La alegría futurista
Una de las figuras menos conocidas y más vigentes del futurismo es recuperada en una muestra que incluye además obras de otros artistas
Es lógico que el futurismo naciera precisamente en Italia, un país que, en un siglo XX caracterizado por la expansión de la modernidad, tuvo que soportar más que ningún otro el excesivo peso cultural de un pasado imperial y clásico. Para un artista italiano, el futurismo suponía una liberación necesaria, la más adecuada ante un abrumador exceso de pasadismo sumiso, de fijación en lo antiguo. Tal vez ahora y aquí, cuando muchos artistas valiosos malviven a causa de una mala difusión mientras se montan otras catorce exposiciones sobre Picasso –ese desconocido–, habría que empezar a reivindicar otra vez nuevas actitudes antipasadistas, pues nos encontramos en el siglo XXI y no en 1927.
Resulta irónico y paradójico que, de todos los movimientos artísticos importantes e influyentes que configuraron las vanguardias históricas, de todos aquellos ismos que luchaban entre sí –y a veces, animados por gurús o papas profanos llamados Apollinaire, Marinetti y Breton, lo hacían a puñetazos–, haya sido precisamente el futurismoelmás ninguneadoy peor trata- do por lo que finalmente ha sido aquel futuro entonces tan glorificado e invocado. Un siglo después de su nacimiento, el futurismo sigue siendo un movimiento infravalorado, mientras que otras aportaciones contemporáneas o inmediatamente posteriores son objeto de mitificación: el cubismo, Dada, Du-
El programa futurista anticipaba muchas buenas ideas que se materializaron decenios más tarde
champ, el suprematismo y las vanguardias rusas o también el surrealismo. Ningún centro español de arte moderno y contemporáneo se acordó de celebrar el centenario del futurismo, que se cumplió en el año 2009.
El futurismo puede ser execrable por razones éticas. En su texto fundacional de 1909 Marinetti afirma: “Nosotros queremos glorificar la guerra –única higiene del mundo–, el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los anarquistas, las bellas ideas por las cuales se muere”. Poco después, durante la carnicería real que fue la Gran Guerra, murieron –entre muchísimos otros– dos partidarios de esas bellas ideas: Umberto Boccioni y Antonio Sant'Elia, autores, respectivamente, de los manifiestos sobre la escultura y la arquitectura futuristas. Todas las guerras empiezan con palabras: con ideas equivocadas.
Sin embargo, el arte futurista incluye contribuciones completamente ajenas a los violentos programas prefascistas de su fundador, el irritado e irritante Marinetti, influyente compañero del futuro dictador Benito Mussolini. Marinetti fue el pecado original del arte futurista, pero Giacomo Balla y Fortunato Depero crearon obras vitalistas, positivas y hasta encantadoras. Esto lo podrán comprobar quienes visiten la exposición retrospectiva que la Fundació Catalunya-La Pedrera dedica a Depero, la primera en Catalunya y en España sobre este artista italiano.
La aportación más singular y brillante de Depero es su moderna reivindicación de las nuevas artes reproducibles técnicamente, su capacidad de síntesis gráfica y su disfrutable tono vitalista. Por ello esta muestra es muy recomendable para los interesados en el diseño gráfico y publicitario, el cartelismo y la ilustración de vanguardia. Son admirables sus alegres dibujos y diseños gráficos para Campari, sobre todo su collage textil L’Aperitivo Bitter Campari, de 1927. Depero (1892-1960) influyó internacionalmente en los años 80 y lo sigue haciendo en el siglo XXI. Autores como el valenciano Calatayud y el barcelonés Peret parecen haberse inspirado a veces en su obra.
En cuanto a Balla, la muestra incluye bastantes piezas suyas, así como de otros artistas futuristas, lo cual es un acierto del comisario, Antonio Pizza, quien ha conseguido además una pieza excepcional, Conjunto plástico coloreado de estruendo + velocidad (c. 1914), que en aquella época de señores con mostacho reivindicaba el arte intermedia y multimedia, la obra compuesta por materiales heterogéneos y heterodoxos. También se expone una Flor futurista, de 1920.
En los próximos meses, museos como el Guggenheim y ciudades como Nueva York y Madrid dedicarán grandes exposiciones al arte futurista, y tal vez entonces algunos empiecen a comprender su valor. Quien lea los 16 manifiestos que incluye la exposición de La Pedrera, podrá constatar que el programa futurista anticipaba muchas buenas ideas que, en algunos casos, se han llegado a materializar bastantes decenios más tarde: la voluntad de abarcar todas las artes e integrarlas en la vida, la polisensorialidad (sonido, olor, tacto inclui-
Son admirables los dibujos y diseños gráficos que Depero realizó para la marca de licores Campari
dos), la performance, la instalación, el arte basado en la luz, el movimiento y el tiempo, la idea de cambiar la relación con el público y de situarlo no ante la obra de arte sino en su mismo centro, la no distinción entre alta y baja cultura, la hibridación y la alternancia de disciplinas artísticas, la reivindicación del cine, del diseño, el cartelismo, la publicidad y la moda como artes de la modernidad, y del teatro y la danza como artes plásticas o del periodismo como literatura, son ideas futuristas hoy vigentes.