Cumplir conocimiento
La Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona ha reunido en sus 250 años un rico patrimonio histórico mientras sigue colaborando con universidades e instituciones científicas
Alo largo de este año se está llevando a cabo un ciclo de conferencias impartidas por algunos de los 75 académicos que integran la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona, que reflexionan sobre la robótica actual y sus retos de futuro, los límites del planeta y el cambio climático, los nanomateriales de la tercera revolución industrial, los genes de las plantas que comemos, la química y el cerebro, los sistemas constructivos y la degradación del paisaje, temas plenamente actuales y de interés general que ponen de manifiesto el compromiso de esta institución, que fue fundada en 1764 y que, por lo tanto, este año celebra su 250.º aniversario, para promover la investigación, el estudio y la difusión de las ciencias y de su aplicación en la tecnología y las artes.
Su deseo de mantenerse al día, cosa que hace colaborando estrechamente con las universidades y entidades científicas, y de abrir sus puertas a toda la ciudadanía, no impide sin embargo que la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona sea consciente de que dispone de un patrimonio de gran valor histórico que preserva y quiere dar a conocer. Por eso vale la pena acercarse a las dos sedes que esta institución tiene en Barcelona, dos edificios emblemáticos que todos los ciudadanos identifican sin saber sin embargo a quién pertenecen, ni el trabajo que se hace en ellos, ni los contenidos que atesoran. Me refiero a la sede principal, situada en el número 115 de la Rambla de Barcelona, en un edificio de 1761que en 1883 remodeló y restauró el prestigioso arquitecto Josep Domènech i Estapà (que durante el modernismo optó por un eclecticismo modernizado austero y elegante y que entre 1912 y 1914 presidiría la Academia), y que básicamente es conocido porque en sus bajos se aloja el Teatro Poliorama. Aunque algunostambién recuerdan que durante mucho tiempo el reloj que hay en su fachada marcaba la hora oficial de Barcelona, un servicio que la Academia prestó a la ciudad hasta bien entrado el siglo XX desde el 7 de marzo de 1895 cuando, gracias a un decreto del Ayuntamiento, este reloj unificó el desbarajuste horario hasta entonces existente a la ciudad.
Lo que no todo el mundo sabe es que su interior se puede visitar y que, quien lo haga, encontrará unos espacios que sin duda suscitarán su interés, como la Sala de los Relojes, donde como no podía ser deotra manera se exhibe una colección de relojes, o la esplendorosa Sala de Sesiones, la Sala de Instrumentos, donde se exponen apara-