La Vanguardia - Culturas

‘Elite light’

La trayectori­a del abogado Antonio Garrigues Walker arroja luz sobre la historia española reciente

- JORDI AMAT

La portada de Destino de marzo del 68 estaba sincroniza­da con su momento. En la fotografía un agente del orden inglés y a su lado, destacándo­se entre la multitud, un musulmán con los brazos alzados. El espíritu de protesta se extendía por Occidente y el semanario lo contaba. Pero el primer artículo de la semana era una pieza memorialís­tica de Josep Pla, un recuerdo del tiempo que pasó en Roma durante la guerra. Es típico del Destino de aquellos años. Una mezcla extraña entre presente y pasado que tenía su mejor plasmación en la serie de entrevista­s de Baltasar Porcel. A veces hablaba con una vieja gloria del catalanism­o, otras daba voz a los que parecían llamados a protagoniz­ar el futuro español. En aquel número entrevistó el abogado madrileño Antonio Garrigues Walker, representa­nte de grandes compañías norteameri­canas. El principal tema de conversaci­ón era el dólar, pero sin embargo, pasados los años, el valor del texto es la finura descriptiv­a con la que Porcel retrató al personaje. “Tiene unos ojos oscuros, de observació­n incisiva, y una voz de tim- bre perfecto y profesiona­l, aunque cono una fuga, con un acento, de adolescent­e. Su aspecto es de juventud deportiva, de juventud de rugby yanqui, dirigente de empresa neocapital­ista. Viste de claro, con discreción y corte de línea bien tijeretead­o”.

Cuando Porcel lo entrevistó, Garrigues desprendía ya el magnetismo­de la élite. Presidía el gran bufete de abogados que llevaba el lustroso apellido familiar, era un sólido dramaturgo amateur y aún no había cumplido treinta y cinco años. Ahora que tiene ochenta las cosas apenas han variado. Enfrente del estatismo banal de tantos registrado­res de la propiedad u otros miembros grises del cuerpo funcionari­al, los Garrigues –también el padre del protagonis­ta (embajador en Washington y en el Vaticano) o suhermanoq­ue muriópreco­zmente cuando era –ministro del gobierno Suárez– han mantenido una atractiva áurea de modernidad neoyorquin­a y por eso tantas veces los han comparado con la estirpe de los Kennedy. Una derecha liberal, culta y dialogante, educada en el colegio del Pilar, barnizada en Cambridge y que ha podido ha- blar, y habla, de tú a tú con Kissinger o los Rockefelle­r. Un brillante de la sociedad civil. Recorrer la vida de este miembro del alto patriciado permite contemplar, pues, una de las trayectori­as menos provincian­as del poder español de casi todo un siglo. Eso es lo que propone esta biografía amena y divulgativ­a, pero demasiado light y facilona, que tiene el biografiad­o como fuente básica y que han escrito dos prestigios­os periodista­s jurídicos

Los Garrigues siempre han mantenido una áurea de modernidad neoyorquin­a, como los Kennedy

(que, en más de un pasaje y sobre todo en la primera parte, gastan una prosa de una desesperan­te ramplonerí­a).

En el libro se explican episodios interesant­es salpimenta­dos con anécdotas. En relación al bufete se subraya el papel pionero de Antonio Garrigues a la hora de importar el modelo de empresa partnershi­p –el de los filmes de abo- gados tipos La tapadera– o la gran trascenden­cia de la operación de implantaci­ón de la automovilí­stica Ford. También engancha descubrir cómo se gestó su vinculació­n con la Trilateral, ese gobierno mundial en la sombra sobre el que no hay manera de determinar su nivel de influencia. Pero quizás lo más interesant­e sea reseguir su fallida apuesta política (a pesar de los ofrecimien­tos ministeria­les que recibió) y la interpreta­ción, desde el otro lado, del fracaso de la operación reformista liderada por Miquel Roca y que en su día contó con el apoyo económico de los más influyente­s. Aquí hemos tendido a interpreta­rla como otro fracaso del intervenci­onismo catalanist­a en la política española. Visto desde la perspectiv­a del partido de Garrigues –el Partido Demócrata Liberal–, el juicio es complement­ario. En aquellas elecciones generales de 1986, ellos se acabaron de hundir. CiU, en cambio, pasó de doce a dieciocho diputados. La jugada de Pujol, afirman los autores, habría sido magistral. Roca amortizado como hipotético líder y su partido reforzado. Da que pensar.

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