Nuevoel que lo lea
Después de veintidós años sin publicar poesía, Juan Bufill decide exponer una selección de sus poemas bajo el título ‘ Antinaufragio’
Hay un equívoco con la poesía que se propaga tan dañino como la procesionaria que deja sin savia los pinares. La verdadera poesía no es un género para orlar un curriculum, fabricarse un estatus o cultivar un oficio. La poesía es sobre todo una actitud incardinada en la vida y quien tiene esa mirada poética tiene el don de hacer visible por medio de la palabra el elemento poético del mundo que permanece oculto a los demás. Juan Bufill (Barcelona, 1955) lo tiene y lo expresa de distintas formas, en su cine abstracto y en sus fotografías que revelan el alfabeto sígnico de la naturaleza, en su modo de ver el arte, de sentir la música o de crear también otras realidades, ese “poema sin mundo” del que habla. Se sabía que Bufill es uno de los mejores poetas de la generación posterior a la de Gimferrer, como demostró en su único libro hasta ahora, Subespecies humanas, del lejano 1992, y en las incursiones poéticas de sus plaquettes de artista. Ahora lo expone con contundencia en Antinaufragios, cuyo tono lo da desde la primera página la cita de Derek Walcott: “el sentido último de la poesía es enamorarse del mundo, a pesar de la Historia” y la contracita, implícita en el mismo título del libro, del Ungaretti que cantó la ale- gría del náufrago, sólo que el yo poético de Bufill no es siempre un extranjero, un desarraigado, sino una isla con vocación de archipiélago: “uno es muchos / intemperie / migraciones”. No posee el lugar, sino el “a través”, “el transcurrir”. Como decía Scott Fitzgerald, “¿quieres que te cuente un cuento. Ven. Siéntate junto al abismo”, para leer un poema de Bufill hay que olvidar las brújulas y limpiar la mirada de clichés para estar atento al
Hay sed, mar, desierto, fuga, baile, sol, luz, sombra, vuelo, sueño, pájaro, abismo, manantial y deseo
descubrimiento, al azar y celebrar el misterio y lo inesperado, viajar al vacío, dejar de ser, vivir el desierto, bañarse en la noche, para alzar el vuelo y renacer pleno: “el pájaro es sol y relámpago / es otra vida después / de alguna enésima muerte”. Son versos escritos por alguien que cree que “pensamos con luz / sabemos con sombras”.
La poesía de Bufill está punteada por la repetición de palabras que se metamorfosean y que en la ardencia poética se fusionan para formar bellas palabras nuevas: “cuerpo mar”, “hilo laberinto”, “jardines de aguafuego”, “espacio espejo”. Hay sed, mar, desierto, fuga, baile, sol, luz, sombra, vuelo, sueño, pájaro, abismo, manantial, deseo, mundo mineral y pálpito animal. Bufill es un poeta que integra sus lecturas de filosofía –especialmente cercano a María Zambrano– y su vasto archivo musical –esos ragas capaces de expresar a la vez alegría y dolor, el sí y el no. Pero también es un poeta que quiere alzar su voz de protesta en la sección Un mundo (mal) organizado, con unos antológicos Diez mandamientos del amo: “Te dejarás mandar / Creerás nuestras promesas / te resignarás a nuestros abusos / Te dejarás vigilar (…) Tendrás buena conciencia aunque hagas daño (…) / Comprarás los sucedáneos fabricados / así como nosotros te robamos / la realidad no comprable: / tu fuerza, tus sueños, tu tiempo / tu vida, día tras día”. Una poesía de combate que encuentra su mejor versión en Planeta televisado / Alienación programada: “jardín de las serpientes: cruenta batalla / bahía de los búfalos ahogados / paseo en Barcelona esquina en Londres / y cielos bombarderos incendiando”.
Antinaufragios es un libro que coloca a Juan Bufill como uno de los poetas imprescindibles de este siglo en cualquier lengua por la musicalidad de sus versos, su palabra imantada, la profundidad metafísica y su saber hilar en las tradiciones del Oeste (Ungaretti, Pessoa, Paz) y del Oriente. Una vida en fragmentos: “uno siempre tiende / se acerca y no sabe si alcanza / un ideal que no sabe / uno sólo alcanza a imaginar / y a vivir según aquello que imagina / vivir en lo que llega a percibir (...) siempre fragmentos de un todo / y uno se acerca y no alcanza / ojo agualuz y ceniza / oído abismo de aguas / perdido astro sin tacto / que imán y centro sueña”.