La Vanguardia - Culturas

El mejor libro jamás escrito sobre París

El mes de Joan de Sagarra En una geografía sentimenta­l y secreta de París, donde cada barrio tiene su fisonomía, su olor y su color propio, Fargue construyó la mejor obra sobre la ciudad. Ahora la traduce Errata Naturae

- JOAN DE SAGARRA

Errata Naturae, una editorial madrileña que últimament­emeha alegrado la vida en más de una ocasión, me hace llegar una edición de Le piéton de Paris, seguido de D’après Paris, de Léon-Paul Fargue, en la traducción castellana de ReginaLópe­zMuñozycon unprólogo de Andrés Trapiello. Mi primera reacción fue de sorpresa. ¿Cómo es posible, me dije, que el libro, “el mejor libro, sin ninguna duda, que jamás se haya escrito sobre París” (B. Delvaille, “Léon-Paul Fargue, paysages d’une enfance”, Magazine Littéraire, n.º 332, mayo de 1995), no contase hasta hoy con una edición en lengua castellana? Ojo, mi informació­n es limitada y, para mayor inri, no me muevo con soltura, ni siquiera con muletillas, por la red. Quiero decir con ello que ignoro si en los años cuarenta o cincuenta apareció en Buenos Aires, o en México, una edición castellana de Le piéton de Paris –y puestos a soñar, me encantaría que el traductor no fuese otro que Ramón Gómez de la Serna–, pero, por lo que respecta a las editoria- les, grandes o chicas, de este bendito país, mucho me temo que la primera traducción al castellano del libro de Fargue sea la que hoy nos ofrece la editorial madrileña, en una traducción que, por lo que llevo leído –217 páginas de las 260 de que consta el libro–; merece todos mis respetos.

El peatón de París, “el mejor libro que jamás se haya escrito sobre París” y uno de los mejores libros de Fargue, contiene algo París, concretame­nte en noviembre de 1947, pocos días después de la muerte de Fargue (24 de noviembre).

Andrés Trapiello escribe en el comienzo de su prólogo: “Si alguien os pregunta si es posible compendiar en un pequeño tomo La comedia humana y En busca del tiempo perdido, como pretendía aquel niño queriendo meter el mar de Cartago en un hoyo de la playa, respondedl­e sin titubeos: Sí, si ese

Considero que para escribir ‘El peatón de París’ no basta con llevar París en el corazón, es necesario ser un gran poeta o un genio

más de una veintena de crónicas sobre la capital de Francia que Fargue escribió entre 1935 y 1938 para el semanario Voilà y que el propio autor recogió en un libro que Gallimard publicó en 1939, un libro que yo pillé en la biblioteca de mi padre y que hoy se halla en la mía. Mi padre lo debió comprar en París, en 1939, y yo lo descubrí cuando tenía doce años, tres años después de regresar con mis padres de libro es El peatón de París”. Y más adelante añade: “Para escribir de París como Fargue lo hará, era necesario llevar antes París en el corazón”. Suscribo lo dicho, pero soy de la opinión de que para escribir el Peatón no basta con llevar París en el corazón, es necesario ser un gran poeta o, como decía de Fargue su amigo Claudel, simplement­e un genio, “un tipo que al encontrars­e en plena noche ante una mar agitada es capaz de escribir: ‘La mer flambait noir’”.

El Peatón está construido a base de recuerdos de infancia, de anécdotas eruditas y de escenas de la vida cotidiana. Es una geografía sentimenta­l y secreta de París. Un París en el que cada barrio tiene una fisonomía propia y un olor, un sabor y un color caracterís­ticos. Un París en gran parte nocturno, de cafés y cabarets, de hoteles –“El hotel es una morada cautivador­a / para el corazón cansado de las batallas de la vida…”– y de fantasmas. Fargue vivió gran parte de su vida en hoteles parisinos y fue un noctámbulo empedernid­o: solía coger un taxi al atardecer con el que recorría la noche de cafés en cabarets y no lo abandonaba hasta que se hacía de día.

Dice Andrés Trapiello que “el París de Fargue y el de hoy no han cambiado tanto”. No lo comparto: los Campos Elíseos son irreconoci­bles, como el paseo de Gràcia barcelonés, y si pides un whisky en Les Deux Magots, si bien sigue siendo tan caro como en los años que describe Fargue, te expones a que el camarero te lo sirva sin mostrarte la botella o bien te diga: “¿Sólo o con Coca-Cola?” (como decía Durrell: in Coca-Cola veritas). Pero en gran parte es un París que sigue vivo: el Montparnas­se ya no es el Montparnas­se de Trotski, de Picasso o de Los extranjero­s de Sandor Marai, pero el pianista de La Closerie des Lilas sigue tocando La violetera.

El peatón de París, “el mejor libro que jamás se haya escrito sobre París”, cuyo autor, sorprenden­temente y con gran disgusto por su parte, no logró un sillón en la Academia francesa, y a pesar de haber sido un gran amigo de Gaston Gallimard, su obra no figura, que yo sepa, en la Biblioteca de la Pléiade.

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GETTY IMAGES La noche en París a mediados de siglo
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