Ser rico, ¿es pecado... o es delito?
En el ya lejano 9-N –doblemente festivo–, cuando me dirigía a la cola de votantes, me detiene una pareja de abuelitos, muy pulcros ellos, y él me dice: “Está bien, esto que has escrito; lo de la usura” (“Usura parachoques”, Cultura/s 646), “¿Ah, sí?”, digo yo, “¿le ha gustado?” “Sí, sí, tienes toda la razón. ¡Pero estarás de acuerdo en que debería ser pecado!”. “¿Lo qué?”, me extraño, “¿la usura? ¿Es que no lo es?”. “Debería ser uno de los siete pecados capitales”, recalca. “Mejor dicho, el octavo”. “¡Déjate de pecados capitales!”, salta la mujer: “¡Uno de los diez mandamientos debería ser!: no desearás a la mujer de tu prójimo, no te aprovecharás de los que no tienen…”.
Ya habían votado y se fueron, muy ufanos. Y yo… yo me quedé cavilando que eso de los siete pecados capitales quizás se refiera a los siete pecados del capital. O del capitalista: soberbia, avaricia, gula, lujuria, envidia… ¿no son aires, todos ellos, que se respiran a la que se acerca un capitalista con su puro? Quedan la ira, que también, y la pereza… que a simple vista no, pero que si es mental, también. Sin siquiera tener que redondearlo con la usura, pues, es diáfano que el capitalismo está enteramente en pecado mortal, y que cuando muera irá al infierno.
Pero eso no arregla nada. Por mucho que, pasándose por el forro la laicidad de los estados democráticos, Europa se pretenda católica, la idea de pecado (una falta que, por grave que sea, en el peor de los casos se salda con una confesión y una purga en secreto) no detiene a nadie. Con todo, y aunque la idea de pecado no sirva, ello no quita que la ideología que sustenta el capitalismo no esté brutalmente desprovista de ética y se apoye en una aberrante carencia de justicia social. Ahí reside el mal: no en el sistema –una simple herramienta– sino en la falta de ética que lo sustenta. Y eso ¿cómo se frena? ¿Cómo puede mitigarse? Con la ley, sin duda. Pasando del pecado al delito… y no para culpar al sistema sino a los que lo manipulan: tan pronto debería Bergoglio declarar que, mientras haya pobres, ser rico es pecado, como la justicia sentenciar que, por las mismas, ser rico es delito. Y promulgar leyes que pongan límites al enriquecimiento y obliguen a redistribuir la riqueza a razón de determinados parámetros. Y quien no cumpla… no diez Padrenuestros, no: ¡diez años de cárcel!