El paraíso azul
La galería de arte Joan Planellas, en Tossa de Mar, es uno de esos sitios sobre los que a todo escritor le gustaría fabular. El enclave, si no perfecto, es más que bueno, la cuna de la Costa Brava, un pueblo que ya no es lo que era –como nadalo es– y que sin embargo mantiene cierto esplendor del paraíso azul al que Marc Chagall se refirió. El pintor francoruso estuvo en Tossa en el año treinta y cuatro, coincidiendo con otros artistas, como el pintor checo Georges Kars o el poeta Jules Supervielle. De su paso quedan algunas muestras, de las que cabe destacar el cuadro El violinista celeste (1934) y la correspondencia que posteriormente mantuvo con el alcalde Sebastià Coris, expuesta junto al cuadro y otros motivos chagallianos en el Museo Municipal. En una de las cartas, escrita a mano y fechada en 1974, se lee: “J’ai conservé le meilleur souvenir de mon séjour dans votre ville. C’est un grand plaisir de penser que j’ai des amis dans le pays de Cervantes et Goya”. Sebastià Coris (1921-2011) fue un asiduo de la galería Planellas, como amigo y cliente, anfitrión de los cuadros que llegaban y de sus autores.
Planellas inaugura unas cinco exposiciones al año, con pintores de la talla de Rosa Torres, Víctor Mateo o Rómulo Royo, algunos de los más notorios, cuya obra está siempre disponible en la galería. El mérito de Planellas está en sacar pintores de debajo de las piedras, pintores apenas conocidos, como Nobuko Kihira, actualmente expuesta. Kihira es de origen japonés pero reside desde finales de los ochenta en Cadaqués, otra localidad señera de la Costa Brava, y muy relacionada con el arte, además, a través de Salvador Dalí. La obra de Kihira mezcla tradición y sensibilidad, con texturas arenosas propias de la cultura mediterránea y motivos orientales.
En 2005, la galería expuso una serie de carteles de Marc Chagall que Sebastià Coris donó con fines benéficos, con tal de restaurar la capilla de la Virgen del Socorro. El éxito fue total, tanto la venta de los carteles como la restauración de la capilla, que sigue abierta y es uno de los lugares más visitados de Tossa, después de las murallas que protegen la villa vieja y son la imagen del pueblo. Ahí está el Museo Municipal, por ejemplo, en un espacio que la gente fotografía pero al que rara vez entra. Gracias a la plasticidad de la murallas, se organiza desde 1957 el premio de Pintura Rápida, pionero en España, en el que los concursantes deben elegir un lugar del pueblo que pintarán desde primera hora de la mañana hasta media tarde, cuando habrán de entregar su obra al jurado.
El premio perdió prestigio, pero durante años atrajo a Tossa a reputados pintores, como Bosch Roger, primer ganador, Casimir Tarrassó oGuerrero Medina, y dio al pueblo un aire de paleta y óleo que tardó poco en expandirse a otros lugares de la costa. La galería de arte Joan Planellas se propone preservar este aire, entre el alud de turismo barato que invade las playas y emborrona tiempos mejores. Su labor toma visos de centro cultural, donde lo mismo pueden celebrarse actos literarios, entre cuadros de Rosa Torres y Molina Ciges, por ejemplo, pintores que gracias a la galería están llegando al pueblo y dejan huella en el paisaje.
El valor de estas iniciativas, sin embargo, se apreciará dentro de unos años, no ahora, en que el eco que producen se acerca más al astillero de Onetti que a las entusiastas galeristas de Sergio Pitol. Los tiempos actuales no favorecen a los galeristas, y en las capitales del arte, de hecho –París, Nueva York, Madrid–, lo más frecuente es que echen el cierre para trasladarse a almacenes y desde ahí alquilar espacios de exposición para breves periodos. Por eso la galería Planellas es un lugar de lo más literario, por el tesón con que abre todos los días y trae cada equis meses obra nueva, y lo es a la manera de Melville, Onetti o Vila-Matas, cuyos personajes no se habrían sentido extraños entre sus paredes.