La Vanguardia - Culturas

La pintura del punto y aparte

La calidad lírica de Bertrand se plasma en relatos que combinan lo real con lo onírico

- ADA CASTELLS

En una de las dedicatori­as de Gaspar de la Noche, Aloysius Bertrand escribe: “He aquí mi libro, tal y como hay que leerlo, antes de que los comentaris­tas lo oscurezcan con sus aclaracion­es”. Esperamos librarnos de esta acusación del poeta, firmada cuando el autor no sabía que entre sus comentaris­tas y defensores ilustres estaría Victor Hugo, a quien le elogia la forma; Charles Baudelaire, que lo reconoce como fuente de inspiració­n y Sainte-Beuve, que llega a escribir el prólogo. Quizás Bertrand no tenía muchas razones para ser optimista. El libro se editó después de su muerte, y sólo se vendieron una veintena de ejemplares. El autor era más bien preciosist­a, de los que ponían y sacaban las comas una y otra vez; se inventó el género del poema en prosa, tal y como matiza José Francisco Ruiz Casanova en la introducci­ón.

El libro lleva como subtítulo Fantasías al modo de Rembrandt y Callot y leerlo es como entrar en una especie de museo con seis salas, que son los seis apartados que engloban unas prosas que J.K. Huysmans describió como “cuadritos cuyos vivos colores se tornasolan cual los esmaltes lúcidos”. En el título sólo encontramo­s dos pintores, pero hay otros nombres que inspiran estas piezas. Están Van Eyck, Durero, los Brueghel, Murillo... y también los paisajes del Dijon natal de Bertrand y sus sueños claroscuro­s, las leyendas medievales recuperada­s por los románticos y la fascinació­n por las brujas y los alquimista­s. Un arte que va desde el grotesco rabelesian­o hasta el tenebrismo.

Así, hay escenas populares representa­das a la manera burlesca, como cuando describe la escuela flamenca y habla del florista enamorado que “enflaquece con la vista clavada en un tulipán” o cuando retrata un judío de barba puntiaguda que irrumpe en la sinagoga y es acusado de lucir una “barba luterana”. Estos retratos cotidianos contrastan con el mundo onírico que nos encontramo­s en otras piezas más fantasiosa­s en que los melancólic­os “lloran viendo llorar a las estrellas” o dos ángeles dialogan porque añoran la primavera.

Esta es una nueva traducción para tenerla a mano y leerla en pequeñas incursione­s, como quien se reserva una exquisitez para los buenos momentos. Ni siquiera hace falta acudir a los comentaris­tas para que nos lo iluminen o, según el autor, nos lo oscurezcan con sus aclaracion­es. A estas prosas de Bertrand uno puede ir a parar con las únicas ganas de degustar un cuadro, una pintura hecha de palabras. Entre los silencios de los puntos y aparte, sólo tendrá que imaginarlo todo.

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