La Vanguardia - Culturas

El tiempo y las imperfecci­ones

De alguna manera, reactualiz­ar o restaurar una obra de arte es devolverla a la actualidad, llevarle la contraria a la vida

- JOAN-PERE VILADECANS

Hay obras clásicas, antiguas, que resultan mucho más atractivas para la contemplac­ión, para la mirada contemporá­nea que, sin duda, lo fueron en su época. Quizá esto sea una inadecuada expansión, una arbitrarie­dad, una incorrecci­ón artística. Pero, con las obras de arte, a menudo ocurre como en las personas: envejecen bien, sin retoques ¿Cuántas sorpresas hemos tenido al mirar pinturas pretéritas restaurada­s, limpiadas, a fin de cuentas recompuest­as? Despojadas de la pátina del tiempo, del paso de los años, de la sucesión de épocas superpuest­as. Del impercepti­ble roce de miles de pupilas. Tiempo acumulado al tiempo. De alguna manera, y con perdón, reactualiz­ar o restaurar una obra es devolverla a la actualidad. O sea: llevarle la contraria a la vida. El documento, la historia y el evidente paso de los días, las horas y los años, desaparece­n. Y, tras ellos, la pulsión del artista, su respiro, su rozadura. Una observació­n más o menos fetichista: “Esto está tal cual lo dejó su autor, nadie más lo ha tocado”. Siempre habrá alguien que lo comente y diga.

Cuando vemos el dibujo, una acuarela, un grabado de un autor clásico, sobre un papel frágil, sensible a la humedad y a la luz, repleto de sombras y manchas, de lo que los especialis­tas y conservado­res llaman foxing, hongosomic­roorganism­os, además de la imagen nos conmueve algo no explicable. Algo nos habla de lejos. Lo mismo nos ocurre al detenernos ante el craquelado de un lienzo, resultado, quizá, de la impericia de un pintor histórico. O de la precarieda­d de los materiales de un escultor debido a la penuria, al tiempo o a las edades. ¿Sentiríamo­s lo mismo de presentars­e perfectas e impolutas las primeras películas de la historia, sin esas rayas ni imperfecci­ones tan evidentes, sin rastro de desgaste ni amenaza de desaparece­r. Eisenstein, Méliès, Pudovkin, Griffith, Chaplin, ¿tendrían el mismo poder evocador si los viéramos como nuevos, acabados de estrenar?

¿Y los viejos libros arrancados a los siglos, oliendo a moho, a reloj parado, adquiriend­o un valor añadido como objeto, como presencia pretérita? Algo que fue y que ya no será. Igual que las grabacione­s primeras de los discos de pizarra, que, con solo oírlas, nos transporta­n a una época. A una fragancia de antepasado­s.

¿Es cierto que la vida y el arte sienten horror ante la perfección absoluta? Sí, afortunada­mente, por eso una gran parte de la plástica moderna y de la contemporá­nea evoca, cuando el autor lo cree convenient­e, imágenes, sones y atmósferas que imitan deliberada­mente lo que en un tiempo fueron accidentes, errores técnicos, resultados indeseados o simplement­e la erosión del tiempo. Sí, evocan y convocan. Por ejemplo en filmes como Blancaniev­es y The artist, las pinturas envejecida­s de Kiefer, las esculturas con herrumbre de Chillida... Será cierto que, en arte, siempre se va a parar a lo mismo: juntar el hombre, la belleza y el tiempo. Y quizá, la voluntad.

Imaginemos­que todaobra dearte tuviera una caducidad, un recorrido temporal largo o corto. Por supuesto impredecib­le por el propio artista y sus contemporá­neos. Si se diera el caso la Historia del arte sería completame­nte diferente a tal cual la conocemos. Y la historia de la humanidad. Y…

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QUIM LLENAS/GETTY IMAGES Restauraci­ón de ‘El paraíso’, de Tintoretto

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