Territorio Thyssen
Sant Feliu de Guíxols acoge de nuevo una selección de obras de peso, esta vez sobre la naturaleza observada
Sant Feliu de Guíxols ha tenido la fortuna ser escogida dos veces por una personalidad de la promoción artística en España. La primera fue, años atrás, cuando estableció su residencia estival. La segunda el año pasado, cuando inauguró la primera exposición. Se trata de la baronesa Carmen Thyssen, quien ha prestado temporalmente parte de su colección de pintura. Las salas que atesoran este patrimonio se encuentran en el Palau de l’Abat (siglo XVI), en el monasterio de Sant Feliu que es, a la espera del nuevo edificio que confiamos no tarde en llegar, la sede actual del Espacio Carmen Thyssen.
Este comparte la geografía ibérica de la baronesa con otros dos, el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, en el Palacio de Villahermosa (siglo XIX), y el Museo Car- menThyssendeMálaga, enel Palacio de Villalón (siglo XVI). Por lo tanto, Sant Feliu de Guíxols forma parte de lo que podríamos llamar territorio Thyssen.
Este año se ha presentado una nueva exposición, Sisley-Kandinsky-Hopper. Colección Carmen Thyssen, que aborda a través de una cin-
Hopper hace valer su paleta de blancos azulados en una imagen casi congelada en el tiempo
cuentena de pinturas la plasmación de la naturaleza observada. La selección, efectuada por el sabio comisariado de Pilar Giró, es una oportunidad única para ver en Catalunya unas obras sensaciona- les y que, todo sea dicho de paso, proceden de los otros dos museos mencionados.
La muestra se estructura en tres ámbitos. El primero, trascendencias del realismo, pone de manifiesto cómo los artistas de la segunda mitad del siglo XIX dialogaron a partir del sustrato romántico, exaltaron la belleza de la naturaleza, las sensaciones del paisaje y la atmósfera que contrasta lo ideal y el real. Destacan los óleos Día nublado (1871) de Alfred Thompson Bricher, que irradia naturalismo puro; Atardecer en la playa (s.d.) de Segundo Matilla, de un cielo rojizo con temperamento; Playa de Estepona (1855), donde Fritz Bamberger es capaz de captar la sombra de las nubes en el arenal, o Noche con luna (1880) de John Atkinson Grimshaw, que hace lo contrario, pinta una calle oscura iluminada por el astro nocturno.
Sigue el apartado dedicado a la Fragmentación de la luz, donde la naturaleza humanizada irrumpe con el impresionismo. Los pintores representan el instante huidizo, plasman aquella impresión efímera de color fragmentado que desnuda la forma y deja la luz comoesencia. Son ejemplos el espléndido Una tarde en Moret (1888) de Sisley, localidad donde el artista progresó en su arte; el evocador Carrascal (1908) que John Singer Sargent pintó cuando visitó por primera vez Mallorca; el ventoso El lago Starnberg (1911) de Wilhelm Trübner, una representación brillante de un plácido escenario natural, o el velero surcando las aguas El Martha McKeen de Wellfleet (1944), en el que Hopper hace valer su paleta de colores blancos azulados en una imagen que parece congelada en el tiempo.
Cambio radical
Finalmente, Transfiguración del color muestra cómo la pintura cambia radicalmente e impone la visión subjetiva del mundo, abandona la forma y abraza la esencia, huye del referente tangible y deja que cada uno se construya la imagen. Un camino hacia la abstracción que incluye Murnau, casas en el Obermarkt (1908) de un Kandinsky de pincelada gruesa; la expresión gráfica de Jugadores de billar (1920) de Varvana Stepanova, donde la acción de las figuras se relaciona con los estados emocionales; un alegre The Ball Musette (s.d.) de Emili Grau Sala, donde la composición del color prevalece sobre la anécdota temática; o la descomposición vegetal Choroní. Montaña (1968), en la que Miquel Villa Bassols reduce las formas de la naturaleza a sensaciones cromáticas.
Esta exposición certifica, por la calidad de las obras y la tesis de fondo, que lo que hoy se presenta tiene futuro, y que el territorio Thyssen ampurdanés se está cimentando con acierto, con un trabajo paciente y riguroso.