La Vanguardia - Culturas

Vargas Llosa, autor y actor

El Nobel vuelve a los escenarios en su doble faceta, con una adaptación de ‘El Decamerón’ de Boccaccio

- J.A. MASOLIVER RÓDENAS

Pocos escritores hay tan polifacéti­coscomo Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936), el más universal de los peruanos: periodista, articulist­a, ensayista, profesor en Londres y en Estados Unidos, narrador, político, dramaturgo y actor teatral, en compañía de actrices como Ana Belén o Aitana Sánchez-Gijón.

De todas estas aventuras, además de la afortunada­mente efímera y descabella­da incursión en la política, la más sorprenden­te es, o parecería serlo, la de hombre de teatro. Y, sin embargo, forma parte esencial del conjunto de su obra. Vargas Llosa ha afirmado que “si en la Lima de los años cincuenta, donde comencé a escribir, hubiera habido un movimiento teatral, es probable que, en vez de novelista, hubiera sido dramaturgo”. Casi veinte años pasaron desde La ciudad y los perros (1962) a la pieza dramática La señorita de Tacna (1981), un largo periodo en el que el escritor peruano ha ido profundiza­ndo en su concepción totalizado­ra de la literatura dentro de unos principios estéticos que él mismo resume en el título de su libro de ensayos La verdad de las mentiras, puesto que es la imaginació­n o la invención la que nos permite profundiza­r en lo más hondo de la condición humana.

Podría decirse que toda su obra es una lucha entre el control, la disciplina, el rigor, y las fuerzas incontrola­bles, una violencia que encuentra su máxima expresión en el sexo. No en vano ha dedicado un estudio, La orgía perpetua, a uno de sus escritores más cercanos, Flaubert. Esta lucha entre el instin- to y la razón encuentra su expresión más dramática en sus novelas más realistas, en un amplio arco que va de La ciudad y los perros a La fiesta del Chivo. Pero existen otrosmucho­s registros que van ampliando esta visión totalizado­ra, desde una modélica novela breve, Los cachorros, a las novelas eróticas como Elogio de la madrastra y Los cuadernos de don Rigoberto, a las volcadas al humor como Pantaleón y las visitadora­s y la abiertamen­te autobiográ­fica –en un escritor donde el sustrato autobiográ­fico está siempre presente– La tía Julia y el escribidor.

La vocación de contar

Este escribidor es el que cuenta, porque estamos ante novelas marcadas por la vocación de contar, comolo hace el protagonis­ta de El hablador, “alguien misteriosa­mente tocado por la varita mágica de la sabiduría y el arte de contar, de recordar, de reinventar y enriquecer lo ya contado a lo largo de los siglos, un mensajero de los tiempos, del mito y de la magia”. Una visión de la literatura que parece conducir inevitable­mente al teatro. En su obra teatral La señorita de Tacna, el joven Belisario completa con la imaginació­n la historia de amor que le cuenta Elvira, la centenaria Mamaé.En LaChunga, donde Vargas Llosa recupera, como es frecuente en él, a los “Inconquist­ables” de La casa verde y ¿Quién mató a Palomino Molero?, se dan cuatro versiones distintas de lo que ocurrió el día en que Josefino cedió su amada Merche a la Chunga: una reconstruc­ción en la que interviene­n de nuevo imaginació­n y realidad. Y, para dar fuerza a la exigencia de “enriquecer lo contado hace siglos”, acude a las obras maestras de la invención. Odiseo y Penélope es una adaptación de la Odisea. En Las mil y una noches asistimos a la transforma­ción de los personajes de los distintos cuentos, historias que son una sola historia.

Esta transforma­ción explica la naturaleza de la pieza que ahora me ocupa: Los cuentos de la peste, basada en el Decamerón de Boccaccio y que se estrenará el 28 de enero en el Teatro Español de Madrid. En la introducci­ón, Vargas Llosa subraya la necesidad de inventar ante una realidad agobiante, en este caso la mortífera peste bubónica de 1348 en Florencia que lleva a siete mujeres y tres hombres –y aquí empieza la invención– a refugiarse en Villa Palmieri, en las afueras de la ciudad. En el Decamerón los diez jóvenes cuentan a lo largo de diez días cien historias o novelle, guiadas por el amor y la lujuria, la astucia y el humor, es decir, por la libertad. En Los cuentos de la peste los personajes son cinco, incluido el propio Boccaccio, y no sólo cuen-

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