Clásico y moderno
Del Bucarest de Mircea Eliade a la Barcelona de Mariscal y Barceló, catorce piezas narrativas que alternan la alta cultura y la popular
La trayectoria de Sergio Vila-Sanjuán (Barcelona, 1957) como escritor parte de un mismo sendero –la historia reconvertida en periodismo– que recientemente se ha bifurcado. Por una parte está su labor como novelista – Una heredera de Barcelona y Estaba en el aire (ganadora del último premio Nadal)– y por otra su ya antigua dedicación a la crónica cultural, reunida en gran parte en libro.
Es de sobras conocido que VilaSanjuán –heredero barcelonés de una vieja estirpe de periodistas– lleva tres décadas largas dedicándose a la cultura en los periódicos. Su discurso de entrada en la Reial Acadèmia de Bones Lletres versará, precisamente, sobre nombres fundamentales de una tradición que permite, en palabras para todos, la plasmación de las atmósferas espirituales sobre las que se funda una civilización. Son ya treinta y pico años, pues, mediando entre cultura y sociedad. Suficientes para haber cifrado en una fórmula cuál es el secreto del oficio. “Presentar equilibradamente la vivencia personal de una situación y los testimonios de personajes implicados, y a la vez sintetizar los conocimientos relacionados de una forma pasablemente amena”.
La aplicación de esta teoría está en La cultura y la vida: recopilación de catorce piezas publicadas casi todas en La Vanguardia, ahora más o menos reelaboradas e ilustradas con gusto y generosidad.
La antología se divide en dos bloques. El primero recoge artículos de temática diversa, que testimonian la apertura de miras con la que Vila-Sanjuán ha practicado su profesión. Desde la crónica de un viaje a Bucarest, donde es capaz de coser con compleja naturalidad una síntesis de la vida y obra de Mircea Eliade con la descripción de la ciudad y su historia, hasta la reivindicación de su tío Juan Felipe, figura clave que parece salida de un capítulo de Mad Men y que permite reconstruir la edad de oro de la delegación catalana de Televisión Española.
Son textos concebidos con voluntad narrativa, casi siempre en primera persona y donde la alta cultura alterna sin problema con la cultura de masas (mezcla que en lo social, por cierto, está muy presente en sus novelas).
El segundo bloque tiene un espacio común: Barcelona, “mi auténtica patria”. Al margen de la glosa deliciosa de Lluís Permanyer o una rápida síntesis de la historia libresca de la ciudad, los textos restantes capturan momentos y personajes de la Barcelona moderna. Los cinco se caracterizan por representar fisuras en el relato ortodoxo y convencional de la ciudad. Lo ácrata (Ferrer Guardia) contrapuntea lo burgués (Isabel Llorach), el elegante convencionalismo del realismo pictórico de postguerra contrasta con formas americanizadas de concebir la vida y la cultura (días y noches de Tuset Street).
Pero hay algo implícito en la suma de artículos que quizás sea lo más sugestivo del conjunto y que tiene algo de autorretrato velado. Sin afán de ponerme estupendo lo definiría cómo la naturalización, en un discurso periodístico de tono y forma tradicional, de las lecciones del posmodernismo. Podría detectarse en la pieza sobre los hermanos pintores Santilari, por ejemplo, pero las claves son del todo explícitas en el texto de mayor densidad autobiográfica del conjunto, “El grupo literario que no llegó a existir”. Vila-Sanjuán se autorretrata en una Barcelona esnob de finales de los setenta junto a colegas de juergas y redacción –un Llàtzer Moix, un Ramón de España, un Marcos Ordóñez–, charlando en bares de diseño, más a gusto con risas que con ideologías. “Éramos gente individualista”.
Fue la Barcelona que vio emerger a Mariscal o a Barceló. Una ciudad que por primera vez pretendía ser Nueva York antes que París. Las afinidades compartidas –Wenders o Brian Ferry, Wolfe, Tintín o Modiano…– los caracterizan, al mismotiempo, comoclásicos y modernos. Cultos urbanitas hedonistas. La mezcla para descifrar cuál ha sido y es la idea de la cultura que transpiran las páginas escritas por Vila-Sanjuán. Lo dice Ferran Adrià en uno de los artículos del libro: “Yo no pienso que el arte no pueda ser feliz”.