representa­ción pictórica del flamenco. Se podrá objetar que hay algún rastro en Romero deTorres, pero sus mórbidas figuras, su escenograf­ía banal y cañí y una evidente cursilería estética, que le convirtier­on en el pintor de la mujer morena y le llevaron a salir en billetes de 100 pesetas, no tienen nada que ver con la hondura y el misterio mágico de lo jondo. Tensión, arraigo, voluntad emotiva… Y un permanente flirteo con la emoción líquida son los ingredient­es fundamenta­les del flamenco. Los mismos que se agazapan tras toda creación. ¿Tras la pintura? Por supuesto. Lo que ocurre es que el flamenco deviene intemporal, ancestral. Instintivo. Y la pintura, con la modernidad, se intelectua­liza, se autocita y ensimisma. Y se conceptual­iza de una manera quizá excesivame­nte excluyente. Endogámica ¿El arte contemporá­neo ha llegado a la serenidad tras arrinconar la pasión, el instinto y el desgarro? Esta es, dicen, la condición de los sabios y de los pensadores. Pero no de los artistas. Aún así, cuesta entender queambas artes no sehayan encontrado y retroalime­ntado. No obstante, ¿sería una metáfora acertada asegurar que toda buena pintura es una representa­ción jonda o del duende del que tanto hablaba García Lorca? Quizá.

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FOTO: AGUSTÍ ENSESA Actuación de Tomatito en el festival de Cap Roig del 2010

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