El guardián de la noche: “Esta sí, este no”
Sven Marquardt, el carismático portero del Berghain, el legendario club berlinés de música electrónica, celebra el décimo aniversario de la sala con su libro de memorias y con una línea de camisetas exclusivas
Si Khaleesi, la princesa nómada de Juego de tronos, recalara en Berlín intentaría enrolarlo en su ejército. Eso si Sven Marquardt, que en realidad parece salido de la Guardia de la Noche, defensora del muro que protege la frontera norteña de los reinos de poniente en las novelas de George R.R. Martin, decidiera recibirla.
Marquardt, de profesión portero de discoteca, es una leyenda en la ciudad gracias a un trabajo a menudo poco popular, pero Berghain, el club de música electrónica que custodia y que ahora cumple diez años, es el más célebre del planeta. Si en el pasado fue un nicho subcultural, una catedral lasciva en un Berlín que dejaba la (tan llorada por Stefan Zweig) decadencia y degeneración de la República de Weimar en la fiesta de cumpleaños de Pocoyo, ahora se ha convertido en una meca turística: la gente desea entrar del mismo modo que quiere tocar el muro de Berlín. Y, de hecho, acceder a esta especie de discoteca demencial, con sus techos de casi veinte metros y sus cuartos oscuros inspirados en Gomorra, parece más difícil que cruzar el Muro durante los años del telón de acero (o casi: entre 1961 y 1989 lo lograron unas 5.000 personas, mientras que el Berghain acoge hasta 3.000 bailarines por noche).
Si “Los Lannister siempre pagan sus deudas”, el lema de este club, construido en una antigua central térmica y que prohíbe las fotografías, es aún más arisco: “Nosotros decidimos con quien queremos festejar”. De hecho, no hay un
“Puedo dejar entrar a un abogado rarito con su mujer de Gucci-Prada, pero también a rubias a lo Pamela Anderson colgadas de barbudos”
protocolo claro: son Marquardt y sus esbirros los que deciden de forma arbitraria quién entra y quién no, algo que fomenta el misterio y azuza el desespero de los candidatos. Existe una aplicación para telé- fonos inteligentes titulada How to get into Berghain (Cómo entrar en Berghain) y muchos foros de internet hierven con consejos para lograrlo: vestir camiseta blanca y tejanos oscuros, disimular la borrachera en silencio, llevar una correa de cuero en la mano, anudarse una bufanda (es un secreto a voces: a los porteros les chiflan las bufandas), ser uno mismo… En esas colas, a muchos grados bajo cero, se ha desarrollado toda una mitología supersticiosa que el libro de memorias de Marquardt, más esperado que un segundo evangelio apócrifo de San Pedro, prometía desvelar.
En la autobiografía, titulada Die Nacht Ist Leben (La noche es vida) y escrita en la sombra por Judka Strittmatter, este portero con apariencia de mánager de la banda Lordi se presenta como un tipo con corazoncito que en su juventud merodeaba por las calles del Berlín oriental. Entonces era un punk gay que debía defenderse, pero que tenía a gala un lema: “Las madres y los ancianos primero”. También explica que su verdadera pasión es la fotografía y que es con esa mirada artística con la que decide, calibrando el potencial que alguien puede desplegar dentro de las paredes de este templo alquímico sin reloj (abre desde el viernes hasta el lunes a mediodía). El portero apuesta por “la mezcla perfecta”: “Puedo dejar entrar a un abogado ratito con su traje cruzado acompañado por su mujer GucciPrada, pero también máscaras y kilts, rubias a lo Pamela Anderson colgadas de muchachos barbudos, chupándose el sudor de las axilas unos a otros”. ¿Ha quedado claro? Olviden la bufanda.
Marquardt no revela la fórmula secreta, ya que se enroca en su olfato artístico de director de casting. No en vano, en el club se han celebrado diversas exposiciones colectivas con la participación de sus trabajadores (la camarera Sarah Schönfeld creó un acuario con litros de orina salidos del edificio), como la titulada 10, que sirvió este verano para celebrar la efeméride. Además, el portero acaba de diseñar una línea de camisetas para Hugo Boss a partir de algunas de sus fotografías, como esa por la que se pasea un caballo negro. No es el primero que se deja ver en Berghain: está documentada la presencia más o menos recurrente de uno de color blanco en el bar. Quizás Khaleesi estaba en el baño.