El laberinto de la ficción
Cercas se acerca a la figura de Enric Marco, quien fue presidente de Amical Mauthausen sin haber pisado un campo de concentración
En el 2005 se descubrió que Enric Marco, un octogenario barcelonés, a lo largo de tres décadas se había hecho pasar por deportado en la Alemania de Hitler y, superviviente de los campos nazis. Había presidido durante tres años la gran asociación española de los supervivientes, la Amical Mauthausen. ¿Cómo se podía haber mentido tan impunemente sobre algo tan espantoso como el Holocausto? Inevitablemente, Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962) se sintió atraído por lo que adivinaba un caso complejo, lleno de luces y de sombras; como se había sentido atraído previamente por otros personajes igualmente complejos: Rafael Sánchez Mazas en Soldados de Salamina, los protagonistas del 23-F, con Santiago Carrillo y Adolfo Suárez a la cabeza en Anatomía de un instante, o el Vaquilla en Las leyes de la frontera.
Se propone, pues, escribir “un relato absolutamente real, una novela sin ficción”. En su primer encuentro con Marco le dice: “No espere de mí una rehabilitación ni una absolución; aunque tampoco una condena. Lo que quiero es saber quién es usted, por qué hizo lo que hizo. Eso es lo que quiero: no rehabilitarlo sino entenderlo”. Si en Mario Vargas Llosa, con el que parece identificarse, hay una atracción casi morbosa por lo perverso, sin la mínima intención moral en Cercas, por mucho que insista en su objetividad, hay una ambigüedad en su búsqueda de la verdad que se esconde tras las mentiras y de encontrar lo que de bueno o auténtico hay en seres aparentemente turbios. El hecho de que escriba los relatos en primera persona confirma esta actitud. Frente a la impasibilidad moral de A sangre fría, de Truman Capote, prefiere la decisión de Emmanuel Carrère, en El adversario, de “contar su historia sin ausentarse de ella, no en tercera persona sino en primera persona, revelando también sus perpleji-
Ante la impasibilidad de Truman Capote, el autor prefiere el modelo de Emmanuel Carrère
dades morales y su relación con el impostor asesino”.
La presencia del autor y la aceptación de una actitud inevitablemente personal y subjetiva da al relato una emoción más propia de la novela que de la crónica. Él se ve involucrado en esta aventura singular: siente que necesita esconder- se de la gente, “para poder llorar”; “soy incapaz de escribir un libro sin convertirlo en una obsesión”. Sólo desde esta actitud tan personal es posible acercarse a Marco y tratar de entenderle. Para ello es preciso entender asimismo la relación entre verdad y mentira, que nos permite asimismo ver la relación entre realidad y ficción: “los buenos mentirosos no sólo trafican con mentiras sino también con verdades, y las grandes mentiras se fabrican con pequeñas verdades”, lo que le lleva a comparar a Marco con don Quijote, porque ambos son dos grandes mentirosos que “no se conformaron con la grisura de su vida real y se inventaron una vida heroica”. Pero así como de don Quijote ignoramos su pasado, Cercas se propone “reconstruir la vida verdadera de Marco desde el principio hasta el final, desde su nacimiento hasta el estallido del caso”. Su infancia traumática, nacido en un manicomio de una madre loca, ha de marcarle para toda su vida, la real y la que necesita inventarse. La fuerza de la novela está en cómo la ficción acaba por cobrar la fuerza de la realidad, sean sus peripecias bélicas o la peripecia alemana y su paso por el campo de concentración de Flossenbürg, que le permitió llegar a la Amical de Mauthausen. Y Cercas va más allá de esta agitada biografía de verdades y mentiras hasta el desenmascaramiento final, y sitúa al personaje en un contexto histórico: Marco es un símbolo del envilecimiento en el que cayó el país durante la dictadura, de ahí que las reflexiones sobre la memoria histórica nos permitan establecer un vínculo entre individuo y sociedad. Pocos en efecto se salvaron de la mentira. Muypocos fueron capaces de inventar una realidad superior. Una novela que, sin embargo, pierde agilidad por culpa de las farragosas repeticiones.