La Vanguardia - Culturas

Cruzar fronteras, sentido de la vida

- A.LL.

Hace poco más de doce años que Anna Soler-Pont (Barcelona, 1968) contactó con Asha Miró. Junto a su marido Ricard Domingo (ambos socios de la agencia literaria Pontas con Marc de Gouvenain, empresa fundada por ella en 1992) habían comenzado los trámites para adoptar, en Etiopía, a su hija. Querían conocer a alguien que hubiese experiment­ado, en primera persona, el haber nacido en una cultura totalmente diferente a la catalana y ser adoptada a cierta edad. Su proceso de adaptación. Anna y Asha no podían intuir hasta qué punto les cambiaría la vida aquel primer encuentro.

Miró, sin saber a qué se dedicaba Soler-Pont, le comentó que tenía la idea de escribir un libro. Ahí está el embrión de La hija del Ganges, que se convertirí­a en un auténtico éxito editorial. Después Jordi Llompart compró los derechos para filmar un documental. Y la agente, que coproducía la película, asumió el encargo más difícil que jamás haya realizado. Encontró en India a la hermana biológica de la que ya se había convertido en su amiga.

La complicida­d entre ambas saltó a la ficción. Tras cinco años de trabajo, salió a la luz la novela Rastros de sándalo, un libro que ya se ha publicado en 13 idiomas (pronto, también en inglés) y, con la reciente aparición de la película homónima, se reeditará en bolsillo tanto en catalán (Labutxaca) como en castellano (Booket). Es la historia cruzada entre dos niñas indias y un niño etíope cuyas vidas convergen en Barcelona siendo adultos.

“Cruzar fronteras es el verdadero sentido de la vida… Hay muchas fronteras que no son físicas que también hay que cruzar”. Este fragmento, extraído de una entrevista realizada a Ryszard Kapuscinsk­i, es la cita que abrirá el libro, y que ilustra bien tanto el proceso de la novela, como el de la película o el de la aventura vital de la productora. “He escrito siempre, desde pequeña, aunque durante años canalicé mi pulsión creativa en mi trabajo como agente. Llegó un momento en que no pude evitar lanzarme. Y tuve clarísimo desde el principio que esa novela podía acabar en una película”, nos explica, en su luminoso despacho de Barcelona, Soler-Pont.

Tanto es así que en el mismo libro vemos varios guiños. Cuando Muna (en el filme es Mina) le explica a su hermana pequeña Sita cómo había fantaseado durante muchos años con su reencuentr­o, reconoce: “Supongo que imaginaba una escena de película”.

De la importanci­a de atender a las esencias está convencida Soler-Pont. Su hija, catalana y etíope, ha viajado ya cuatro veces a su país natal, y está reaprendie­ndo el idioma amhárico. “No habría existido esta película si yo no hubiese decidido, desde muy joven, ser madre adoptiva”, añade.

Un filme que Pontas Films dio por definitiva­mente cerrada en julio del 2014, justo cuando la hija de la agente cumplía los 18 años, la mayoría de edad. Se completaba así un puzle, siempre vivo, que había comenzado en aquella primera conversaci­ón entre Asha y Anna.

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