Las marcas en el cuerpo
En la Academia de Bellas Artes de Bolonia, una sala de museo clásico, donde predominan columnas listadas, mármoles y sobre todo el blanco, unos hombres vestidos con túnicas se sitúan al fondo. Son mayores. Un joven entra después y se sienta ante un aparato de exploración médica, una microcámara de esas que se insertan por los orificios del cuerpo. Se la mete por la nariz. Cuando habla lo que vemos es su garganta. Él solo es todos los conspiradores. Roma está en paz, pero un sector de la élite senatorial no. César es demasiado viejo. Se ha hecho mayor. Hay que hacer algo.
Castellucci entra a saco en el Julio César de Shakespeare y vierte su propia poética, que es claramente una manifestación de nuestro tiempo, de nuestras preocupaciones. La política y el cuerpo, el cuerpo de la política. AShakespeare le preocupaba el respeto a los líderes, la frágil línea que separa lo que se hace al servicio de la república de lo que sólo sirve a la propia vanidad. Y también le preocupaba cómo nos debemosdirigir a las masas, porque según el criterio de Shakespeare las masas debían ser dirigidas. Pero, las ambiciones e inquietudes de cuatro senadores, ¿son expresión de las masas o sólo de la visceralidad de sus ambiciones? Castellucci pone la cámara en el origen de la voz. Y la voz desde la garganta surge de una flor roja y sanguinolenta, un órgano viscoso que se abre y cierra al ritmo de las palabras y de su fuerza.
Pero ¿quién es Julio César según Castellucci? Un hombre viejo, vestido con túnica roja. Los hombres marcados por la edad tienen mucho que decir en la poética de Castellucci. Son de entra- da el espejo que desde el escenario nos habla de nuestro futuro inevitable, el efecto implacable del tiempo, el deterioro del cuerpo, pero sobre todo la ausencia de aquella energía que llega a todos los miembros del cuerpo. Y a pesar de todo, este es un Julio César venerable, que aún tiene algo de solemnidad en el gesto y cuando se mueve genera el sonido de un titán, un ser casi divino. Sus pasos, el movimiento de sus brazos, son los de alguien que está por encima del resto de mortales. El César shakespeariano no quiere ser dictador y tres veces rechaza la corona; pero sabe que es el primero entre los hombres de la república romana: “Los cielos están pintados de estrellas innúmeras, todos son fuego y cada uno fulgura; pero sólo uno mantiene su lugar”, dice a Casio, instantes antes de ser apuñalado.
Césarsabe que es poderoso. Pero en el montaje de Castellucci sa- be que es humano, porque en su mirada de hombre viejo el miedo ya está grabado. Está inquieto porque el mundo que gobierna con lo que le resta de energía se mueve y él no puede conocer todas las direcciones de ese movimiento. De hecho, los senadores conspiradores lo observan desde arriba . Él se acaricia la cabeza de hombre viejo. Desde lo alto cae un plástico traslúcido mientras César cierra el puño. Los conspiradores se sitúan a su lado y los cuatro forman una especie de imagen religiosa. César se ha colocado un pecho de mujer que amamanta a uno de los conspiradores. No es sólo el padre, también la madre, una madre que hay que exterminar. Los conspiradores convierten la túnica roja de César en un sudario. César ha muerto. La acción política se ha llevado a cabo, ahora hay que explicarla al pueblo.
Este quizás sea el momento ne. La conversación sigue sobre la especificidad del teatro y el tiempo y Castellucci , que además de extraordinario director es un productor incesante de frases citables, concluye: “El tiempo es la materia prima del teatro, el director de teatro esculpe el tiempo como el escultor la piedra”. La mirada mirada. Imágenes y escenas hondamente impactantes, temas escabrosos y normalmente intratables, todo en Castellucci parece surgir del foco candente en una continua interrogación sobre la condición humana y un análisis visceral y analógico de las peripecias delos humanos en suamplio aba-