El tiempo y las imperfecciones
De alguna manera, reactualizar o restaurar una obra de arte es devolverla a la actualidad, llevarle la contraria a la vida
Hay obras clásicas, antiguas, que resultan mucho más atractivas para la contemplación, para la mirada contemporánea que, sin duda, lo fueron en su época. Quizá esto sea una inadecuada expansión, una arbitrariedad, una incorrección artística. Pero, con las obras de arte, a menudo ocurre como en las personas: envejecen bien, sin retoques ¿Cuántas sorpresas hemos tenido al mirar pinturas pretéritas restauradas, limpiadas, a fin de cuentas recompuestas? Despojadas de la pátina del tiempo, del paso de los años, de la sucesión de épocas superpuestas. Del imperceptible roce de miles de pupilas. Tiempo acumulado al tiempo. De alguna manera, y con perdón, reactualizar o restaurar una obra es devolverla a la actualidad. O sea: llevarle la contraria a la vida. El documento, la historia y el evidente paso de los días, las horas y los años, desaparecen. Y, tras ellos, la pulsión del artista, su respiro, su rozadura. Una observación más o menos fetichista: “Esto está tal cual lo dejó su autor, nadie más lo ha tocado”. Siempre habrá alguien que lo comente y diga.
Cuando vemos el dibujo, una acuarela, un grabado de un autor clásico, sobre un papel frágil, sensible a la humedad y a la luz, repleto de sombras y manchas, de lo que los especialistas y conservadores llaman foxing, hongosomicroorganismos, además de la imagen nos conmueve algo no explicable. Algo nos habla de lejos. Lo mismo nos ocurre al detenernos ante el craquelado de un lienzo, resultado, quizá, de la impericia de un pintor histórico. O de la precariedad de los materiales de un escultor debido a la penuria, al tiempo o a las edades. ¿Sentiríamos lo mismo de presentarse perfectas e impolutas las primeras películas de la historia, sin esas rayas ni imperfecciones tan evidentes, sin rastro de desgaste ni amenaza de desaparecer. Eisenstein, Méliès, Pudovkin, Griffith, Chaplin, ¿tendrían el mismo poder evocador si los viéramos como nuevos, acabados de estrenar?
¿Y los viejos libros arrancados a los siglos, oliendo a moho, a reloj parado, adquiriendo un valor añadido como objeto, como presencia pretérita? Algo que fue y que ya no será. Igual que las grabaciones primeras de los discos de pizarra, que, con solo oírlas, nos transportan a una época. A una fragancia de antepasados.
¿Es cierto que la vida y el arte sienten horror ante la perfección absoluta? Sí, afortunadamente, por eso una gran parte de la plástica moderna y de la contemporánea evoca, cuando el autor lo cree conveniente, imágenes, sones y atmósferas que imitan deliberadamente lo que en un tiempo fueron accidentes, errores técnicos, resultados indeseados o simplemente la erosión del tiempo. Sí, evocan y convocan. Por ejemplo en filmes como Blancanieves y The artist, las pinturas envejecidas de Kiefer, las esculturas con herrumbre de Chillida... Será cierto que, en arte, siempre se va a parar a lo mismo: juntar el hombre, la belleza y el tiempo. Y quizá, la voluntad.
Imaginemosque todaobra dearte tuviera una caducidad, un recorrido temporal largo o corto. Por supuesto impredecible por el propio artista y sus contemporáneos. Si se diera el caso la Historia del arte sería completamente diferente a tal cual la conocemos. Y la historia de la humanidad. Y…