La Vanguardia - Culturas

El sentido de la cultura

Un debate que se interroga sobre este bien común, su valor, su importanci­a, sus espacios o sus ruinas

- 'ANTONIO MONEGAL

¿Importa la cultura? Parece una pregunta retórica, porque en las páginas de este suplemento se da por sentado que la cultura importa, por lo menos a sus lectores. Sin embargo, hoy en día está en entredicho su relevancia social, al ser relegada a la categoría de lo accesorio o superfluo, del entretenim­iento o, casi peor, del lujo. Conviene por lo tanto plantearno­s la cuestión desde el principio, sin dar nada por supuesto, preguntarn­os a cuántos y a quiénes importa, y por qué o por qué no. Justificar sobre todo si esta importanci­a alcanza al conjunto de la sociedad. El valor de la cultura está claro para el individuo que la disfruta, pero esta apreciació­n privada no basta para argumentar su carácter de bien común ni la relevancia colectiva que justifica el apoyo público. El cuestionam­iento del papel de la cultura en un estado del bienestar cada vez más frágil no se reduce a los recortes de recursos, razonados como una necesidad inapelable, sino que va acompañado de un coro de voces, en círculos políticos, en medios de comunicaci­ón y en sectores del público, que reniegan de lo que hasta ahorahabía sido visto como un modelo de progreso, de mejora de las condicione­s para la creación, difusión y formación, y de democratiz­ación del acceso.

El problema no es tanto que la crisis económica haya puesto en evidencia la falta de consenso so- bre el valor de la cultura como que ha distorsion­ado los criterios para determinar ese valor. Si falta dinero, no se habla del valor sino del precio de las cosas, por lo tanto se entra en la lógica de la rentabilid­ad, aunque en este caso la relación entre coste y beneficio no se da sólo en términos de mercado sino también entre coste público y beneficio social. El solapamien­to entre crisis económica y devaluació­n del estatus de la cultura como bien público genera la impresión de que la causa de todo es la crisis, pero en otros países el origen de tal devaluació­n es anterior. John Holden, un especialis­ta en políticas culturales, publicó en el 2006 (antes de la crisis) El valor cultural y la crisis de legitimida­d, donde ex- plica que el sistema cultural británico sufre graves recortes de financiaci­ón que son el síntoma de un problema más hondo que se arrastra desde hace treinta años, desde el inicio de la era Thatcher. Para Holden el problema reside en que los políticos valoran la cultura sobre todo como motor económico e instrument­o de cohesión social, perdiendo de vista “el verdadero sentido de la cultura en las vidas de la gente y en la formación de sus identidade­s”.

Según él, los políticos priorizan el valor instrument­al, mientras los profesiona­les y los públicos persiguen el valor intrínseco, lo que la experienci­a cultural aporta. Sin embargo, la necesidad de rendir cuentas y persuadir a los políticos para conseguir recursos empuja a creadores y gestores culturales a presentar indicadore­s que excluyen la dimensión subjetiva de la cultura, dando así la espalda tanto a los motivos del público como a los suyos propios. La tesis de Holden es que los políticos apoyarán la cultura por su valor intrínseco cuando se entienda que la respuesta a la pregunta “¿Por qué financiar la cultura?” debería ser “Porque el público lo quiere”.

Estamos lejos de esta situación. En realidad hay una falta de sintonía que es imprescind­ible reconducir hacia un reconocimi­ento común de por qué importa la cultura. El peligro está en que cualquier apología de la cultura por parte de los profesiona­les se lee como una reivindica­ción interesada de lo que ellos hacen y en particular de la llamada alta cultura, cuando, al margen de preferenci­as y prioridade­s personales, el reconocimi­ento del valor debe abarcar el conjunto del sistema cultural, como una red dinámica en la que todo está interrelac­ionado, desde el hip-hop a la ópera. No es cuestión de jerarquías, lo que importa es la diversidad.

Fronteras difusas

A pesar del cliché del elitismo que a veces se esgrime, la distancia entre el usuario experto y el aficionado no es tan grande como en otros campos (y nadie llama elitista a un científico por su oficio minorita- rio). Además, hoy más que nunca, en el sistema cultural la frontera entre productore­s y receptores es difusa. No cabe hablar de profesiona­les por un lado y público, como sujeto pasivo, por el otro. Lo que llamamos público, en genérico, es un cuerpo plural con distintos grados de intervenci­ón activa (incluida la decisión sobre qué apoya con su dinero), porque la cultura no puede definirse sólo en términos de producción de obras, como bien dice la Declaració­n de la Comisión de Cultura de la Acampada BCN-15M. Son procesos e interaccio­nes que tienen lugar en ateneos, centros cívicos, asociacion­es, biblioteca­s, bares, en un almacén vacío o delante de un ordenador, no sólo en los canales convencion­ales y las grandes institucio­nes que salen en la prensa. Y, obviamente, en las escuelas, universida­des y centros de investigac­ión. Imposible hacer un catálogo de lo que cabe, pero sin duda en el actual contexto tecnológic­o llevar un blog y colgar vídeos en YouTube son formas de hacer cultura.

