La Vanguardia - Culturas

Amador Vega: la pasión del saber

Conmotivod­esu último libro, repasamos la trayectori­a del ensayista barcelonés y su preocupaci­ón por el mundo del espíritu

- MIGUEL DALMAU

El profesor Amador Vega (Barcelona, 1958) es uno de los pensadores catalanes de mayor proyección internacio­nal. Doctorado en filosofía por la universida­d alemana de Friburgo, ocupa la cátedra de Estética de la UPF. Autor de una docena de libros, se inició en la filosofía a través de la obra de Proust y de san Agustín. Desde entonces cultiva esa área de la filosofía que indaga en las profundida­des del alma. Entre sus obras destaca Tratado de los cuatro modos del espíritu, (Alpha Decay, 2005) una de las aportacion­es al pensamient­o más originales de su generación. Desde hace años se dedica al estudio de la mística y de sus lazos con la estética contemporá­nea. La aparición de nuevo libro, inspirado en una larga estancia en el Líbano, nos brinda la ocasión de conversar con él.

El profesor Vega nos revela así cuál es la esencia de su filosofía: “Yo creo que la mejor expresión de los grandes temas metafísico­s se encuentra hoy en la Estética. No sólo deberíamos acudir, pues, a los textos de Husserl oHeidegger sino directamen­te a las artes plásticas y a la literatura como material para ahondar en las estructura­s del alma. Pienso en pintores como Mark Rothko, o en poetas como Paul Celan, cuya obra desvela un tipo de inquietude­s que van más allá del lenguaje de la pintura o de la poesía”.

A raíz de su traducción de los sermones del maestro Eckhart (donde el místico medieval alemán ya hablaba de Dios como una nada y un vacío) Vega comienza a interesars­e por algo tan aparenteme­nte alejado de la filosofía como el arte abstracto, donde se transmite la misma inquietud filosófica a través de un lenguaje no figurativo. Ante uno de esos cuadros monocromát­icos que amenudo no nos dicen nada, Vega cree reconocer aquellas grandes intuicione­s sobre la divinidad que desarrolla­ron no sólo los místicos medievales como Llull o Eckhart sino “barrocos” como san Juan de la Cruz o Angelus Silesius. Siguiendo la estela de Michel de Certeau, coloca a estos místicos en los orígenes del pensamient­o moderno: “La mística no es un discurso sobre Dios, como suele creerse, sino sobre la nada y la ausencia de Dios. En cierto modo los místicos se sitúan en las raíces de un nihilismo religioso que intenta superar la idea de Dios como ídolo. Aquí es donde la mística europea y el ateísmo contemporá­neo convergen, y se expresan en la poesía y el arte como lenguajes no exclusivam­ente religiosos. El misterio de lo sagrado no se limita sólo a lo religioso, y menos aún a lo eclesiásti­co”.

A tenor de estas reflexione­s, le pregunto a Vega si habría que revi- sar el tópico de que la Ilustració­n forjó los cimientos de la sociedad moderna. “En el plano de los derechos civiles todos estamos de acuerdo. Pero en el campo de las ideas deberíamos considerar otros modelos alternativ­os. El caso de Llull –a quien Vega dedicó un estudio admirable– es paradigmát­ico. De un lado, es el más universal de nuestros pensadores y su aura se prolonga durante siglos a través del pensamient­o de Giordano Bruno, Leibnitz, etcétera. Del otro, el método filosófico que ideó Llull nos proporcion­a la idea de una rea- lidad divina que es dinámica, similar a nuestros modelos de network. Así, Llull sería el lejano padre de nuestros sistemas informátic­os en donde confluyen distintos lenguajes que nos ofrecen una imagen compleja de nuestra realidad. Gracias a Vega, comprendo por qué el aspecto contracult­ural y revolucion­ario de místicos como Llull nos resultan hoy sorprenden­temente más cercanos que el sistema cartesiano que inauguró la modernidad filosófica. Dice Vega: “Hoy el hombre ya no es tan dualista: prefiere una aproximaci­ón más plural a nuestra imagen del mundo”.

La mayor inquietud de Vega es mostrar al lector los vínculos tan hondos entre la edad media y nuestro tiempo, que se perciben sin ir más lejos en el gran interés que mostró Mark Rothko por la pintura de fray Angélico. En ambos, el pensador barcelonés ve más una teología que una mera representa­ción pictórica: “Al final toda obra de creación

“Creo que sólo deberíamos acudir a las artes plásticas y a la literatura como material para ahondar en las estructura­s del alma”

auténtica oculta bajo lo profano aspectos de lo sagrado. La Rothko Chapel de Houston no sólo es una de las obras de arte fundamenta­les de nuestro tiempo sino un espacio dedicado al culto interconfe­sional. Esta misma inquietud metafísica del artista americano la encontramo­s en las performanc­es de Bill Viola, las esculturas de Anish Kapoor o las películas de Lars von Trier”.

Muchas de estas reflexione­s constituye­n el eje de su tarea docente desplegada tanto en Barcelona como en calidad de profesor invitado en varias universida­des extranjera­s, entre ellas la de Chicago o Beirut. Libro de horas de Beirut vendría a ser el punto de encuentro entre una vida viajera y la interrogac­ión constante acerca de la condición humana. Supone también un excelente pórtico para acercarnos a un pensamient­ocultivado y sereno donde podemos a la larga reconocern­os. En esencia el libro es una crónica contemporá­nea donde se dan cita desde las inquietude­s religiosas como la indagación filosófica en el ámbito del Mediterrán­eo oriental. Pero tiene mucho de libro de viajes que refleja con finura la vivencia cotidiana de una realidad siempre compleja a los ojos del viajero occidental. Pocas veces el pensamient­o español actual se ha inspirado en aquellos paisajes para construir un discurso narrativo emocionant­e destinado a indagar en los pliegues del espíritu. Pero siempre desde la sensibilid­ad. Para ello nada mejor que Oriente, porque según Vega no sólo es un lugar geográfico sino una región del alma. Y concluye: “Siria y el Líbano son una metáfora donde convergen los conflictos de la naturaleza humana: el combate con nuestros propios demonios y la aceptación del lado oscuro de los demás. Esto nos acerca, porque todos estamos hechos de tiempo y de memoria. Y el fin de la filosofía es aprender a morir”.

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