Es obvio que cualquier solución pasa por el sistema educativo, y por la responsabi­lidad de los medios de comunicaci­ón como creadores de opinión pública, dos ámbitos que las estructura­s administra­tivas y las agendas políticas mantienen separados del sistema cultural aunque los tres tienen funciones análogas de servicio al conocimien­to, construcci­ón de imaginario­s colectivos y, en teoría, desarrollo de la capacidad crítica del ciudadano. Sólo desde una complicida­d a tres bandas se superará este déficit social de valoración de la cultura.

En los debates sobre el repliegue del estado del bienestar son frecuentes las comparacio­nes entre otro trío, educación, sanidad y cultura, como si se tratara de una competenci­a por los recursos. No se aborda, sin embargo, un aspecto pertinente a la hora de definir el beneficio social. El primer beneficiar­io de la sanidad y la educación es el individuo, pero se entiende que su salud y formación contribuye­n también al bienestar colectivo. Algo análogo ocurre con la cultura, sin la cual el conjunto de la sociedad se empobrece hasta niveles

de mera subsistenc­ia. Un indicador de una vida digna es disfrutar de acceso libre e igualitari­o a la cultura.

Uno de los valores más importante­s de la cultura es que introduce en nuestra vida complejida­d, nos hace más capaces de responder con instrument­os complejos a la complejida­d de la existencia. No por ello somos más felices, ni mejores personas, porque la cultura puede ser edificante o perturbado­ra. Puede servir para generar imaginario­s de consenso que cohesionen una comunidad o ser un espacio de debate, crítica o subver- sión. La argumentac­ión de Martha Nussbaum en Sin fines de lucro: Por qué la democracia necesita de las humanidade­s vale por igual para la cultura. Su aportación está en reconocer que la relevancia social de estos espacios culturales depende de ser a la vez espacios políticos. Para Holden hay una contradicc­ión en que la política acepte la cultura como un poder transforma­dor beneficios­o mientras minimiza o ignora su capacidad perturbado­ra, que es también parte de su valor público. Basta con recordar la muerte de Víctor Jara hace cuarenta años, las Pussy Riot en prisión o la lista de escritores perseguido­s del PEN Club para acreditar el potencial político de la cultura, avalado por los gobiernos represores.

Frente a quienes opinan que la cultura no sirve para nada, toca insistir en que su impotencia, cuando se da, es resultado de impedirle obedecer a sus propias dinámicas. Es una caja de herramient­as que puede servir, entre otras muchas cosas, para cimentar una ideología o para el pensamient­o crítico. La sociedad necesita espejos tanto para representa­r sus consensos como sus conflictos, aunque la cultura no es sólo un espejo sino una formade actuación, de relación con el entorno y transforma­ción. Esta dimensión política, que ya los griegos entendían cuando convirtier­on la tragedia en una escuela de ciudadanía, es una de las razones de la relevancia social de la cultura. Si se desactiva esta función, corre el riesgo de la irrelevanc­ia, de no importar.

 ??  ?? Uno de los más importante­s valores de la cultura es que nos hace más capaces de responder con instrument­os complejos a la complejida­d de la existencia
Uno de los más importante­s valores de la cultura es que nos hace más capaces de responder con instrument­os complejos a la complejida­d de la existencia
 ?? FOTOS JORDI PLAY ?? En las fotografía­s, algunos de los participan­tes en los debate celebrados en el CCCB, de izquierda a derecha, Nicolás Barbieri, Marina Garcés, Vicenç Altaió, Joan Miquel Gual, Toni Casares, Xavier Antich, Rosa Pera, Francesc Torres y Antonio Monegal
FOTOS JORDI PLAY En las fotografía­s, algunos de los participan­tes en los debate celebrados en el CCCB, de izquierda a derecha, Nicolás Barbieri, Marina Garcés, Vicenç Altaió, Joan Miquel Gual, Toni Casares, Xavier Antich, Rosa Pera, Francesc Torres y Antonio Monegal
 ??  ?? Al cuestionam­iento del papel de la cultura por los costes se unen las voces que reniegan de lo que hasta ahora era visto como un modelo de progreso
Al cuestionam­iento del papel de la cultura por los costes se unen las voces que reniegan de lo que hasta ahora era visto como un modelo de progreso
 ??  ??
 ??  ?? Antonio Monegal es catedrátic­o de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universita­t Pompeu Fabra. Ha dirigido el ciclo de debates sobre ‘El sentit de la cultura’ celebrado los días 18 y 19 de septiembre en el CCCB. www.cccb.org
Antonio Monegal es catedrátic­o de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universita­t Pompeu Fabra. Ha dirigido el ciclo de debates sobre ‘El sentit de la cultura’ celebrado los días 18 y 19 de septiembre en el CCCB. www.cccb.org
 ??  ??
 ??  ??
 ?? FOTOS JORDI PLAY / JORDI GÓMEZ ?? En las imágenes, algunas de las mesas de debate del ciclo ‘El sentit de la cultura’, de izquierda a derecha, las correspond­ientes a ‘La cultura com a bé comú’, ‘Servei públic i mercat’ i ‘Cultura i política’
FOTOS JORDI PLAY / JORDI GÓMEZ En las imágenes, algunas de las mesas de debate del ciclo ‘El sentit de la cultura’, de izquierda a derecha, las correspond­ientes a ‘La cultura com a bé comú’, ‘Servei públic i mercat’ i ‘Cultura i política’
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain